Por Gabriel Gasave
Revista Comercio, Guayaquil
En apenas unas semanas, los ecuatorianos tendrán la oportunidad una vez más como ciudadanos de hacer aquello que como consumidores les ha estado vedado desde hace una década: elegir libremente. Este 19 de febrero escogerán a quien será su presidente durante los próximos cuatro años, una magnifica posibilidad para quebrar de una buena vez el pernicioso derrotero que el país ha tomado.
Aquello que ni los volcanes ni los terremotos han logrado causar, parecería que diez años de desaciertos estuviesen a punto de lograrlo. Según el informe del Banco Mundial, “Haciendo Negocios 2016”, que mide entre otras cosas el peso de las reformas regulatorias en 189 países, Ecuador se ubica en el puesto número 117 en materia de un ambiente favorable para las empresas, requiriéndose pasar por doce trámites legales para abrir un negocio, los que expresados en tiempo le arrebatan a cada ecuatoriano con vocación emprendedora el equivalente a 50 días de su vida. En materia de comercio exterior, la tarea de cumplimentar todos los requisitos necesarios a fin de ingresar bienes al país demanda unas 120 horas. No sorprende entonces que una creciente corrupción haya sido la constante en los últimos años, pues como es sabido, cuanto mayor sea el papelerío necesario para llevar adelante una actividad comercial, creciente será también el número de burócratas dispuesto a poner precio a su facultad de hacer más llevadera la gestión.
En un contexto así, no es casualidad que en el ranking de las 500 empresas más grandes de Latinoamérica tan solo 3 firmas sean ecuatorianas y que buena parte de la actividad productiva del país opere en la informalidad.
Cabe señalar que las ideas y postulados puestos en práctica durante la última década, no representan ninguna novedad para este vapuleado país sudamericano. Desde los albores de su independencia, Ecuador se empecinó en preservar su legado dirigista español, manteniendo el sistema legal e institucional de la Corona, el cual implicaba en la práctica un verdadero castigo a la actividad productiva. En vez de abrazar el sistema económico de la libertad, la competencia y la autonomía individual para encarar cualquier actividad emprendedora, los líderes ecuatorianos conservaron el sistema mercantilista español, basado en una red de monopolios que asfixiaba a la gran mayoría de los sectores de la economía. En Ecuador, tradicionalmente el marketing fue sustituido por el lobby y desde el Estado se privilegió siempre a un sector de la ciudadanía en desmedro del resto, tornando así a la vida en sociedad en un juego de suma cero, en el cual por obra y gracia del burócrata de turno siempre alguien resultaba perjudicado en ese afán por beneficiar a los circunstanciales acólitos.
Esta penosa tendencia a tomar el rumbo equivocado encontró en el régimen actual a su continuador ideal, teniendo en cuenta que su principal exponente siempre expresó su admiración por el sistema imperante en Venezuela y su anhelo de hacer en Ecuador lo que Fidel Castro hizo en Cuba.
Es preciso rediseñar el tamaño y alcance del Estado ecuatoriano para que sea menor su peso sobre las espaldas de los contribuyentes. El populismo imperante ha distorsionado tanto el papel de las instituciones en la sociedad que muchos ya ven, por ejemplo, como algo normal que se destinen miles de dólares para una campaña televisiva en la que un energúmeno le enseña a la gente las bondades de abrazar un árbol, sin percatarse que si esos recursos hubiesen permanecido en los bolsillos de quienes los generaron con su esfuerzo, éstos podrían estar abrazando a aquellos seres queridos que nunca hubiesen tenido necesidad de emigrar de una nación empobrecida por la política que les cerró las puertas a una vida mejor.
Todavía se está a tiempo. Ecuador en modo alguno está inexorablemente destinado al subdesarrollo. Cada ecuatoriano, tiene en sus manos el resultado final de su destino, y en esta ocasión en especial los ciudadanos de a pie cuentan además de la papeleta comicial con otro gran aliado: el dólar. Una economía dolarizada ha sido la única salida que tuvo el país a comienzos del milenio para escapar de la hiperinflación y la agonía del sucre.
Es sabido que este verde corsé no se lleva bien con ningún modelo mesiánico que intente alocadamente aumentar el despilfarro público, sin previamente quitárselo de encima y provocar así un descalabro económico y financiero, razón por la cual hoy más que nunca los ecuatorianos deben recordar cómo eran aquellos tiempos, no tan lejanos, en los cuales una moneda “soberana” plagada de ceros les quitaba su propia soberanía individual aún respecto de los actos cotidianos más intrascendentes, debido al constante derretimiento del fruto de su trabajo. Recuerden como en épocas en que el suministro de la moneda tenía su imprenta en Quito, cada vez más lejos estaban de lograr la estabilidad y planificación personal de sus propias vidas.
Por supuesto que no faltarán quienes sostengan que la eliminación de la moneda nacional representó una vejación para el país, una pérdida de la soberanía nacional y un menoscabo para con su identidad y para con el “ser nacional”, además de un sometimiento al extranjero. Este tipo de manifestaciones y de frases huecas, que ni sus mismos expositores saben bien que significan, denotan un desconocimiento absoluto sobre el rol que una moneda tiene en la sociedad.
Para que el hecho de encontrarse en la mitad del mundo sea tan solo un eslogan turístico tendiente a hacer que gentes de todas partes visiten tan bello país, es necesario liberar la energía creadora de los ecuatorianos dotándolos de un marco institucional que garantice que todo aquel que quiera realizar una actividad productiva a fin de lograr una mejor calidad de vida para sí y los suyos, con el único límite de no violar idéntico derecho de sus semejantes, pueda hacerlo.
Por ello, el domingo de elecciones lleven consigo solo dos papeles, la boleta electoral de su preferencia y un dólar. Seguramente la mera posibilidad de perder el segundo determine a quién escojan en el primero.
Artículo publicado en la Revista Comercio editada por la Cámara de Comercio de Guayaquil en su edición de Febrero 2017.
El autor es Investigador Asociado en el Centro Para la Prosperidad Global en el Independent Institute y Director de ElIndependent.org.