Por Francisco Artaza y Cristóbal Palacios
El escritor y periodista peruano Álvaro Vargas Llosa hace un crítico balance de la situación regional, en medio de las masivas protestas anticorrupción, el estancamiento económico y el profundo divorcio entre la ciudadanía y las elites políticas, lo que ha atizado la desconfianza e ira en varios países.
"¿Va a presentarse como candidato en las próximas elecciones presidenciales peruanas?”. Álvaro Vargas Llosa ríe con ganas ante la pregunta. “Pero si yo no gano una elección ni en mi familia”, dice este periodista, escritor, analista internacional y político liberal limeño de paso esta semana por Santiago para dictar una charla en el seminario Percade, organizado por La Araucana, sobre los dilemas que enfrentan Chile y América Latina. Aunque está radicado en Estados Unidos, donde dirige el Centro para la Prosperidad Global en el Independent Institute, su mirada sigue atenta a los procesos políticos que ocurren en Sudamérica, y lo que ve no es para estar optimista.
Uno de los dilemas más serios que tiene hoy Sudamérica es la corrupción. ¿Cuál es su visión sobre este tema?
La corrupción ha coincidido con un momento especialmente delicado, primero con la desaceleración económica y segundo con una desmitificación de una izquierda que tenía casi el monopolio ético en América Latina. Muchos gobiernos de izquierda surgieron a partir del 2000 como una suerte de reivindicación moral frente a la frustración ante la mal llamada década neoliberal de los 90. Sin embargo, se produce un fenómeno de corrupción muy generalizado en países gobernados por la izquierda: Argentina, Brasil, Venezuela, que supuestamente habían llegado a combatir la corrupción de la derecha. Hay un tercer elemento que incide en la gravedad de este momento y es el divorcio profundo entre la sociedad y una clase política que no representa a la nueva sociedad, sino a la anterior. Si sumas esos tres factores, verás por qué la corrupción se ha convertido hoy en un revulsivo social profundo y se ha vuelto en un fenómeno de masas callejeras, de desconfianza generalizada en la política, de caudillos y outsider que amenazan salir de todas partes, de una pérdida de prestigio de América Latina. Hasta el 2011, América Latina estaba en la vitrina del mundo y eso se ha perdido.
La corrupción es un fenómeno antiguo en la región, ¿qué gatilla entonces la fuerte reacción ciudadana que se ha visto ahora en países como Brasil y Chile?
Uno de los elementos centrales para explicar la respuesta ciudadana es el fracaso del Estado populista. Si tienes un Estado populista que te suministra un nivel de vida artificialmente alto, como pasó en Brasil, el tema ético pasa a segundo plano. Durante el gobierno de Lula hubo mucha más corrupción que en los años de Dilma Rousseff, sin embargo, ha sido ahora, una vez agotado el modelo de gobierno populista, cuando estalla el descontento popular por hechos de corrupción que en su gran mayoría se remiten a la época del lulismo. Otro elemento central es el divorcio entre la prosperidad económica y las aspiraciones de los ciudadanos por servicios que son del primer mundo y que los Estados no están en condiciones de brindar. Eso es lo que en alguna medida ha pasado en Chile, en los últimos años en Perú y en Brasil. Ese divorcio entre prosperidad económica y expectativas de la población ha generado un clima sicológico de mucha indignación e ira, de mucha desconfianza en la autoridad. La corrupción en ese contexto genera una reacción muchísimo mayor que en otros contextos.
¿Existe el riesgo de que en vez de dar una respuesta de fondo a los problemas de corrupción y desconfianza en el sistema político, las elites políticas y empresariales en la región busquen salir del paso a través de pactos y componendas entre ellos?
