Por Antonio José Chinchetru
Tras los últimos atentados yihadistas en Cataluña pronto se acuñó un lema tan tonto como falso: “No tenemos miedo”. Es estúpido, porque ante el terrorismo no sólo es lógico sentir temor, además es necesario. Es lo que nos impulsa a tomar medidas para protegernos. Lo contrario no es valentía, es simplemente temeridad. Pero, como decíamos, ese eslogan además es mentira. Y la prueba es que enseguida las autoridades y no pocos creadores de opinión corrieron a demostrar su amor incondicional por los musulmanes. Era, aunque se pretenda hacer creer algo diferente, un vano intento de contentar a los islamistas para que no vuelvan a matar.
Esa actitud no es tan sólo inútil. Se trata de un comportamiento profundamente suicida y estúpido. La islamofobia existe y es un odio tan irracional e injusto como pueden serlo el racismo o la judeofobia. Pero en aquel momento ese no era el problema. Lo grave es que unos fanáticos político-religiosos habían asesinado a numerosos inocentes en el nombre de Dios, por mucho que muchos otros musulmanes no compartan su punto de vista. Y actitudes como hacer que la hermana de uno de los terroristas hablara en una de las manifestaciones, o dar un protagonismo desmesurado a chicas y mujeres cubiertas con el velo islámico lo único que hace es dar alas a los yihadistas.
El abogado Alan Dershowitz titula un libro fundamental, publicado en 2004, con una pregunta: ¿Por qué aumenta el terrorismo? La respuesta que da a través de la obra, y en numerosas entrevistas concedidas desde entonces, es contundente: “Porque funciona”. A través de todo el volumen va analizando casos de grupos terroristas que perviven en el tiempo y otros que desaparecen, y llega a una conclusión esclarecedora. Las organizaciones que duran muchos años, o que incluso ven nacer a otras que asesinan en nombre de la misma causa que ellas, son las que en como aquellos a los que dicen defender van consiguiendo mejoras y logrando objetivos.
Y eso mismo es lo que pasó tras los atentados de Barcelona y Cambrils. El mensaje que se envió a todos aquellos fanáticos que tengan la tentación de actuar como los terroristas de Cataluña es claro. En vez de ver a las familias de los terroristas rechazadas, lo que pudieron observar era cómo se las premiaba con cariño por ser hermanas o madres de los asesinos. Se les dice a los yihadistas que sus acciones tendrán una recompensa para sus seres más queridos. Se les está dando un incentivo para matar.
Existen musulmanes que no niegan la relación del terrorismo islamista con su religión. Al contrario, los hay que afirman que el yihadismo asesino sí nace del islam, pero que tiene que ser extirpado del mismo. Sin embargo, a ellos no se les dio la voz. A quién sí se le concedió, en una absulta falta de sensibilidad hacia los allegados de los asesinados, es a los familiares de los culpables de los atentados. Una de estas personas llegó a decir que los terroristas que actuaron en Barcelona y Cambrils también eran víctimas.
Se silencia a quienes pueden promover el repudio de los terroristas desde las comunidades musulmanas, al tiempo que se da altavoz a quienes les victimizan. Efectivamente, el terrorismo funciona por la cobardía de nuestros políticos y una parte nada pequeña de nuestra sociedad. Así nunca dejará de crecer, por mucho que proclamemos de forma cobarde y falaz que no tenemos miedo.