Por Francisco Moreno
“La ayuda a los refugiados es una obligación”. Frank-Walter Steinmeier (ministro de AA EE alemán).
“Necesitamos que lleguen al menos dos millones de inmigrantes cada año para revertir la tendencia de envejecimiento de Alemania”. Herwig Birg.
El asilo en tiempos de conflicto o persecución no es algo baladí; es una de las instituciones más preciadas de nuestra civilización occidental. Casi podríamos decir que es una de las muchas características que distingue a Occidente de lo que no lo es.
“Refugiados” acogidos en Oriente Medio
El mayor número de refugiados que acuden en estos momentos a Europa procede de Siria en donde se dan conjuntamente en su interior tres de las peores circunstancias imaginables (dictadura hereditaria, guerra civil y totalitarismo del estado islámico).
Turquía, Líbano y Jordania son, por ese orden, los tres estados vecinos que más sirios acogen. En concreto el Líbano ha visto aumentada su población en un 25% por esos masivos desplazamientos forzosos de personas procedentes de Siria. En el Líbano sí que hay una verdadera crisis humanitaria. Sin embargo no es propiamente de refugiados tal y como en Occidente la entendemos: en los países de Oriente Medio tanto sirios como palestinos, afganos o iraquíes están recluidos en asentamientos en los que se les condena a tener una existencia pasiva (no disfrutan de ciertos derechos de propiedad, ni se les concede casi nunca permiso de trabajo, ni pueden ejercer actividad emprendedora alguna).
En aquella zona del planeta a los llamados refugiados de alguna forma se les amontona y estabula en recintos cerrados a la espera de que cese el conflicto en su lugar de origen para regresarlos de donde vinieron. No es extraño, pues, que sirios y otros árabes “acogidos” allí quieran continuar su trayecto vital a otros lugares donde sí tengan un mejor futuro rumbo a Reino Unido, Europa escandinava, Austria y, sobre todo, Alemania. Destinos todos ellos de libertad, civilización y prosperidad.
La anterior ola de refugiados en Alemania
Los diarios no dejan de repetir de forma alarmista que Europa se enfrenta a la mayor ola de refugiados desde la 2ª GM. Parece que se olvidan de la gran ola de refugiados que se produjo en el continente a principios de los 90 a raíz de la guerra de los Balcanes cuando se desmembró la antigua Yugoslavia.
Aunque proporcionalmente a su población las autoridades suecas realizaron (y realizan) el mayor esfuerzo de acogida, Alemania fue (y sigue siendo en la ola actual) el país que numéricamente atiende a más refugiados. El antiguo artículo 16 de la Constitución de 1949 de la RFA ya recogía la institución del asilo de manera impecable antes que la Convención de Ginebra. Su inspiración liberal sirvió de referencia en derecho comparado y permeó desde entonces toda la legislación y ulteriores modificaciones al respecto en el país germano.
Entre 1990 y 1993 las autoridades alemanas tramitaron aproximadamente un millón doscientas mil solicitudes de asilo, la mayoría procedentes de los Balcanes Occidentales durante los peores años de su conflicto armado (solo en 1992 se registraron unas 438.000). Con la nueva ola de refugiados de hoy día, procedentes en su mayor parte de Oriente Medio, Alemania llevaba registradas hasta julio de este año unas 218.000 solicitudes de asilo.
La mayor parte de las solicitudes se deniegan
La institución del asilo no ha resuelto nunca, ni pretende resolver la situación angustiosa de todos los afectados por conflictos o persecuciones. Necesariamente tiene que ser una ayuda limitada. Pero una cosa es eso y otra es impedir el acceso de forma exagerada o prefijar unas cuotas de refugiados anuales excesivamente cicateras con el pretexto de evitar un efecto llamada.
No todas las solicitudes de asilo, además, se aprueban. El estatuto de refugiado se acaba concediendo solo a un porcentaje de solicitudes (entre un 10 a un 40%). Podemos decir que se reconocen como refugiados a los que no hay duda de ello. Los gobiernos suelen fijar también un techo anual de refugiados. En teoría los no admitidos deben ser expulsados sin embargo lo que sucede en la práctica es que, aunque no se tenga acordado el estatuto de refugiado, se recurre el expediente y queda uno en precario en el país a la espera de la resolución definitiva. Pese a que su permanencia es tolerada por las autoridades, persiste en todos la pesadilla de ser deportados en cualquier momento.
En la marea actual Alemania había reconocido tan sólo a 22.500 refugiados hasta julio de 2015 (quedando pendiente la resolución de unas 196.000 solicitudes). ¿Por qué se habían resuelto tan pocas? Fundamentalmente, por una mala regulación europea.
