Por Gabriela Calderón de Burgos
El economista Carl Menger explicó que el dinero surgió de forma espontánea conforme los individuos lo encontraron más conveniente para realizar intercambios que el trueque. El dinero no fue una creación estatal, pero hace aproximadamente 2.500 años poderosos líderes políticos tomaron control del dinero, no para promover la actividad económica sino más bien para obtener ganancias de este.
Hoy, aunque existen más de 170 monedas nacionales, vivimos en un mundo con “patrón dólar”, encontrándose el dólar estadounidense en un lado del 85 a 90 por ciento de las transacciones interbancarias de tipo de cambio. Es decir, prácticamente todas las monedas nacionales definen su valor en relación al dólar. Aunque el dólar es emitido por un banco central –la Reserva Federal (informalmente Fed)– la mayor parte de la creación del circulante proviene de los bancos comerciales. Los bancos en el sistema de reserva fraccional crean circulante mediante la concesión de créditos que se convierten en nuevos depósitos. Por eso es que a enero de 2016 y a pesar de la impresionante emisión de la Fed frente a la Gran Recesión, el dinero bancario constituía todavía 80,8% de la oferta monetaria (en septiembre de 2008 era el 94,5%).
El verdadero dinero funciona como un medio de cambio universal, constituye un depósito de valor y sirve como unidad de medida. Las monedas que cumplen en menor grado con estas tres características empiezan a ser rechazadas por sus usuarios: nótese lo que pasó con el sucre y el fenómeno de la “dolarización espontánea” en muchos países de América Latina.
Muchos lamentan que no tengamos moneda propia porque dicen que el tipo de cambio permitiría realizar ajustes de manera más sencilla frente a shocks externos. Pero aquí cabe recordar que el tipo de cambio no deja de ser un solo precio dentro de miles de precios que hay en una economía. La función del sistema de precios es comunicar a los individuos la escasez y exceso en la oferta y demanda de cualquier bien o servicio. En este caso, el tipo de cambio libremente determinado comunicaría la oferta en exceso o la escasez de determinada moneda.
Sobre esto es interesante recordar lo que Robert Mundell dijo acerca de los tipos de cambios flexibles versus aquellos inflexibles (la dolarización estaría incluida en esta categoría): “La flexibilidad del tipo de cambio no puede reemplazar la flexibilidad de precios. Los mercados eficientes requieren de miles de precios flexibles y el tipo de cambio provee solamente un precio”. Agregó que “la posibilidad de variaciones en el tipo de cambio ha (...) desviado la atención de quienes diseñan las políticas públicas de la cuestión muchísimo más importante de la flexibilidad en todos los mercados individuales”.
En dolarización con apertura comercial y libre flujo de capitales surgirían no solo los productores nacionales verdaderamente competitivos sino también los comerciantes y probablemente aumentaría la inversión extranjera. El comercio civiliza, permite el intercambio de nuevas ideas, fomenta la innovación, la competencia y garantiza una asignación más óptima de los recursos, todo lo cual deriva en un mayor nivel de prosperidad. Las restricciones que el Gobierno ha impuesto durante la última década a las importaciones y a los movimientos de capital son innecesarias y perjudiciales.