Es lo que está tratando de hacer Lula en Brasil, y no me extrañaría que otros países sigan el ejemplo si ven la amenaza del surgimiento de caudillos o outsiders. No me extrañaría que ocurriera también eso en Chile. Si en las próximas elecciones las dos grandes coaliciones ven surgir amenazas, no debería extrañar que busquen acuerdos de gobernabilidad. Hay un problema adicional en Chile: no han surgido liderazgos de reemplazo. Si se ve quiénes son los líderes, son los mismos de la transición que ahora pretenden interpretar a este nuevo Chile, que es totalmente diferente al que ellos lideraron en el pasado. Es lógico entonces que la gente sienta que no los representan. Eso está atizando mucho la ira contra la corrupción. De qué candidatos se está hablando para la elección presidencial del 2017: de ex presidentes, de ex ministros, de los mismos de siempre. La gente quiere verse representada por gente que tenga legitimidad y eso está faltando. Eso mismo pasa en Brasil, basta ver quién se está apuntando para la próxima presidencial: Lula. Por culpa del caudillismo, uno de los grandes males de la región, no hemos generado instituciones capaces de renovarse y eso explica en parte la indignación desproporcionadamente grande en términos históricos en contra de la corrupción
¿Cuál es la percepción que hay en Estados Unidos sobre América del Sur?
Las percepciones tardan en cambiar. Se van incubando en un período de tiempo hasta que se manifiestan. Hasta hace poco, en Estados Unidos había todavía una visión de que por fin América Latina estaba bien encaminada, por fin se había democratizado, por fin había una clase media, una apuesta por la globalización, con algunos lunares como Venezuela. Pero eso cambió recientemente. Hoy, la percepción que hay afuera es que América Latina está en una suerte de atonía económica, con deslegitimación política y con un fuerte divorcio entre la clase media emergente y las elites que las representarían si estuvieran haciendo bien su trabajo. Esta percepción nos hace mucho daño como región, pero está muy relacionada con la imagen que proyecta Brasil. El peso de Brasil es tan gravitante que condiciona mucho nuestra imagen, es una lápida tremenda. Reconstruir una buena percepción de América Latina va a tardar años.
¿Por qué América del Sur no fue capaz de sostener la imagen positiva de ser la estrella emergente?
Porque había mucho de artificial en ella. Teníamos una mayor dependencia del valor de los commodities de lo que creíamos, pensábamos erróneamente que habíamos roto esa vieja dependencia y no era cierto, éramos mucho más vulnerables y dependientes. Otro tema es que, precisamente porque el contexto internacional disimulaba la diferencia entre los países bien gobernados de aquellos mal gobernados, no nos dimos cuenta de cuántos países de la región estaban mal gobernados. Brasil, Argentina, Venezuela, Ecuador, Bolivia, si vas sumando te das cuenta de que son demasiados. Otro elemento de este fracaso es que creíamos que las reformas globalizadoras de los 90 bastaban. A partir del 2000 muchos países se conformaron con administrar la herencia de los 90, sin darse cuenta de que la tarea no estaba completamente hecha, de que había muchas reformas parciales y que había mucho más por hacer. Desde el año 2000 en adelante, ningún país de la región hizo reformas sustanciales, el primero es México, hace unos pocos años con el regreso del PRI al gobierno, y ahora Chile, con reformas de signo contrario. Desperdiciamos una década abundante en dinero para hacer reformas, cuando era el momento para hacerlas.
La mezcla entre corrupción y estancamiento económico puede ser explosiva, ¿en qué puede desembocar?
Va a depender del caso. Creo que en los países gobernados por populismos autoritarios puede desembocar en una mayor violencia de la que hemos visto hasta ahora. En los países de la Alianza del Pacífico el gran riesgo, en cambio, es el populismo. Una cosa es una clase media lozana, sólida, próspera, que se defiende del populismo, y otra cosa es la clase media vulnerable, que es una clase media a medias y que puede caer rápidamente en la pobreza y que es muy vulnerable al relato y al mensaje populista que está dirigido principalmente a ellos. Si el ciclo bajo de los commodities se prolonga algunos años más, si no se hacen reformas para liberar la fuerza y el impulso productivo, no tengo dudas de que esa clase media vulnerable va a generar un tipo de respuesta social que los caudillos populistas van a saber aprovechar. Puede que no alcancen el gobierno, pero basta que haya una oposición populista fuerte para que hagan ingobernables nuestros países.
