Por Roberto Cachanosky
La estrategia del kirchnerismo parece bastante clara. Por un lado deliberadamente distorsionaron todos los precios relativos (tipo de cambio, tarifas de los servicios públicos, etc.) además llevaron el gasto público hasta niveles récord junto con la carga tributaria, pero el aumento del gasto fue tan grande que hay déficit fiscal, lo cual lleva a una expansión monetaria del orden del 40% anual generando el agudo proceso inflacionario que vivimos. Y, como frutilla del postre, dejan el cepo y un Banco Central sin reservas libres.
Por otro lado, lanzaron la campaña del miedo según la cual, si ganaba Macri prácticamente se venían las diez plagas de Egipto. Esto es, en esencia lo que hizo el kirchnerismo fue dejar todo el campo minado, meter a la sociedad en el medio de ese campo minado y decir que si Macri intenta sacar a la gente del campo minado y explota todo en cadena, la culpa es de Macri.
La trampa mayor está puesta en el flanco fiscal porque es necesario eliminar el déficit para frenar la inflación, pero cualquier cosa que se haga al respecto caerá la denuncia de salvaje ajuste, aunque ello implique invitar a los militantes de La Cámpora a que vayan a trabajar.
Sin embargo, el desafío no es solamente actuar como bomberos a partir del 10 de diciembre para apagar el incendio que dejará 12 años de kirchnerismo, también hay que empezar a torcer décadas de decadencia económica argentina fruto del populismo que llegó a su máxima expresión entre 2013 y 2015.
Pero, a mi juicio, sería un error enfrentar esta crisis que deja el populismo k como una crisis aislada. Es, a mi entender, una crisis más dentro de un largo proceso de decadencia. Si fuese una crisis aislada se la trata como tal. Diferente es el caso si uno entiende que esta es una crisis pero dentro de un largo proceso de degradación económica.
Tomando como referencia los datos de Angus Madisson que llegan hasta 2010 en dólares constantes, podemos ver que en la década del 40 la Argentina tenía un ingreso per cápita de U$S 4.592, contra España que tenía U$S 2.151. En 2010 la Argentina tenía un ingreso por habitante de U$S 10.256 y España trepaba a U$S 16.797. Tomando el mismo período de comparación, Irlanda tenía U$S 3.106 versus los U$S 2.151 nuestros y en 2010 Irlanda llegó a los U$S 22.013. Para no aburrir al lector con más números, encontramos resultados similares si nos comparamos con Canadá, Australia, Italia, Corea, Taiwan y Hong Kong por citar algunos países. En todos los casos nos pasaron como poste caído. Nosotros nos quedamos y muchos países crecieron a un ritmo vertiginoso. Incluso aquellos que, con soberbia, solíamos mirar por encima del hombro hoy disfrutan de un ingreso per cápita mayor al nuestro.
Si uno tiene en claro esta larga decadencia argentina, queda en evidencia que el problema heredado no se arregla solamente retocando el tipo de cambio, las tarifas de los servicios públicos o haciendo algunas correcciones en el sistema tributario. La realidad es que los fundamentos institucionales del país están tan podridos de populismo, que se hace imposible reconstruir la economía argentina sobre estas bases. Hay que cambiar esos fundamentos institucionales, que no es otra cosa que cambiar las reglas de juego.
Se requiere, a mi juicio, entonces, un doble plan económico que tiene que estar perfectamente ensamblado uno con el otro. Por un lado un plan económico que permita salir del campo minado que nos paraliza y no nos permite progresar y, por otro lado, un plan económico de largo plazo que nos permita entrar en una senda de crecimiento de largo plazo.
Ello implica cambiar los valores perversos que imperan en la sociedad y que fueron potenciados por estos 12 años de populismo k. Me refiero a esa cultura que impulso el kircherismo de que unos tienen derecho a vivir del trabajo ajeno. A negar la más elemental noción de economía como es que para poder consumir primero hay que producir, y que para alcanzar mayores niveles de producción hace falta invertir. Y que la inversión solo aparece cuando no se ataca la propiedad privada con impuestos, regulaciones y demás mecanismos que utiliza el estado para violar el derecho de propiedad.
Tenemos que entender que la Argentina tiene que ser competitiva en materia impositiva para atraer inversiones y que también tiene que desregular la economía para generar inversiones competitivas que atiendan las necesidades de los consumidores. Inversiones que puedan abastecer el mercado internacional porque son eficientes y pueden competir. Es decir, salir de esta lógica de barrio que impulsa el kirchnerismo según la cual tenemos que darle la espalda al mundo y producir solo para el reducido mercado interno.
El kirchnerismo deja un verdadero campo minado que puede evitarse y debe evitarse para no seguir en este populismo. La habilidad del nuevo gobierno estará en lograr un plan económico que apague el incendio que dejan y, al mismo tiempo, cambie el rumbo de esta decadencia. Enfrentar y controlar lo coyuntural y, al mismo tiempo, poner las bases sólidas de lo estructural para ser lo que fuimos cuando en nuestro país imperaron los principios de la constitución nacional de 1853/60. Esa constitución que hizo que nuestros abuelos vinieran a estas tierras a trabajar y a ninguno se le pasaba por la cabeza la idea de vivir a costa del trabajo ajeno.
Dicho más sencillamente, hay que reconstruir las instituciones para lograr algo tan obvio como es recrear la cultura del trabajo, cultura que se perdió en el largo período populista que hundió a la Argentina.