Por Juan Ramón Rallo
Libre Mercado, Madrid
Los venezolanos empiezan a padecer restricciones a la disponibilidad de efectivo. Sorprendente dato en un país al borde de la hiperinflación. ¿Cómo es posible que, allá donde la oferta de moneda se ha desbocado y el dinero ha llegado a valer prácticamente menos que el papel en que se halla impreso, existan carestías de efectivo? ¿No es acaso una contradicción que la oferta desbocada coexista con una demanda insatisfecha? Por desgracia no lo es.
Las hiperinflaciones no sólo se caracterizan por una eclosión de la cantidad de dinero, sino, sobre todo, por la expectativa de que el valor del dinero se desmoronará aceleradamente. Las causas de este desmoronamiento suelen ser variadas, pero la esencial es que la demanda del dinero como activo financiero desaparece. Los agentes económicos no quieren ahorrar en dinero, sino que optan por hacerlo en otros activos financieros sin valor nominal constante (como las acciones) o en activos reales. El atesoramiento, pues, deja de efectuarse en dinero y pasa a realizarse en otros bienes o activos (de hecho, muchos productores optan por consumir su producción en lugar de llevarla al mercado para intercambiarla por un dinero cuyo valor se hunde).
Ahora bien, que la demanda de dinero como activo financiero desaparezca no equivale a decir que nadie necesite para nada el dinero. Las compras y las ventas que sigan realizándose dentro de una economía continuarán siendo intermediadas por el dinero: es lo que suele denominarse demanda de dinero con motivo de transacción; a saber, cuando necesito comprar algo, vendo alguno de los bienes reales o activos financieros que poseo y rápidamente compro aquello que necesito. Y, ahora mismo, uno de los muchísimos problemas monetarios de Venezuela es que esta demanda de transacción ni siquiera se puede llegar a satisfacer, pese a la gigantesca oferta de efectivo disponible.
La razón es que, como decíamos más arriba, los vendedores de mercancías no desean desprenderse de las mismas a cambio de cantidades de dinero que no planeen gastar de inmediato (es decir, si un tendero posee mercancías por valor de 10.000 dólares y durante el próximo mes sólo va a afrontar gastos de 500 dólares, no querrá vender el exceso de mercancía de 9.500 dólares para recibir unos bolívares que se deprecian a marchas aceleradas). El tendero, pues, sólo demandará bolívares para atender sus transacciones a corto plazo, pero no para ahorrarlos. La única forma de inducirle a que venda la mayor parte de sus mercancías será pagándole un precio lo suficientemente alto como para compensarle por la depreciación futura que espera vaya a experimentar el dinero. En términos más técnicos: el precio de sus mercancías a la venta aumentará hasta el punto de incorporar una prima de inflación esperada que, por hallarse en medio de una hiperinflación, será altísima.
Por consiguiente, en una hiperinflación los precios se multiplican no en función del dinero que se ha impreso, sino del valor que se espera que va a tener el dinero en el futuro. Y por eso los precios pueden aumentar muy por encima de las disponibilidades de efectivo, por voluminosas que éstas sean. Imaginemos que un gobierno multiplica por 100 la oferta de dinero y que, como reacción, los comerciantes multiplican los precios por 10.000. En esas condiciones, podría darse la circunstancia de que los ciudadanos no contaran con efectivo suficiente para hacer las mismas compras que venían haciendo antes del aumento de precios; es decir, podría darse la circunstancia de que hubiese carestía de efectivo para pagar los mismos bienes que antes de la inflación sí podían pagar.
Eso es lo que está ocurriendo en Venezuela: la multiplicación de la oferta de dinero da lugar al hundimiento de su demanda como activo financiero y, por tanto, a una multiplicación de los precios muy superior al aumento previo de la oferta. ¿Consecuencia? El dinero escasea para efectuar muchos de los pagos que antes de multiplicar su oferta podían practicarse con normalidad.
La escasez de dinero en Venezuela no es una prueba de que el gobierno ha impreso muy poca moneda, sino de que ha impreso demasiada y, sobre todo, de que se espera que vaya a imprimir mucha más.