La receta keynesiana consiste en aumentar el gasto fiscal en periodos de desaceleración económica para contrarrestar la desaceleración. Tal medida por supuesto funciona en el corto plazo, hasta que se acaban los recursos. Imagine que sus ingresos, ya sean por salarios si es empleado, o por ganancias si es empresario, se reducen a la mitad. Ante tal situación lo prudente es que sus gastos personales también se reduzcan, pero el keynesianismo aboga por aumentarlos. Usted los puede aumentar, pero a costa de acabar con sus ahorros, para luego obligatoriamente tener que sufrir una reducción aun mayor del gasto y quedar descapitalizado.
¿Por qué a pesar de este ejercicio de sentido común el keynesianismo ha triunfado en todo el mundo? Por los incentivos perversos que existen en el sistema político. Si usted sufre una caída de sus ingresos, ajusta sus gastos porque quiere preservar su patrimonio; en juego están su prosperidad y bienestar de largo plazo. La diferencia entre usted y el Estado es que usted gasta o malgasta su plata, en cambio quienes manejan el Estado gastan plata ajena y no tienen casi ningún incentivo, aparte de la conciencia y la moral, para no gastarla.
En épocas de crisis económica el electorado presiona al sistema político por soluciones. La solución más sencilla, práctica y efectiva es gastar, aumentar el endeudamiento y paliar así la desaceleración. Los políticos que hacen esto ganan popularidad, quienes no lo hacen ganan rechazo y antipatía. La plata no es de ellos, y probablemente cuando se acabe, quizá en 5 o 10 años más, ellos ya no estén en funciones, entonces, ¿por qué ganarse la antipatía de la gente, si podemos incluso mejorar nuestra popularidad gastando dinero que no es nuestro a cambio de generar un problema que tendrá que ser resuelto muchos años después y por otras personas? La tentación es demasiado grande para que un político no sea keynesiano, más aun cuando tiene una plétora economistas y analistas diciéndole que lo que está haciendo es correcto.
Si a eso le sumamos que la corrupción y el robo son más fáciles de llevar a cabo cuanto mayor sea el gasto que ejecutemos, entonces un político tiene que ser loco o imbécil (o demasiado honesto, tanto intelectual como materialmente) para no ser keynesiano.