Por Miguel Anxo Bastos Boubeta
Casi no hay día en el que no nos despertemos con alguna noticia relativa a la corrupción. No hay escalón de gobierno que no haya sido afectado, en mayor o menor medida, por escándalos relativos a malos usos de recursos públicos, sobornos, subvenciones fraudulentas, etc. No hay nada de nuevo en estas pillerías. Su técnica era ya conocida por los romanos y muchos pueblos de la antigüedad, y de hecho pocas novedades al respecto pueden reivindicar los practicantes de tan antigua práctica. Si hacemos caso al breve tratado de Carlo Brioschi, Breve historia de la corrupción, buena parte de los grandes y reconocidos estadistas del mundo antiguo, sin excluir a Séneca y Cicerón, hicieron grandes fortunas con prácticas corruptas que no tienen que envidiar a los más sofisticados corruptos de nuestros días que realizan transacciones en bitcoins a paraísos fiscales. Desde inflar contratos a favorecer a parientes y amigos, nada nos pueden enseñar los romanos. La lecciones de los romanos fueron bien aprendidas por los gobernantes del siglo de oro español, que obtuvieron pingües beneficios de su asociación al poder. Los famosos validos de las sucesivas cortes de los Austrias son buenos ejemplos de uso privado de las instituciones de poder de su época. Me parece muy interesante al respecto la vieja costumbre, ya iniciada por los famosos publicanos romanos, de vender o arrendar cargos públicos. No sé por qué alguien querría adquirir, el nombre ya lo dice todo, un beneficio público si no fuese porque esperase sacar con su mejor gestión un mayor rendimiento del expolio a los sufridos súbditos. Sin extenderse más, podríamos decir que no encontramos una época en la historia sin algún tipo de corrupción. Puede diferir el grado según la época y el país, pero vemos que es constante la asociación entre poder político, sea este estatal o preestatal, y la existencia de tales prácticas.
Pero ¿cuál es la diferencia que podríamos señalar entre la corrupción antigua y la contemporánea? Yo veo una muy clara. En el mundo anterior al Estado moderno se daba por descontado que el objetivo último de obtener algún tipo de cargo o prebenda público era el de expoliar recursos, por eso se negociaba en pública almoneda con ellos. Las obras de Quevedo, el Marco Bruto por ejemplo, expresan muy bien la mentalidad de la época en el sentido de que se sobrentendía que los gobernantes buscaban lucrarse y para ello ideaban mil trapacerías (por cierto, recomiendo la lectura de las obras políticas de Quevedo, las que no se enseñan en la escuela, pues nos muestran mucho sobre las realidades del gobierno de su época; su Política de Dios, Gobierno de Cristo y Tiranía de Satanás es también un excelente ejemplo). No se necesitaba a los teóricos de la elección pública para entender la lógica de funcionamiento del poder político.
Pero algo cambió entretanto, y el Estado, que era muchas veces pintado, en la línea de San Agustín, como una especie de banda de bandidos sofisticada, pasó a ser considerado como un ente angélico preocupado por el bien común y la satisfacción del interés general. Aquellos rapaces y corruptos bandidos pasaron a ser considerados seres desinteresados, preocupados por la justicia social y el bien común, así como por la correcta gestión del interés general de la nación (conceptos todos ellos, como se puede ver fácilmente, compresibles y operatibizables). El corrupto pasó de ser la regla, con algunas excepciones, a ser la excepción, la oveja negra de un grupo de sacrificadas personas. Todo esto se debió a la aparición del Estado como un ser abstracto e impersonal, independiente de las personas que lo conforman. Este ser estaría dotado de un conjunto de atributos casi propios del mundo celestial. Un ser imparcial y justo que toma sus decisiones pensando sólo en el bienestar de su pueblo, a cuyas necesidades responde y rinde cuentas. Es transparente y responde de sus actos. Juristas y economistas han contribuido a esta visión del mundo con sus descripciones del proceso legislativo y económico. Unos con su referencia a los poderes públicos como un legislador previsor y cuidadoso del cumplimiento de los principios a los que antes nos referíamos y otros con la elaboración de modelos matemáticos para los que es necesario un regulador preocupado del cumplimiento de estos mismos fines. Pero en la realidad no existen ni uno ni otro. Sólo personas que elaboran leyes y regulaciones pensando en su interés, entendido este de forma amplia, y sujetos, por tanto, a las tentaciones de sacar provecho a su situación de poder. Cierto es que no todos sucumben a la tentación, y también lo es que no todos los Estados son iguales al respecto, pero no se puede negar que prácticamente todos los Estados existentes cuentan con cierto grado de prácticas corruptas en su interior, por lo que podríamos decir que la corrupción es algo consustancial a la existencia de los mismos, esto es no es algo que ocurra a veces, sino que ocurre siempre, en mayor o menor medida. ¿Cuándo o dónde ha existido algún Estado sin ella? Me atrevería a decir que esta se ha reducido porcentualmente con el paso del tiempo, pero puede haberse incrementado en términos absolutos con la expansión del aparato estatal y, por subsiguiente, con el incremento de las oportunidades de obtener provecho del mismo.
