Por Álvaro Vargas Llosa
Una misión del viaje de Trump por el Medio y Oriente y Europa ha sido crear un frente internacional contra Irán, el país que firmó con Estados Unidos y otras cinco potencias un acuerdo nuclear en el que el republicano no confía.En este frente, Trump aspira a que jueguen un papel determinante Arabia Saudita e Israel, dos países que no tienen relaciones diplomáticas y que, a pesar de los contactos informales y la buena actitud recíproca, están en orillas my distintas. Riad es el núcleo del wahabismo, la versión fundamentalista del islam que ha desovado las variantes ideológicas encarnadas por los grupos terroristas fanáticos (ellos consideran que Arabia Saudita no aplica el fundamentalismo en la práctica y por ello se quieren cargar a la casa de Saúd.)
Todo Presidente de Estados Unidos necesita un gran enemigo que ayude a definir su política exterior. Trump hasta ahora no lo encuentra. Se creyó, al comienzo, que podía ser China por lo que Trump dijo en la campaña; se ha dado cuenta de que el costo es demasiado alto y de que Pekín quiere ser su socio.
Una segunda opción era Corea del Norte, pero Washington se ha topado con un muro, este sí, infranqueable. Kim Jong-un ya tiene la bomba nuclear, ha desarrollado misiles de alcance corto e intermedio, y, lo que es más importante, no está dispuesto a bajar la cabeza ni siquiera ante la presión de China, que esta vez sí los aprieta. La única alternativa inmediata –un ataque contra las instalaciones nucleares de Corea Norte- está descartada porque Pyongyang está en condiciones de atacar, en represalia, a Corea del Sur y a Japón.
Siria era otra opción, pero allí hay dos enemigos que lo son también entre sí: el propio régimen de Assad y los grupos terroristas como el Estado islamico y al Qaeda. Aunque Trump ya ha bombardeado Siria a escala muy limitada, no puede decantarse rotundamente por el bando contrario porque no lo hay. Existen, más bien, varios bandos, en el que el radicalismo terrorista juega su papel y en el que las facciones prooccidentales y moderadas no tienen fuerza suficiente.
Por tanto, Irán parece un enemigo más adecuado. Teherán y Riad son las dos potencias musulmanas del Medio Oriente y están haciéndose una guerra indirecta. En Yemén, ambos apoyan bandos contrarios, por ejemplo. Irán, a través de su Fuerza Quds, el brazo internacional de su Guardia Revolucionaria, está activa en Irak (de mayoría shiíta), Siria (cuyo gobierno alauita es primo hermano de los shiítas) y Yemén. En Palestina, apoyan a Hamas y en el Líbano, a Hezbolá. Es decir: Irán es hoy, a pesar del debilitamiento económico, una fuente de radicalismo e inestabilidad en toda la zona. Riad y Tel Aviv lo ven como la gran amenaza.
De allí que Trump, bien avenido con los sauditas y muy cercano a Israel, haya lanzado este frente antiiraní. Ocurre, sin embargo, que para darle credibilidad tendría que estar dispuesto a liquidar el acuerdo nuclear que firmó Obama con Irán y volver a aplicar las sanciones que su antecesor levantó parcialmente. ¿Lo está? Parece que no. Su gobierno acaba de ratificar en un procedimiento formal que Irán está cumpliendo su parte del acuerdo y ha firmado la continuidad del levantamiento de las sanciones.
Es decir: Trump está haciendo lo mismo, en los hechos, que Obama, cuya política tanto alarmó en su día a Arabia Saudita e Israel. No sabemos a estas alturas cómo evolucionarán las cosas, pero el frente antiiraní tiene por ahora un componente retórico y simbólico…y poco más.