Por Alberto Benegas Lynch (h)
Es interesante detenerse unos minutos en este tema del éxito y el fracaso puesto que hoy en día son conceptos un tanto bastardeados, mal comprendidos y tergiversados. Estas ideas vienen de atrás y muchas veces comienzan en los colegios donde se interpreta que el exitoso se circunscribe al que tiene más amigos, tiene buena apariencia y baila bien. Quienes no están a estas alturas son perdedores (loosers) y, en su caso, los más aplicados y los más débiles, sujetos a bullying.
Cuando son más grandes la idea general del exitoso se traslada a los que tienen más dinero y, eventualmente, a los que gozan de más poder político.
En este cuadro de situación queda completamente eclipsada la noción del éxito como ser humano para confundirla con algunas de las metas que pueden ser objetivos legítimos parciales (descarto las ilegítimas que también se suelen admirar).
Una cosa es sostener que si la meta es, por ejemplo, treparse a un árbol y se logra el cometido se concluya con razón que se ha sido exitoso, lo mismo en un partido de tennis, en un negocio y así sucesivamente (nuevamente a los efectos didácticos dejo de lado las actividades que lesionan derechos de terceros, sea un asalto, un fraude y similares).
Si se logran aquellos propósitos es natural que se sostenga que se ha tenido éxito y si no se han logrado que se ha fracasado. En esta línea argumental todas éstas son metas parciales que pueden ser muy loables pero no aluden al éxito o al fracaso como seres humanos.
Esto último es de la mayor importancia puesto que no se refiere a medios sino más bien a fines. Como es sabido, la característica sobresaliente del ser humano es su racionalidad, es su libre albedrío, es su capacidad de elección, su responsabilidad y su consecuente vinculación con la moralidad de sus actos.
Muchas son las potencialidades que el ser humano puede actualizar pero el aspecto fundamental consiste en su intelecto, su dotación para dirigir su vida hacia fines nobles. Entonces, el éxito o el fracaso son inseparables de su conducta para lo cual es menester cultivar su conciencia al efecto de proceder del mejor modo posible.
En este contexto el exitoso es aquel que puede enfrentarse a si mismo al tener en claro que dijo e hizo lo mejor que estuvo a su alcance. Es un fracasado aquel que sabe que evitó decir y hacer lo mejor debido a criterios oportunistas que prevalecieron.
Ahora bien, esto también puede ser mal interpretado. No se trata simplemente de ser una buena persona en el sentido de no matar, no robar, acariciar a los enfermos, darle agua a los sedientos, procrearse, alimentarse y dormir bien. Se trata de mantenerse en la condición humana sin renunciamientos y proceder en consecuencia al intentar hacer que el mundo sea un poquíto mejor respecto a cuando el sujeto en cuestión nació.
Y esto es de vital importancia al efecto de cumplir mínimamente con la prueba tan efímera de esta vida terrena y buscar la excelencia en esa labor de contribuir a mejorar no solo las formas sino, sobre todo, el fondo de los acontecimientos que a cada cual toca vivir.
Aunque lo dicho no necesariamente está relacionado de modo directo a la religión, hay un pasaje evangélico que ilustra lo que comentamos. Lo transcribo en inglés debido a que en esa lengua se refleja más ajustadamente el sentido de lo dicho: “He who listens carefully the perfect law of liberty and stays firm, not as a forgetful listener but as a doer, he, practicing it, will enjoy happiness” (James, 1: 25). Digo que no directamente alude a la religión pero está tácita en lo que respecta al sentido de trascendencia y el esfuerzo de autoperfección (una senda siempre plagada en los humanos de avances y retrocesos), por más que no se adhiera a ninguna religión oficial: el contacto aunque sea subconsciente con la Primera Causa, la Perfección que hizo posible nuestra existencia, lo cual no hubiera ocurrido si las causas que nos engendraron fueran en regresión ad infinitum, esto es, que nunca hubieran comenzado.
Pues bien, el punto de partida necesario para que cada uno actualice su respectiva potencialidad y siga el camino que estime pertinente es que exista respeto recíproco. Esta condición ineludible para la cooperación social debe comprenderse, aceptarse y adoptarse, lo cual no es un proceso automático sino que requiere del necesario estudio y difusión.
Es a esto a lo que nos referimos como tesis central de esta nota: para que cada uno evalúe su éxito o fracaso como ser humano se hace imperioso que prevalezca la libertad para que cada uno elija su camino y asuma la correspondiente responsabilidad.
Ergo, todos los que pretenden que se los respete cualquiera sea el estilo de vida que adopten, deben estudiar los fundamentos de una sociedad abierta y contribuir a difundir sus valores y principios.
