Por Carlos E. Cué y Jacqueline Fowks
El País Madrid
Los Fujimori ni siquiera disimulan. Los peruanos están tan acostumbrados a sus guerras de familia que ellos incluso parecen divertidos con esa mezcla entre Shakespeare y Falcon Crest que domina la historia reciente de Perú. Esta semana, Kenji Fujimori, el menor, vencedor de la última guerra con su hermana, Keiko, lanzaba un tuit en el que pedía venganza. Como no puede reclamar la cabeza de su hermana, porque al fin y al cabo son familia, exige la de sus cortesanos. Y lo hacía con una caricatura en la que se le ve a él disfrazado de Kill Bill con una espada y el traje amarillo ensangrentado. “Los señores Figari y Ana Hertz de Vega han conspirado por años, sistemáticamente, contra la libertad de @AlbertoFujimori. Hoy, ambos en la sombra continúan atentando contra la gobernabilidad del país. Ellos son el problema. Reconciliación = Reestructuración”, escribía.
Kenji hacía público así, culpando a los asesores de su hermana y pidiendo sangre, de algo que confirman fuentes del máximo nivel peruano: que ella ha estado conspirando para evitar que el patriarca fuera indultado, porque teme que al salir de la cárcel se haga de nuevo con el mando de la familia, que durante estos años ha ocupado Keiko, dos veces candidata presidencial. Todos en esta familia, incluida la madre, Susana Higuchi, han pretendido en algún momento ser candidatos presidenciales. Todos creen en la fuerza del apellido que domina la política peruana desde 1990. Y entre ellos la guerra es total, aunque después de durísimas batallas acaban en extrañas reconciliaciones, esa de la que hablaba Kenji en su tuit, que parecen pactos de familia para recuperar el poder.
De hecho la última gran pelea familiar comenzó en la semana de las últimas elecciones presidenciales, en abril de 2016, y también fue por Twitter. Keiko estaba a punto de perder ante Pedro Pablo Kuczynski (PPK) –ya lo hizo en 2011 ante Ollanta Humala- y Kenji reclamó su turno en el drama shakespeariano: “La decisión es mía. Solo en el supuesto negado que Keiko no gane la presidencia, yo postularé el 2021”. Ella lanzó toda su furia contra él, y la tensión llegó tan lejos que el día de las elecciones Kenji desapareció para no tener que votar a su hermana. Esa es la guerra no resuelta que ha utilizado Kuczynski para salvarse, pactando con Alberto y Kenji para que traicionaran a Keiko y rompieran el grupo parlamentario con 10 congresistas que impidieron que se aprobara la destitución del presidente. A cambio, PPK concedió el indulto al patriarca y padre e hijo celebraron juntos, mientras Keiko, derrotada, acudía a la clínica a rendir pleitesía a su padre y mostraba su supuesta felicidad en twitter por la liberación de su progenitor, como si nada hubiera pasado.
El drama familiar venía de lejos. Y tuvo momentos mucho más dramáticos. Susana Higuchi denunció que los servicios secretos controlados por su marido llegaron a torturarla. Ella siempre sostuvo que todo fue culpa del ansia de poder de Alberto, que destrozó la familia. “Si él no hubiera sido presidente, habríamos sido un matrimonio y una familia modelo”, dijo alguna vez. En marzo de 1992 esta ingeniera y mediana empresaria denunció la corrupción en el entorno de Fujimori, quien había creado con sus hermanos dos ONG para recibir donaciones japonesas de ropa y dinero, pero desviaron los fondos hacia sus propias cuentas bancarias. Perú vivía años de crisis económica agravada por la violencia de Sendero Luminoso, y Japón se solidarizó con el hijo de inmigrantes japoneses que presidía Perú desde 1990. “Reciben donaciones de Japón, de ropa, la esposa de Santiago Fujimori (hermano del entonces presidente). Se cogen lo mejor para ellas y reparten estropajos utilizando mi nombre; eso sí me indigna", reportó Higuchi a la prensa en Lima en 1992.
Ahí empezó el infierno. “No me dejan salir de la residencia por orden de mi esposo, la reja está con cadena”, explicó a un periodista de televisión. La denuncia iba a desencadenar una investigación del Congreso a Fujimori por el desvío de más de seis millones de dólares, pero el mandatario lo impidió: el 5 de abril cerró el Parlamento y el Poder Judicial mediante un autogolpe.
La primera dama relató en 2002 que fue torturada por orden de Fujimori después del fujigolpe, cuando fue sacada con violencia del departamento que le asignaron en el Servicio de Inteligencia del Ejército (SIE). “Me sacaron con los ojos vendados, me encapucharon, y me llevaron a no sé dónde. Me torturaron con golpes hasta que caí inconsciente. Me inyectaron algo para que me quedara totalmente dormida. Allí me aplicaron electroshock”, dijo. Una agente de inteligencia del Ejército, Leonor La Rosa, confirmó que vio a la primera dama desnuda cuando tuvo que llevarle comida a una celda en el SIE.
Higuchi quiso ser candidata presidencial, pero Fujimori cambió la ley para impedírselo. “No se puede ceder al chantaje ni a la intimidación venga de donde vengan. He decidido por ello separar a mi esposa de la función de primera dama”, bramó.
El drama familiar estaba en su apogeo. Los hijos optaron por el padre y el poder. La mayor, Keiko, asumió las funciones de primera dama a los 19 años. Con maquillaje recargado, acompañaba a su padre a recibir a los presidentes, o viajaba con él a repartir calendarios y entregar obras. Parecía que madre e hija nunca se reconciliarían, pero en la campaña de 2016 volvieron a aparecer juntas. Ahora, de nuevo, la guerra familiar parece haber estallado. Pero la posibilidad de recuperar el poder en cuanto caiga Kuczynski, ahora más que nunca en manos de los Fujimori, volverá a obrar el milagro con la familia clave de la convulsa historia reciente del Perú.