Por Javier Pérez Bódalo
Desafío secesionista, pulso al Gobierno o incluso votar no es delito suenan mucho mejor que sedición. Hablar de delitos consumados es casi cosa de fachas, así que siempre será mejor soltar clichés tremendamente manipulados en los que hay víctima y opresor, bueno y malo, deseado e indeseable. Nada nuevo bajo el sol; el separatismo no es contemporáneo ni exclusivo de España.
Pero, ¿y los liberales dónde están? Es importante tener claro -aunque sea en la teoría- que aunque el Estado sea malo, tratando de fracturar uno concreto no se va a conseguir su desaparición como entidad política. Resulta un verdadero ejercicio de ingenuidad o incluso estulticia, apoyar la mera celebración de un referéndum vinculante para que una parte de España deje de serlo tan sólo por atacar al propio Estado español. Porque, ¿qué es lo que va a surgir?; ¿un estado libertario con unicornios basados en patrón oro y pacta sunt servanda para todos? La realidad es mucho más compleja. Los políticos que promueven aquello no son padres de la patria que actúan guiados por el amor a su noble pueblo, sino políticos que hablan otra de las lenguas de España y tienen intereses similares a sus homólogos castellanos: ellos y sus partidos.
No todo vale para criticar lo que consideramos -justamente- monstruoso, usurpador y hasta ladrón en muchos casos. El enemigo de mi enemigo no es mi amigo, y sin embargo da la funesta sensación de que queramos mirar para otra parte, que todo esté justificado con la absurda creencia (no demostrada) de que las entidades políticas de menor tamaño competirían entre sí y eso favorecería la libertad y el libre intercambio. O no. Sin embargo ahora vendría el ejemplo nada demagógico del “pues ellos sabrán que hacen, si no compiten se estrellarán”. Pero, ¿y los pobres paganos que lo sufren? ¿Y todos esos españoles que pasarían al paraguas de otro Estado en contra de su voluntad?
Todos estamos en contra de las dictaduras democráticas, de imponer a las minorías los designios de las mayorías y de someternos a impuestos confiscatorios o medidas sociales que el cincuenta y uno por ciento de una cámara dictamine. Pero ante una situación en la que siete millones y medio de poseedores de DNI español pueden verse privados de este (y de todos los derechos políticos que trae consigo) por el designio de la mitad más uno de ellos, parece que nadie se atreva a decir nada. Supongo que para liberales cuyo radio de salida de la piel de toro alcanza hasta donde Ryanair tiene destinos, puede parecer muy canalla jugar a las nacionalidades y cambiar de pasaportes como de camiseta. Pero cuando se sabe un poco qué significa tener la seguridad jurídica dependiente de un Estado concreto; cuando se es consciente de que el Estado resuelve situaciones militares, diplomáticas o de seguridad mejor (al menos a día de hoy) que el mercado y sobre todo, cuando se cree firmemente en que un puñado de personas no pueden manipular a millones con dinero público de todos (incluso de los que sufren sus ataques) para formar un nuevo Estado, entonces se vislumbra mejor el árbol.
Resulta, como poco, preocupante ver que hay liberales que con una mano se manifiestan contra impuestos como el de sucesiones, pero con la otra acarician el lomo de los que sin rubor roban datos fiscales para crear su propia agencia tributaria. O ver a los otros, los que de forma prácticamente anarquista critican con vehemencia a la democracia, pero a la par desean que unos cuantos señores con urnas de cartón roben el presente y futuro político a millones de españoles sin ninguna garantía.
No todo vale para atacar al poder. Sobre todo, cuando con ello se da alas a un nuevo monstruo confiscatorio que no tiene más aspiraciones que el actual: cercenar la libertad económica, perseguir al empresario y clientelizar al mediocre para acabar como siempre; gastando todo el dinero que roben a unos y a otros en crear falsas identidades nacionales, en sostener sus propios puestos y en seguir alimentando a la bestia. De nada sirve dejarse engañar por los mismos perros con distinto collar, porque no hay nada más triste que llamarse liberal y ser un poljeznyj idiot del estatismo.