Si no se procede en consecuencia no hay derecho a la queja cuando sus proyectos de vida son interferidos y violentados. Más aun, la sociedad libre es un prerrequisito para abrir puertas y ventanas de par en par al efecto de contar con las máximas posibilidades de tener éxito o fracasar como seres humanos ya que en ámbitos autoritarios se reduce considerablemente el radio de acción de cada uno y buena parte de sus conductas no pueden catalogarse de meritorias o inmorales puesto que fueron realizadas por la fuerza.
Entonces, hay una cuestión de orden para maximizar el significado y el peso de lo exitosos y lo fracasado y es el clima de libertad. En este contexto, se da rienda suelta al mayor espacio de éxitos y fracasos verdaderamente humanos, independientemente de los resultados en los negocios y equivalentes.
No es que en ambientes opresivos no pueda juzgarse el éxito o el fracaso como seres humanos según se haga más o menos para salir de esa situación miserable, es que a medida que aumenta el territorio de la libertad aumenta también la posibilidad de leer el éxito o el fracaso, que como queda dicho, es la valoración que cada uno hace de si mismo frente al espejo.
Pero para poder contribuir a que mejoren las cosas (y no simplemente quejarse) y tenga lugar el necesario respeto recíproco se hace inexorable dedicar mucho tiempo a pensar y, como queda dicho, a estudiar para después recién poder influir en otros. En esta dirección Josef Pieper explica que lo contrario al negocio es el ocio, esto es, la vida intelectual y escribe que “el ocio es uno de los fundamentos de la cultura occidental”, que el ocio quiere decir “en latín schola, en castellano escuela. Así pues, el nombre con que denominamos los lugares en que se lleva a cabo la educación e incluso la educación superior, significa ocio”, que en consecuencia “el ocio es el punto cardinal alrededor del cual gira todo” y que es lo contrario a la pereza puesto que “pereza y falta de ocio se corresponden. El ocio se opone a ambas” (todas estas citas son de El ocio y la vida intelectual de Pieper; Madrid, Ediciones RIALP).
Curiosamente se piensa que lo valioso y ejemplar es la persona que tiene una agenda muy apretada y se mueve agitadamente de un lado a otro repleto de almuerzos y reuniones de negocios siempre urgentes. En verdad son los que duermen la siesta de la vida puesto que mientras se desplazan raudamente, quienes ejercen el ocio, es decir, meditan y estudian, para bien o para mal
les mueven el piso a los primeros y manejan los acontecimientos que toman por sorpresa a los “ocupados” que no se dieron tiempo para pensar lo que ocurre ni se percatan de donde vinieron los cambios.
Debe subrayarse que no resulta relevante si lo que se expone en defensa de la sociedad abierta es avalado por pocas personas, el éxito humano es inescindible de la integridad moral y la honestidad intelectual…”The Courage to Stand Alone” como ha escrito Leonard Read en su célebre ensayo (New York, The Foundation for Economic Education).
No solo es muy respetable el negocio (negación del ocio) siempre que sea lícito sino que es necesario para el bienestar material, pero de allí a convertirlo en el paradigma del éxito humano hay un buen trecho que no puede obviarse ni acortarse si no se establecen las prioridades que comentamos muy telegráficamente en este artículo.
Dado que los humanos somos seres limitados e imperfectos, los éxitos en el sentido comentado están habitualmente rodeados de fracasos. Es un proceso de prueba y error. Unamuno resume bien el tema al escribir que “de cada cinco martillazos en la herradura, uno da en el clavo”. Esto no justifica que se yerre sino que aumenta la responsabilidad de lograr la meta de excelencia propuesta.
Va de suyo que en todos los estudios debe buscarse siempre la verdad lo cual es a contracorriente de la denominada posverdad o de lo posfactual que apunta a razonamientos que pretenden esconder la verdad y disfrazarla con discursos emocionales etiquetados con nombres de lo políticamente correcto como “comunicación estratégica” (la primera vez que se usó el término de la posverdad fue por el dramaturgo Steve Tesich en 1992 a raíz del escándalo de Watergate veinte años antes).
Por último, señalo lo absurda de la afirmación de quienes posan de serios y que suelen comenzar la parla sobre el éxito y el fracaso (o sobre cualquier asunto) de este modo: “como sociedad, tenemos que pensar” en tal o cual cosa, cuando ese decir constituye un grosero antropomorfismo. Es un grave error el suponer que “la sociedad” pueda pensar cuando son los individuos los que lo hacen, actúan o deciden y no un bulto al que se le atribuyen propiedades que pertenecen a la condición individual. La misma tropelía que afirmar “la Nación quiere” o “el Estado dice”. Tampoco es “la gente” la que reflexiona o actúa, por las razones apuntadas Ortega concluye en El hombre y la gente que, en rigor, “la gente es nadie”. Una cosa es recurrir a simplificaciones al efecto de resumir el discurso y otra es tomarse en serio títulos como que “África propuso” y “Estados Unidos contestó”, como si los continentes o los países hablaran.