Por Jorge Suárez-Vélez
Gran parte de la campaña de Donald Trump se enfocó en México. Esta fue, después de todo, una campaña que arrancó con una detestable descripción de los inmigrantes mexicanos, a los que Trump llamó criminales y violadores, y que hizo de la construcción de un muro a lo largo de la frontera de Estados Unidos y México, y del abandono del TLC, dos de sus posturas clave.
Ya que ganó la presidencia, habrá presión para que Trump cumpla con lo que prometió en campaña. Debería reconsiderar hacerlo. Estados Unidos podría solucionar gran parte de sus problemas a través de una mayor integración con su vecino, un país de ingreso medio con una enorme población joven, una sed continua por productos estadounidenses y millones de trabajadores dispuestos a formar parte de sus compañías. En suma, Estados Unidos necesita a México para solucionar los problemas económicos que crearon la frustración pública que le dio el triunfo a Trump.
Estados Unidos se ha beneficiado por décadas de tener el viento a sus espaldas, pero ahora podría empezar a tener el viento en contra. Los estadounidenses han vivido por largo rato gastando más de lo que tienen. Para enmendar un ingreso insuficiente para su estilo de vida, incluso con dos salarios por familia, los hogares han acumulado deudas.
Consideremos los demográficos. La población estadounidense creció de manera más dramática durante el baby boom inmediatamente posterior a la Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, aunque alrededor de 80 millones de baby boomers obtuvieron ingresos récord e impulsaron un crecimiento económico sin precedentes, casi dos tercios de ellos no tienen suficientes ahorros para retirarse hoy. En este contexto, la economía estadounidense se enfrenta a un doble reto.
Primero, ¿cómo le harán los Estados Unidos para aumentar su productividad y solucionar el declive en el campo laboral? Según el Bureau of Labor Statistics, 94.7 millones de estadounidenses no tenían empleo hasta el pasado mayo. Apenas 62.6 por ciento de los estadounidenses que podrían formar parte de la fuerza laboral forman parte de ella: el número más bajo en 38 años.
Segundo: ¿cómo podrán generar la riqueza necesaria para apoyar a una población cada vez más vieja? La llegada de jóvenes inmigrantes rejuvenecería a la pirámide poblacional. Estados Unidos debería aprender de los errores del modelo demográfico de Japón, un país con inmigración marginal y una población homogénea, que habrá perdido una tercera parte de su población total para 2060. A lo largo de décadas, Japón ha evitado inmigraciones masivas, resultando en una población cada vez más vieja y escasa. Conforme esto continúa ocurriendo, los jóvenes japoneses deben pagar la cuenta de sus mayores, quienes ya no pueden mantenerse por sí solos. ¿Cómo podrá Estados Unidos cumplir con sus enormes obligaciones con una población en declive?
Más allá de eso, en un país con niveles altos de deudas, ¿cómo le dirá Trump a su gente que su poder de compra se verá severamente reducido por las crecientes tarifas que el resto del mundo les impondrá en respuesta a la amenaza aislacionista del próximo presidente? Estados Unidos se ha beneficiado de mano de obra barata, proveída por la inmigración de otros países, México incluido. En el sector agricultor, por ejemplo, grandes números de trabajadores migrantes han resultado en comida más barata en los supermercados, y la ayuda doméstica le ha permitido a una cifra cada vez mayor de mujeres formar parte de la fuerza laboral. Hoy en día, un trabajador estadounidense disfruta de una pantalla de televisión, a un precio razonable, en parte gracias a las plantas de ensamblaje mexicanas.
En los próximos años, la economía mundial crecerá poco, en el mejor de los casos. En el peor, se enfrentará a una crisis bancaria en Europa y una crisis crediticia en China. La única opción que tiene Estados Unidos para crecer es conquistar a un porcentaje más amplio del mercado global con sus exportaciones. ¿Cómo logrará esto sin fortalecer la integración económica regional lograda en los últimos veinte años a través del TLC?
La retórica de Trump nos recuerda a leyes como el Smoot Hawley Act de 1930, que subió tarifas a miles de bienes importados para forzar a los estadounidenses a comprar productos hechos en casa. Esta medida resultó en un efecto dominó de medidas proteccionistas similares contra exportaciones estadounidenses alrededor del mundo. Este aislacionismo desencadenó una década de depresión económica global y contribuyó a una guerra mundial. Estados Unidos ya lo vivió.
Mexicanos y estadounidenses se han vuelto interdependientes, y revertir el proceso será terrible para ambos. Alrededor de 17 millones de mexicanos visitan Estados Unidos cada año. México es el destino principal de exportaciones de California, Texas, Nuevo México y Arizona, y el segundo destino en otros 25 estados. Por su parte, México compra el 16% de todas las exportaciones de su vecino del norte y 40% de las exportaciones mexicanas tienen componentes estadounidenses. Seis millones de trabajadores estadounidenses dependen de exportaciones mexicanas.
Trump le ha echado la culpa al TLC y a la inmigración por disminuir los ingresos en su país. Se equivoca: la producción mexicana no es un substituto sino un complemento para la manufactura estadounidense. Por eso la producción en fábrica en Estados Unidos nunca ha sido más alta, y por eso hay más de 12 millones de personas trabajando en manufactura. Costos marginales más altos en la mano de obra solo acelerarán la automatización.
Juntos, Estados Unidos y México tienen la energía más eficiente del mundo, una combinación ideal de trabajadores altamente cualificados y mano de obra barata, recursos naturales y una economía interna poderosa. La compleja situación a la que se enfrenta Estados Unidos debe encararse con pragmatismo: no hay lugar para el nativismo, el racismo o soluciones simplistas. Nuestra integración es irreversible, y culpar al libre mercado o a la inmigración por cambios en la economía es históricamente peligroso. Es mejor trabajar juntos. Nos conviene.