Incertidumbre por Bachelet
¿Cuál es la visión que hay en el extranjero respecto del gobierno de Bachelet?
Hay mucho desconcierto, porque tenían el recuerdo de su primer gobierno, la referencia de la Concertación, y de pronto se encontraron con un gobierno mucho más latinoamericano del que esperaban. Uno con una agenda más ideológica, que priorizaba el instinto igualitario por encima de la idea de alcanzar el primer mundo, que no tenía muy clara la forma de alcanzar sus objetivos, y por tanto improvisaba. Llamó mucho la atención el hecho de que el gobierno daba la sensación de que estaba dos pasos por detrás del sector radical de la sociedad civil, o sea, en lugar de liderar el proceso de cambio, la impresión era que el gobierno se dejaba arrastrar por esos sectores radicalizados. La calle radical le dictaba la agenda al gobierno en lugar de que fuera al revés, no era un liderazgo, era un seguimiento. Luego, una segunda sorpresa interesante fue la reacción de otro sector de la sociedad civil muy asustado de la posibilidad de perder lo que tenía, se produjo una revisión de la percepción: el país reacciona, hay una clase media que no se va a dejar arrastrar por el populismo, hay un sector de la sociedad que entiende que a pesar de que es necesario mejorar esto o aquello, hay que preservar lo esencial del modelo. De hecho, el cambio de gabinete en mayo, que es reflejo de ese freno que la sociedad civil impone al gobierno, también llamó la atención afuera. En general, hay una gran incertidumbre. ¿Qué va a pasar en los próximos años? ¿Qué sector de la sociedad civil le va a marcar la agenda al gobierno? ¿Hasta dónde va a llegar la reforma constitucional? Una reforma constitucional siempre es un proceso totalmente incierto. No ha habido un cambio constitucional importante en los últimos 10 años en América Latina que no haya sido en un sentido de orientación populista, entonces eso suscita muchísima incertidumbre.
¿Y cuál es su visión de las reformas de este segundo gobierno de Bachelet?
Cuando una sociedad empieza a exigir reformas, es casi imposible en democracia que la clase política no se adapte a esa exigencia, porque si no lo hace, pierde legitimidad. El problema es que no supieron leer muy bien qué es lo que se requería, dónde estaba el límite y qué era la sociedad civil en general. Ellos se dejaron arrastrar por un sector de la sociedad civil, no entendieron que había una especie de mayoría silenciosa que decía “¡Cuidado, esos límites no hay que transgredirlos!”. O sea, lo que faltó ahí es lectura política. Si en Chile todo lo demás fuera en el buen sentido, las reformas no son suficientes para destruir el modelo chileno, pero tampoco creo que ayuden demasiado. Elevar impuestos a las empresas era innecesario, lo que han hecho con la reforma educativa no va a mejorar la calidad de la educación, va a producir un sistema más igualitario. ¿Qué va a pasar con la reforma laboral? Si fortalece los sindicatos excesivamente en un país donde no más del 10% de la fuerza laboral está sindicalizada, se está privilegiando a un sector por sobre otro amplio sector del país que no se ve necesariamente beneficiado. Entonces, creo que están focalizando mucho en reclamos importantes, pero minoritarios, sin entender muy bien que hay otros sectores menos expresivos que se van a ver afectados. Pero es difícil, a una coalición de centroizquierda, pedirle que no haga eso.
¿Es de los que creen que el proceso para elaborar una nueva Constitución política debe ser resuelto en un período acotado, para evitar la incertidumbre?
Es difícil responder eso, porque si un proceso rápido está mal hecho, es peor y además no comprendido por la gente, por lo tanto una etapa más pedagógica puede ser necesaria, pero el problema es que, tal como van las cosas, un período prolongado lo que va a hacer es, efectivamente, prolongar la incertidumbre. El gobierno no ha dicho qué es lo que quiere en la reforma constitucional, lo que en el fondo está haciendo es iniciar un debate y en ese debate necesariamente las voces más radicales van a hacerse oír más. Ese es el gran temor que tengo, que esa reforma refleje, como ha pasado con las otras reformas, el sector de una minoría muy vociferante a la cual el gobierno es políticamente sensible.
