Por María Zaldívar
La ciudadanía habla, no muy seguido, pero habla. El domingo habló. Y a los dirigentes políticos que le ofrecieron como plato único la oposición dividida les dijo “no”. Cuando el temor a la continuidad del kirchnerismo ganaba la calle, el debate giró en torno a adoptar o no el modelo venezolano de unidad en la diversidad con la mirada puesta en sumar para hacer frente al adversario común. Mauricio Macri, entonces, apuró un entendimiento con Elisa Carrió y con un sector del radicalismo y entre ellos optaron por cerrar allí las posibilidades.
Mientras tanto, el peronismo desencantado con el estilo autoritario de Cristina y los suyos crecía, y encontró en Sergio Massa un referente. Su desprendimiento del kirchnerismo, hace apenas algo más de dos años, se inauguró con un contundente apoyo popular en las urnas que dio por tierra con las ilusiones reeleccionistas de la Presidente. Ese día, Sergio Massa se constituyó en el principal enemigo político del Gobierno por aquello de que “No hay peor astilla que la del mismo palo”. Hoy, tras las elecciones del domingo pasado, mientras clausura toda posibilidad de entendimiento con Daniel Scioli, confirma su decisión de terminar con el kirchnerismo y se erige en la llave para su concreción. Porque a pesar de la euforia que reina entre la militancia y los simpatizantes de Cambiemos, aún falta.
En un escenario de peronismo y antiperonismo creciente, en el que se venía exacerbando un enfrentamiento explícito en la sociedad revoleándose culpas mutuas, el ex intendente de Tigre creó un espacio para esos muchos que las dos principales fuerzas políticas en existencia expulsaban. Una porque exige militancia de alfombra, la otra porque sobreactúa una pureza interna que implica numerosas exclusiones.
Massa propuso competir en la interna abierta de agosto en igualdad de condiciones con Mauricio Macri, Elisa Carrió y Ernesto Sanz y que los votantes decidieran los liderazgos. Los motivos que hacían lógico el ofrecimiento eran varios: ya habían sido socios con el PRO en una elección anterior y todos transitaban el andarivel del rechazo al kirchnerismo. La flamante alianza Cambiemos se negó. Tal vez habrán soñado en silencio, como el kirchnerismo, con neutralizarlo. Pero Massa se quedó. Y sus votantes con él.
Sigue sin explicación por qué el radicalismo y el PRO, que alientan y apoyan la unidad de la oposición en Venezuela, la rechazaron en nuestro país. Esa decisión dividió el voto no K y puso al país en la disyuntiva de elegir y, ante el riesgo, no del todo ahuyentado, de más kirchnerismo.
Pero el domingo 25, en las urnas, el ciudadano con su voto dinamitó aquella estrategia elegida por Cambiemos, que impuso a la sociedad tras un acuerdo de dirigentes. Hoy debe reconocer la existencia de las cinco millones de personas que siguen reclamando el diálogo.
Claro que este diálogo que se abre contrarreloj va a sonar infinitamente menos auténtico que si hubiese sido voluntario. No lo será: Mauricio Macri hoy está obligado a atender el reclamo, no de Sergio Massa, sino de esos votantes, porque se lo imponen los acontecimientos. La derrota del kirchnerismo en el ballotage del 22 de noviembre depende de eso.
Es posible que se logre acercar posiciones y el objetivo de máxima, esto es, jubilar al régimen, finalmente se alcance. Pero esta negociación de apuro y a desgano será muchísimo menos fructífera que una voluntaria.
Preocupa entender por qué se la rechazó de entrada. Y preocupa cuánto de oportunista tenga este novedoso acercamiento. La dirigencia política tiene que distinguir la diferencia entre sus preferencias personales y las responsabilidades políticas del liderazgo.
Que Cambiemos no haya visto el caudal de gente que quería la unidad frente a la amenaza preocupa. Se trataría de un enorme error de diagnóstico, aunque es preferible creer que se equivocó a que lo detectó y aun así eligió ignorarlo.
Son preguntas que merecerían respuestas, pero, casi como destino, la Argentina vuelve a correr tras lo urgente postergando lo importante. Ahora es el tiempo de buscar entendimientos, de sumar y, finalmente, de hacer lo que no se hizo: dialogar, porque de lo otro ya tuvimos de sobra.