Por John Lyons y David Luhnow
The Wall Street Journal

Plaza de los Tres Poderes, en Brasilia, durante la inauguración de la ciudad en 1960.
Cuando se inició la construcción de Brasilia en 1956, el proyecto de la nueva capital anunciaba en todos sus aspectos las ambiciones de Brasil de convertirse en una potencia mundial. Los palacios de líneas futuristas diseñados por el arquitecto Oscar Niemeyer encarnaban las esperanzas de una modernidad utópica. Levantada en apenas 41 meses, Brasilia tiene una planta en forma de avión, un aparente símbolo de la impaciencia del país por levantar vuelo.
Sin embargo, la brillante nueva capital era, en realidad, un monumento al pasado. A pesar de su atractivo modernista, Brasilia fue una expresión más del largo y problemático apego del país al concepto de un gigantesco estado paternalista, gestor de los asuntos de toda la sociedad, desde las empresas más grandes hasta los ciudadanos más pobres.