Contraproducente protocolo europeo de Dublín
Bajo las actuales reglas existentes de la UE, los refugiados tienen que solicitar asilo necesariamente en el primer país del espacio Schengen en el que entran y se registran por primera vez. Caso de solicitarse el estatuto de refugiado posteriormente en otro sitio será devuelto al país donde inicialmente se le tomaron sus huellas y datos. Esta normativa se ideó con la finalidad de evitar la práctica muy común entre refugiados de solicitar asilo en varios países europeos para aumentar las posibilidades de obtenerlo en alguno de ellos. La consecuencia inevitable de esta regulación es que en estados con grandes fronteras exteriores, como Italia, Grecia o Hungría, quedan atrapados allí un gran número de aspirantes a refugiados que no pueden proseguir rumbo a su lugar de preferencia final.
Se producen, por tanto, enormes cuellos de botella en Italia (refugiados de Libia), en Grecia y Europa del Este (refugiados de Siria, Irak y Afganistán) no dando abasto sus administraciones para tramitar todas las solicitudes que se acumulan. Se han visto completamente desbordadas. Algunos refugiados aguardan pacientemente meses o incluso años a que su expediente administrativo se resuelva; otros emprenden su camino como buenamente pueden. El sistema de asilo europeo está colapsando por ineficiente.
Mientras, continúan llegando a Europa refugiados sobre todo por el Mediterráneo. Según la Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR), el número de emigrantes y refugiados clandestinos que han llegado al continente por mar en lo que llevamos de año es de unas 295.000 personas. Los arribados a Grecia han alcanzado las 181.000 personas y los registrados en Italia, 108.000. Estos viajes furtivos de los huidos por el Mare Nostrum son todos peligrosos y se ponen a merced de las mafias ante la inexistencia de rutas legales para ejercer el derecho de asilo. Otro dato para nuestros nativistas: por el estrecho de Gibraltar apenas cruza el 2% de toda la emigración clandestina en Europa.
Ángela Merkel se salta la normativa europea
A finales de agosto de este año 2015 sucedió algo sorprendente en Alemania: la Oficina Federal de Migración y Refugiados (BAMF, por sus siglas en alemán) aprobó un decreto interno por el cual dejará de reenviar a los peticionarios de asilo hacia los países donde primeramente se registraron en la UE. Este incumplimiento en toda regla tuvo que venir necesariamente de su gobierno pues la mentalidad del funcionariado alemán es incapaz de saltarse una norma a la torera. Su burocracia es una de las más complejas del mundo. Para todo hay formularios y todo está regulado de manera minuciosa. Sin embargo ante la llegada masiva de refugiados, el encorsetamiento que suponía la regulación del sistema de Dublín -que chocaba frontalmente con la tradición liberal de derecho de asilo en Alemania- hizo que estallara por los aires.
La austera de Merkel, la campeona de los recortes, la vilipendiada constantemente y acusada por la prensa de izquierdas y keynesiana de todos los males de la UE, ha tenido las agallas suficientes para afrontar el problema de cara. Tal vez porque los gobiernos germanos (el actual y el precedente) han evitado en los últimos años endeudarse en exceso y porque han hecho las reformas estructurales necesarias sin dilapidar el dinero de sus contribuyentes en cosas innecesarias, ahora pueden hacer lo correcto.
El país teutón ha sido el primero en dejar de aplicar unilateralmente los ineficaces protocolos de Dublín. Esta nueva política facilitará el proceso de asilo a gente vulnerable para encontrar seguridad y estabilidad más rápidamente. Esa es la razón por la que los refugiados que llegan a Grecia, Macedonia, Serbia o Hungría no desean quedarse allí y continúan dirección a Alemania. Con ello es probable que para finales de 2015 se alcancen o incluso se superen las cifras de solicitudes de 1992.
La sociedad civil alemana se vuelca con los refugiados
Las encuestan reflejan que una mayoría de la población alemana está conforme con dar protección a más refugiados y opinan que su país no tendrá problemas en absorberlos. Alemania ha cambiado mucho desde los años de su propia posguerra; la inmigración se ha convertido ya en algo cotidiano y normal allí. El presidente alemán, Joachim Gauck- ha hablado de una unión en la diversidad (Einheit der Verschiedenen), lo que supone un reconocimiento oficial de que la coexistencia de diferentes culturas no solo ha sido posible sino que ha supuesto un enriquecimiento para la sociedad alemana.
Debido al goteo diario de llegada de refugiados, y ante las carencias de la atención pública, miles de alemanes y organizaciones privadas por todo el país se han autoorganizado y se han ofrecido como voluntarios para ayudarles en sus necesidades más perentorias, poniendo en marcha todo tipo de iniciativas a través de las redes sociales. La respuesta espontánea de la gente está siendo abrumadora por toda Alemania. Buena parte de los Länder y sus ayuntamientos ya están también desplegando medios conjuntos para otorgar ayudas y habilitar centros de acogida y de refugios.
