Por Miguel Anxo Bastos Boubeta
Dinero y poder político han mantenido a lo largo del tiempo una extraña relación. No es este el sitio adecuado para analizarla con detenimiento pero sí el de resaltar que las distintas teorías monetarias, incluida la austriaca, siempre han sido elaboradas en un marco estatal y nunca analizando cómo sería el dinero en una situación de anarquía. Si bien ambas instituciones aparecieron por separado y de forma independiente, dinero y poder político no han dejado de estar unidos desde el momento en el que los gobernantes se dieron cuenta del potencial del dinero para incrementar su poder. Sea de forma indirecta, esto es, el gobierno usa un dinero originado de manera externa a él mismo para un mejor reclutamiento de tropas o de compra de lealtades, sea de forma directa, a través del monopolio estatal de la creación y respaldo del dinero con idénticos fines, el resultado de esta alianza ha sido el incremento lento pero constante del poder estatal.
De ahí que uno de los principales objetivos a medio plazo de cualquier anarcocapitalista (e incluso de liberales y minarquistas) sea el de la completa separación de dinero y Estado. En otros escritos analizamos el papel de las ideas en la creación de una mentalidad estatista, pues bien, la moderna idea de dinero no sólo es reflejo de esa mentalidad sino que contribuye mucho a crearla. Recordemos que el monopolio del dinero otorga al poder político cierta aura de omnipotencia al permitirle presentarse como salvador de la nación en momentos de crisis con la mágica inyección de enormes sumas de dinero que solventarían los problemas de tal o cual sector. Al mismo tiempo, el dinero es uno de los principales atributos de soberanía de un Estado, con el invento relativamente reciente de las monedas nacionales, de validez geográfica limitada. No es conveniente olvidar que ya desde el comienzo las monedas fueron usadas, además de por sus funciones naturales, como una sofisticada forma de propaganda política, pues ya desde sus comienzos incluían la efigie de dictadores, sátrapas y emperadores en su acuñación, dotándolas con su asociación con el dinero de atributos casi divinos. De hecho, esa práctica ha permanecido hasta el día de hoy en la mayor parte de los países del mundo.
Aparte del carácter simbólico del dinero, sería conveniente la separación de dinero y Estado por muchas otras razones, que tienen que ver con la calidad del dinero y con sus consecuencias sobre la sociedad a través de ciclos económicos e inflaciones (el deterioro del dinero socava enormemente el orden social, como bien nos recuerda Ferguson en su casi olvidado Cuando muere el dinero). La vieja frase de Lenin de que para acabar con el capitalismo el mejor procedimiento es acabar con la moneda es por desgracia muy cierta, y acabar con la moneda zarista con una hiperinflación fue una de sus primeras medidas.
El propio debate monetario, incluso entre liberales y libertarios, está plagado de elementos estatistas. Nuestros míticos debates sobre reserva fraccionaria, modos de banca, criptomonedas, etc. sólo tienen cabida en el marco de una sociedad estatista que establezca de modo compulsivo qué es y qué no es fraude. También los debates sobre cantidad de dinero o necesidades del comercio están siempre referenciados a un marco estatal, nunca a una sociedad anárquica. Es decir, son debates sobre cuál debe ser la constitución monetaria óptima en un Estado, al que damos tácitamente por supuesto en el debate. La literatura académica liberal quiere diseñar un sistema en el que no exista intervención estatal en el ámbito monetario, pero admite tácitamente que este sería en última instancia el garante de la justicia, la lucha contra el fraude y la garantía del cumplimiento de los contratos. En anarquía no existiría tal ente y el cumplimiento de esas funciones descansaría en el propio mercado.
