Por Guillermo Arosemena Arosemena
Entre 1963 y 1967 viví en Washington DC y presencié numerosos homenajes y reacción de los habitantes a jefes de Estado. Ninguno se compara a la bienvenida recibida por el papa Francisco. Desde su llegada a EE.UU., ha tenido un trato rara vez visto en la historia de las relaciones internacionales de ese país. El presidente y vicepresidente con sus respectivas familias lo recibieron en el aeropuerto Andrews Base. Se embarcó en un Fiat, rehusó las grandes limusinas usadas por los dignatarios. La bienvenida a la Casa Blanca no pudo ser más calurosa, llena de admiración y respeto. Los empleados estuvieron presentes en la partida.
Las calles por donde pasó la caravana en ruta al Congreso, se colmaron de decenas de miles de personas de toda edad; querían ver y tomar fotos al papa.
En el Congreso estaban todos los poderes del Estado y los más altos representantes de las fuerzas armadas. Los presentes fueron advertidos de no aplaudir, pero se oyeron ovaciones. Su discurso fue magnífico, a través de resaltar valores y principios que deben tener gobierno y sociedad, trató temas controversiales para demócratas y republicanos.
Francisco dio a los políticos su visión de la responsabilidad de EE. UU. frente al mundo. Incluso habló de la importancia de que usen la tecnología en favor de la humanidad. Con fuerte acento pero excelente vocalización, terminó su discurso con la expresión Dios bendiga a América, usada por los presidentes cuando concluyen sus intervenciones.
Dentro del Congreso recorrió los lugares más importantes y centenares de empleados lo esperaban para saludarlo y fotografiarlo. A la salida, desde un piso superior se dirigió a la multitud, decenas de miles de personas lo esperaban. Se veía a legisladores tomándole fotos; luego se dirigió a la Iglesia St. Patrick para almorzar con desposeídos.
EE. UU. no es país mayoritariamente católico; recién en 1960, más de ciento setenta años después de haberse independizado tuvo un presidente católico.
Estoy orgulloso como católico de tener al papa Francisco. Pasará a la historia, junto a Juan Pablo II, como uno de los grandes pontífices.