Reacciones nativistas muy mediáticas
Este admirable comportamiento de la sociedad alemana está siendo empañado por reacciones de protesta y amenazas de, por el momento, una minoría que deja traslucir los previsibles temores nativistas de siempre. También en la pasada oleada de refugiados de los Balcanes hicieron su aparición reacciones neonazis de todo pelaje. Se hablaba entonces de una saturación de refugiados que huían de la guerra de Yugoslavia. La situación era incluso más tensa en ese momento porque muchos de los alemanes del Este habían perdido su trabajo después de la reunificación. Todo aquello quedó finalmente diluido aunque se le diera mucha relevancia mediática en el mundo. Los medios adoran este tipo de noticias pero es de esperar que en esta ocasión suceda lo mismo que antes y quede en algo anecdótico.
Buena parte de las actuales manifestaciones contrarias a los nuevos refugiados provienen irónicamente de poblaciones situadas en la antigua RDA, las que sufrieron las privaciones y restricciones sin cuento del comunismo en sus propias carnes. Además, el movimiento pionero de protesta Pegida surgió inicialmente en Dresde; precisamente allí tan solo un 0,4 de su población es musulmana. Se confirma así que se teme lo que se desconoce. Más de tres millones de turcos llevan ya integrados en Alemania desde hace lustros. La nueva convivencia con cientos de miles de nuevos musulmanes árabes y africanos va a ser todo un desafío para probar los límites de la tolerancia del conjunto de la sociedad alemana.
Los mayores peligros para el refugiado están en otra parte
Pese a la existencia de estas amenazas larvadas de los nativistas, los mayores escollos se encuentran en la propia legislación alemana que impone barreras de acceso del refugiado al mercado de trabajo. Pese a que de un tiempo a esta parte las leyes migratorias de Alemania se han ido suavizando a favor del inmigrante y del refugiado (menores trámites para solicitar asilo, menores plazos para la obtención de ciudadanía, posibilidad de conservar la doble nacionalidad, etc.) todavía persisten algunas trabas muy relevantes que dificultan al refugiado su integración en el país.
Incomprensiblemente siguen en vigor reglas como la de dar prioridad a alemanes o europeo antes de ofrecer un empleo concreto a un refugiado (Vorrangprüfung), la que prohíbe a los refugiados salirse de los límites de la municipalidad donde se haya solicitado el asilo (Residenzpflicht), la que no permite trabajar al refugiado en sus primeros nueve meses en Alemania o aquellas otras que exigen laberínticos procesos de convalidación de estudios o de cualificaciones profesionales realizados en el extranjero. Es de esperar que desaparezcan antes o después para ampliar las oportunidades de empleo para el refugiado.
Repensar la institución del asilo
La llegada de refugiados no son un problema (más bien son un desafío), ellos y sus familiares son los que tienen el problema. Las sociedades desarrolladas pueden absorber a muchas más personas de las que en estos momentos reciben. Se trata de abrir de forma temporal y ordenada un poco más la mano bajo circunstancias excepcionales; no de derribar las fronteras. Algunos políticos europeos actuales no están a la altura de la civilización a la que representan; por el contrario los de Alemania y Suecia, sí. El asunto del otorgamiento de asilo a los refugiados va a ser sin duda uno de los mayores retos en los próximos años para el proyecto europeo. Los países del Este, Reino Unido, España y Portugal no parece que vayan a aceptar de buen grado el aumento en las cuotas que implica el reparto proporcional de refugiados que propone Alemania a todos sus socios europeos. Está por ver si la paralizante burocracia europea va a poder coordinarse adecuadamente para establecer unas eficaces y eficientes políticas comunes en materia no solo de asilo sino también de inmigración en general.
El refugiado no quiere compasión, busca ante todo seguridad y, luego, estabilidad mediante el trabajo; exactamente igual que le sucede al llamado inmigrante económico.
En cualquier caso, Alemania ha hecho algo grande para el porvenir de los refugiados sirios (también con los solicitantes de asilo ucranianos, kosovares, sudaneses o eritreos). Tal vez lo sea también para el destino de la propia Europa. No me cabe duda de que dichos refugiados serán integrados en el inmenso mercado alemán pese a sus dificultades iniciales. Uno siente sincera admiración hacia un país así y sus instituiciones. El resto de naciones europeas debieran seguir el ejemplo alemán.
Nuestro paradigma socialdemócrata nos induce a pensar que el refugiado (o inmigrante en general) es una carga. Es normal pensar así pues nos hemos dado un mastodóntico Estado del Bienestar y con la llegada masiva de solicitantes de asilo necesariamente estresa las costuras de los presupuestos públicos dedicados a mantenerlo. Tal vez ha llegado el momento de repensar no solo la institución del asilo sino también los límites de nuestro actual Estado benefactor. El inmigrante podría entonces verse como lo que es en realidad: un activo para nuestras envejecidas poblaciones europeas.
(Este comentario es parte de una serie acerca de los beneficios de la libertad de inmigración. Para una lectura completa de la serie, ver también I, II, III, IV, V, VI, VII, VIII, IX, X, XI, XII, XIII, XIV, XV, XVI, XVII, XVIII, XIX, XX, XI, XII, XXIII, XXIV, XXV, XXVI y XXVII)