Una de las consecuencias más positivas de una sociedad sin Estado es que estas disputas nuestras quedarían rápidamente zanjadas. Por ejemplo, sea o no un fraude, cualquiera podría establecer un banco con reserva fraccionaria sobre la base monetaria que entendiese oportuna (oro, billetes de banco, sellos, billetes de monopoly...) dado que no hay uso de fuerza y el fraude, de haberlo, no se podría a priori prohibir dado que si las personas desean contratar con ese banco serán muy libres de hacerlo. De la misma forma que una sociedad anarcocapitalista no podría impedir la existencia de todo tipo de vendedores de aceite de serpiente, crecepelos o santerías. De la misma forma en que el gran maestro Babú, quien deja su publicidad en el parabrisas de mi coche ofreciendo los remedios a todo tipo de males amorosos o económicos, no sería impedido de ejercer su comercio si es capaz de conseguir un local, las prácticas bancarias que no impliquen uso de violencia no podrían ser excluidas del mercado. Pero al igual que el gran maestro Babú no puede obligarme a contratar sus servicios, en una sociedad ancap el banco de reserva no puede obligarme a aceptar sus billetes como medio de pago si yo no quiero. Esto es, en una sociedad así no existiría el curso forzoso, ni todos los medios de pago cotizarían a la par como ahora acontece por decreto estatal. Tampoco existiría ningún tipo de garantía de depósito estatal y mucho me temo que tampoco sería posible que un pool de bancos realizase tal función, o cuando menos sería extraordinariamente difícil. Eso puede hacerse en un sistema bancario cartelizado como el actual que restringe el número de bancos en un determinado Estado a través de licencias. En un sistema anárquico los bancos solventes tendrían que provisionar fondos para atender las posibles necesidades de los menos solventes, sin que aquellos obtengan nada a cambio (en el sistema actual lo pueden hacer para defender “el sistema monetario”, esto es, los privilegios que el Estado les da, pero no tiene mucha lógica hacerlo en un sistema de libre mercado puro). La competencia, por consiguiente, sería mundial, y no sólo entre bancos sino entre estos, compañías de seguros, grandes empresas de distribución e, incluso, empresas de la economía digital, como algunas redes sociales o cualquiera con ganas de comenzar un negocio en este sector. El ciudadano normalmente estará feliz de pagar con billetes de este banco, lo que no sé es si lo estará a la hora de cobrar. Es decir, dada la opción entre una moneda de oro o un billete de reserva fraccionaria de la misma denominación, a la hora de cobrar dudo que fuesen aceptados a la par. Me temo que alguien tendría que aceptar un descuento. El mercado decidiría cuál, dado que, repito, no existiría obligación de aceptar ninguna de las dos como pago. Tampoco probablemente existiría una forma única de dinero, como es común en la actualidad. Olvidamos que los romanos subsistieron mucho tiempo con un sistema trimetálico (oro, plata, cobre) en competencia y en principio sin paridad forzosa entre ellos.
Existirían, por tanto, diversas formas de dinero en competencia (billetes, monedas metálicas circulantes, criptomonedas), favorecida esta, además, por el hecho de que al no existir Estados no existirían las presiones que estos ejercieron históricamente hacia la homogenización del dinero. Esto es, no habría un gran ente cobrador de impuestos en una determinada denominación o un gran ente pagador de sueldos y tranferencias también en una única denominación. Las monedas de los diversos territorios competirían entre si y, dentro del mismo territorio, los distintos emisores entre sí, exactamente igual que con cualquier otra mercancía. Si un dinero es de baja calidad será apartado del mercado y si es bueno (como en su momento los besantes bizantinos o los dinares del Rey Lobo de Murcia) se extenderá geográficamente e incluso podría llegar a convertirse en una suerte de patrón monetario de mercado libre. De la misma forma en que los fabricantes de bienes normalizan sus servicios por conveniencia o comodidad, terminarían imponiéndose dos o tres bienes como referentes monetarios. Intuyo que serían mercancías con valor intrínseco, del tipo del oro o la plata dado que no existiría ninguna instancia que garantice o establezca por decreto su valor, y estas han demostrado a lo largo del tiempo virtudes muy apreciables como monedas. Las criptomonedas podrian existir sin problema, pero probablemente perdiesen parte de su atractivo al no existir Estados de los que ocultarse fiscalmente, que es uno de sus principales atractivos en la actualidad.
Al no existir bancos centrales con la función de prestamistas de último recurso, estabilizar el ciclo o mantener el valor de la moneda, desaparecerá también la función distorsionadora que estos tienen sobre el precio del dinero, dado que no existirá un interés de referencia equivalente al actual tipo de redescuento. Los tipos de interés serán distintos para las distintas denominaciones o tipos de moneda, informando también parcialmente sobre las distintas calidades de las distintas monedas.
En una sociedad de este tipo la regulación sería más parecida a la Lex Mercatoria o a la regulación que rige en los mercados de bonos (si un país quiere que sus bonos sean aceptadados en determinados mercados financieros tienen que seguir las especificaciones que rigen en el mercado de Londres, nadie les obliga sin embargo a hacerlo, pues pueden intentar colocarlos en otros mercados) que a las actuales regulaciones financieras. Recordemos que el fragmentado mundo medieval operaba de una forma análoga y que contrariamente a lo que se acostumbra a pensar contaba con un corpus legal bastante homogéneo y con un par de monedas casi hegemónicas.
Por consiguiente, en un mundo anarcocapitalista podrá ser moneda cualquier cosa y, por tanto, casi ninguna cosa logrará serlo, sólo las más capaces. También cualquier persona podrá emitir dinero y, de esa manera, casi nadie conseguirá hacerlo. Y cualquier persona podrá ser sujeta a estafa, dado que no existirá ningún Estado que prohíba o garantice la sanción de los contratos y, por esto mismo, y principalmente por esto, casi nadie será estafado en el ámbito monetario, a diferencia de lo que hoy acontece, pues el Estado ha expropiado los mecanismos de mercado que lo impedirían, entre ellos, muy principalmente, nuestra propia cautela, nuestra previsión y nuestra responsabilidad.