Por Alberto Benegas Lynch (h)
Si se simpatiza con un gobierno, lo peor es constituirse en un aplaudidor empedernido. La crítica resulta fundamental al efecto de corregir errores. Es evidente que los políticos en funciones, si quieren mantenerse en el cargo, deben adaptar su discurso a lo que la opinión pública pueda digerir. Si se desvían de las ideas y propuestas que reclama la gente, los funcionarios estatales pierden apoyo en las urnas y deben desaparecer de la escena.
Para modificar la tendencia de las políticas vigentes en cualquier parte, es imperioso modificar la tendencia educativa al efecto de que se comprenda y se acepte lo que se considera más apropiado. En esa línea argumental repetimos lo dicho por el marxista Antonio Gramsci en cuanto a que el resto se da por añadidura si se influye en la cultura y la educación. Este consejo clave se aplica a cualquier tradición de pensamiento. Si se desea contar con una sociedad libre es indispensable preocuparse y ocuparse de la educación como el único modo de que los políticos, respondiendo a esa demanda, ajusten y articulen sus discursos en esa dirección.
Pero están los que creen en milagros y confían ciegamente en que la faena la harán los políticos sin haberse tomado el trabajo de contribuir en el campo educativo, ya sea aportando sus recursos o su tiempo para tal fin. Estos sujetos son bipolares que pasan de la euforia a la depresión, lo primero cuando asume un gobierno con el que estiman hay concordancia y lo segundo cuando fracasan en gran medida merced a los aplaudidores ajenos a la capacidad crítica. El fracaso ocurre cuando se pierde el sentido crítico para influir sobre el pensamiento de los demás en la esperanza de enderezar lo que viene sucediendo.
Los aplaudidores son los primeros en traicionar a los que con tanto entusiasmo apoyaban sin el menor reparo ni pudor. Son los que al menor barquinazo afirman que el país en cuestión no tiene arreglo y bajan los brazos o se mudan a otro país para así usufructuar de los trabajos educativos que otros han realizado pero, nuevamente, para repetir el mismo recorrido que desemboca en el mismo escenario.
Generalmente cuando se habla de educación, los interlocutores sostienen que es una faena que opera en el largo plazo, sin ver que cuanto antes se comience, mejor. Si se hubiera empezado antes ya se estaría en el largo plazo.
En este contexto al referirnos a la educación aludimos a los principios éticos, económicos y jurídicos de la libertad basados en el consiguiente respeto recíproco. Años de prédica populista han degradado aquellos principios.
Es curioso pero los aplaudidores aun declarándose partidarios de una sociedad abierta sostienen que un gobierno puede tener éxito manteniendo todos los organismos creados y administrados por regímenes populistas. Piensan equivocadamente que se trata de contar con burócratas buenos y desestiman el peso del sistema.
Finalmente, señaló la contradicción de aplaudidores que detestan la corrupción al tiempo que aceptan aparatos estatales elefantiásicos que precisamente provocan la discrecionalidad del poder.