Por Enrique Fernández García
Caido del Tiempo
No sólo se adula a reyes y poderosos; también se adula al pueblo. Hay miserables afanes de popularidad, más denigrantes que el servilismo.
José Ingenieros
En el universo de la demagogia y los discursos intelectualmente desechables, no existe término que lo supere. Es verdad que, con los partidos de masas, el empleo del vocablo ganó intensidad, asediándonos cuando llegan las elecciones. No interesa que se trate de un cargo insignificante, una minucia dentro del aparato gubernamental; su pretendiente hablará al respecto. Él tomará un micrófono y, a voz en cuello, proclamará que es una criatura de las masas, su intérprete o, por lo menos, quien puede inmolarse para favorecerlas. Por desventura, estas tonterías se contagian a otras organizaciones. En efecto, los supuestos detractores del populismo son asimismo proclives a cometer esos absurdos. No aludo a una simple mención de su importancia; cuestiono la divinización, un encumbramiento que es del todo criticable, pero también peligroso. Con facilidad, se olvida que su invocación equivale al llamado a monstruos de género infernal.