Por Luis Christian Rivas Salazar
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En El espíritu del capitalismo democrático (1982) de Michael Novak se explica la importancia de la familia para el sistema capitalista, porque la familia más que un refugio, es la fuerza de una dinámica social y progresista que si se la soslaya o debilita, el conjunto también se debilita.
Cuando Adam Smith nos habló sobre el “amor a sí mismos” se refería al sentido lato del término, no al sentido estrecho, lo que significa que los propios intereses incluyen los intereses más próximos: la familia; porque el ser humano durante sus primeros años de vida recibe el “nutrimento” de sus progenitores quienes deben transmitir todos los valores que también han recibido de sus padres, por lo que en estos tempranos años debe existir un mínimo de estabilidad que asegure educación, motivación, discernimiento, energía, emoción, preferencias, gustos, inclinaciones que se comparten en el núcleo familiar. Este “nutrimento” la realizan los padres, quienes muchas veces postergan sus propios intereses para tener otro tipo de gratificaciones y orgullo con sus hijos, para eso ahorran, invierten, piensan a largo plazo, emprenden actividades hercúleas por el futuro de la progenie, así satisfacen sus propios intereses.
En sociedades donde todavía se conservan los fuertes vínculos afectivos familiares, en tiempos difíciles, las familias acogen a otras familias, los hermanos ayudan a sus hermanos, y quien tiene éxito es fuente de ingresos, información, trabajo, asistencia para los demás, así se establecen redes familiares que buscan estabilizar las condiciones económicas de sus miembros. Los clanes familiares han jugado este rol importante de supervivencia durante siglos, en los “ayllus”, las redes de protección sicilianas hasta los “prestes” de los capitalistas aymaras. En la “Educación siberiana” de Nikolái Lilin (luego llevada a la pantalla por Gabriele Salvatores) se narra la extraordinaria historia de los urcas, una insólita comunidad siberiana que han tenido el honor de oponerse al régimen soviético de Stalin para luego enfrentarse al gobierno ruso, con sus propios códigos internos que no obedece ninguna otra autoridad que no sea la de sus ancianos. Así, la familia no solo es un cálido refugio, también es la primera línea de resistencia al totalitarismo y al estatismo, es la esfera de protección del individuo desnudo en contra del autoritarismo.
Sobre esta base y espacio se forja la familia tradicional que reconoce como autoridad al pater familias que protege el patrimonio, fruto del trabajo, la herencia y regalo de los antepasados. La familia burguesa recibe ese legado, en cuanto se reconoce la propiedad privada como un derecho legítimo, lo mismo que llevar cualquier empresa y comerciar libremente, el derecho de la familia a ser dueña de sus propiedades y transmitirla a su progenie es una conquista de la burguesía.
Entonces, la familia burguesa tradicional compuesta esencialmente por el padre, la madre y los hijos, transmite tres mil años de civilización a la prole, inculcando valores que harán de los hijos más aptos para desarrollarse en sociedad, valores como “ser mejor” en un sentido de autocompetencia, desarrollar y crecer todos los días, forjar personas que a la mayoría de edad se autogobiernen, mentalidad del liberalismo y de la república.
Pero para el marxismo cultural desde Gramsci, Escuela de Frankfurt, ideología de género, feminismo posmoderno hasta los pseudoliberales trasnochados es una tarea primordial socavar los cimientos de la familia tradicional haciéndole el juego al estatismo. Para quienes procuran el estado totalitario es evidente que la familia debe aniquilarse. El disidente Igor Shafarevich en “El fenómeno socialista” explicaba que el fenómeno de homogenización de la sociedad exige que la familia sea viciada o destruida. El poder del Estado destruye otros poderes para monopolizar, entre ellos, la autoridad del padre de familia. Entonces se tienen seres escindidos, incompletos, faltos de cariño y afecto; sin los ejemplos de padre y madre, el posmodernismo está pariendo hijos débiles, amanerados y manipulables por los gobiernos, aferrados al paternalismo estatal.