La tragedia brasileña
En Brasil se habla de que la destitución de la Presidenta Dilma Rousseff es cosa de tiempo, ¿cuál es su visión?
Dilma ya habría caído si no fuera porque el sector empresarial, sobre todo de Sao Paulo, que es muy fuerte, se opone a que caiga. Ellos temen que la caída de Dilma acentúe la crisis económica, pero también lo hacen porque muchas de las grandes empresas brasileñas están bajo investigación o abiertamente condenadas. Si cae el gobierno de Dilma se caen las pocas redes de protección que tienen. Pero cuando tienen un mandatario en el 8% de respaldo, cuando tienen a millones de personas en las calles, cuando tienes al principal partido de la oposición, el partido de la Socialdemocracia, pidiendo la renuncia de Dilma, es muy difícil saber cuánto más pueda resistir el gobierno.
¿Qué respaldo ha logrado conseguir el pacto político impulsado por Lula para salvar al gobierno?
El pacto de Lula es una mesa de varias patas, una de ellas es el Partido Democrático Brasileño, su aliado en el gobierno y que le da respaldo necesario en el Congreso; otra pata es el intento de influir en instancias judiciales, y otra, es el respaldo de sectores empresariales que tienen una relación cercana con Lula, porque los financió. La gran herramienta de financiación de la empresa brasileña en los últimos años fue el Banco de Desarrollo del Estado (BNDES). Lula distribuyó a través del BNDES millones y millones de dólares en créditos favorables a esas empresas, por lo que se creó una relación estrecha. Pero ese pacto se puede venir abajo si las condiciones se siguen deteriorando. También hay sectores del PT que se pueden convertir en un problema, porque se oponen a los cambios hacia la ortodoxia que intenta introducir Dilma.
Si Dilma cae, ¿qué efectos puede tener en el resto de la región?
No le temo a una caída de la mandataria. El único gran argumento para que no caiga un gobierno por la vía institucional es el riesgo de que se debilite la democracia. Si hay ese riesgo siempre es mejor que un mal gobierno termine su mandato. Pero en estos momentos no creo que tenga efectos negativos en la democracia brasileña. Sí podría tener un efecto dominó en la región, porque hay gobiernos muy vulnerables, muy impopulares y resistidos por la gente. Perú, por ejemplo, tiene en estos momentos un gobierno muy impopular.
Lula no esconde su interés por volver a la Presidencia el 2018, ¿qué posibilidades reales tiene cuando los escándalos de corrupción lo golpean directamente?
Desde la perspectiva de hoy, casi ninguna. Pero nunca hay que subestimar al populismo. Son capaces, a costa de una inflación descomunal y de una destrucción del aparato productivo, de reinstalarse gastando lo que no tienen y de movilizar al aparato del Estado. Lula es uno de los grandes responsables de lo que está pasando ahora y sería un desastre para Brasil el que Lula ganara las próximas elecciones presidenciales.
Algunas de las empresas brasileñas investigadas tienen presencia en varios países de la región, ¿cree posible que las indagaciones se extiendan a otros países y con ello generen crisis políticas en otros gobiernos?
Por supuesto que sí, porque muchas de estas empresas operaban en los países de la región con ayuda del mecanismo de contubernio de financiamiento que operó en Brasil. El BNDES no sólo financiaba a esas empresas para sus actividades locales, también lo hizo para sus operaciones internacionales. Por lo mismo, el sistema de sobornos que se utilizó en Brasil es muy posible que se haya usado en otros países latinoamericanos donde han ganado concesiones. Me gustaría mucho saber la dimensión real de la conexión entre las empresas brasileñas, Lula y Venezuela. Hay mucha inversión brasileña en Venezuela vinculada a gestiones personales de Lula, ese es un mundo oscuro que todavía está por investigarse y no tengo dudas de que se conocerán muchas cosas interesantes, no ahora, porque con el actual gobierno venezolano sería imposible. Pero dudo mucho que esas relaciones hayan sido enteramente limpias.