
Por Enrique Fernández García
Caido del Tiempo
A veces creo que los buenos lectores son cisnes aun más tenebrosos y singulares que los buenos autores.
Jorge Luis Borges
La muerte suele ser indulgente con quienes absorbe. Los cuestionamientos en torno al difunto pierden fuerza, incluso sensatez, cuando llega la última respiración, cesando funciones y extinguiendo el paso por este mundo. Si esta relajación del espíritu crítico es lo usual entre familiares, así como amistades cercanas, puede presentarse asimismo al examinar a quien, por distintas causas, consideramos importante para nuestro crecimiento. Sin embargo, hay méritos que no pueden ensombrecerse. No pienso únicamente en los individuos que, debido a sus actuaciones, han orientado mis juicios, contribuyendo a la formación de una determinada conciencia ética. Ellos son relevantes, sin lugar a dudas, al igual que los intelectuales, esos mortales dispuestos a trabajar para terminar con el achabacanamiento en política. Sin embargo, me interesa también otro fenómeno. Aludo a una condición que acompañó al ya finado Ricardo Piglia durante su feraz existencia, a saber: la de lector infatigable. Un atributo que su fallecimiento impone para la reflexión.