La corrupción cuenta con varios elementos que la hacen funcional para establecer un aparato de gobierno y sostener una máquina política bien coordinada y, por ello, es universalmente usada. Si bien no es la única forma posible de coordinación, sí es una de las más simples y eficaces. Libros como el Manual de dictador de Bueno de Mesquita o, de forma más técnica, La lógica de la acción colectiva de Mancur Olson (a quien debemos en su Poder y prosperidad la definición del Estado como un bandido estacionario) describen perfectamente esta lógica. Primero, la corrupción sirve para recompensar de forma selectiva a nuestros colaboradores en el ejercicio del poder: premiar a nuestros colaboradores de tal forma que se mantengan leales a los dirigentes máximos y tengan interés en la permanencia en el poder del actual grupo dirigente. Sirve también para premiarlos por los servicios políticos prestados en el pasado de tal forma que los gobernantes obtengan buena reputación dentro de los integrantes de la clase política. Al mismo tiempo, los hace cómplices de los dirigentes, disminuyendo por tanto la posibilidad de delaciones o traiciones, muy frecuentes en los medios políticos. También sirve en casos determinados para ajustar las cuentas a rivales políticos, normalmente dentro del propio partido. Buena parte de los escándalos de corrupción afloran a partir de filtraciones internas provenientes de grupos rivales dentro del propio grupo gobernante. Suelen seguir un patrón similar, primero una filtración que cuestione la moralidad o la capacidad del atacado, pero que no sean en sí constitutivos de delito (escándalos sexuales, posesión de cuentas en paraísos fiscales...) y sólo si el afectado no se aparta se puede recurrir a filtraciones de prácticas corruptas delictuosas que fuercen su retirada del cargo. Es práctica común en muchos gobernantes, en especial entre los más experimentados, el de no incurrir ellos mismos en prácticas corruptas, pero sí tolerarlas a su alrededor por lo antes dicho. Así sus subordinados se mantienen fieles, y si es necesario, pueden deshacerse de ellos con comodidad. Por último, la corrupción permite al político garantizar su retiro del puesto de forma incruenta, dado que el garantizarle una renta posterior puede suavizar las tensiones inherentes al abandono del cargo, con lo que se resistirá menos violentamente. La vieja y tradicional práctica de las puertas giratorias es especialmente adecuada para esta función. Podemos pagar un favor político en efectivo con un sobre o una transferencia a alguna cuenta cifrada, pero eso es ilegal. Pero si hacemos el pago una vez retirado el político con algún cargo bien remunerado al salir del puesto o invitándolo a impartir conferencias quizá un poco bien pagadas de más, entonces es perfectamente legal hacerlo. Supongo que también podría ser que muchas de esas empresas quieran aprovechar la valía o los conocimientos y contactos del antiguo político, pues entra en el ámbito de lo posible. Llama sin embargo la atención que este tipo de puestos bien remunerados proliferen especialmente en empresas reguladas o vinculadas al sector público, como el sector de las renovables y mucho menos, por ejemplo, en el sector textil. La corrupción es también usada para la financiación de las organizaciones políticas, en especial partidos, pero también para sindicatos y think tanks, y a su vez estos pueden servir como fuente de financiación del corrupto, pues al no ser considerados parte de la administración pública no están sujetos a las mismas normas de transparencia y responsabilidad y pueden hacer uso de instrumentos de contabilidad más opacos. Con esto no se quiere decir que todos los que incurren en estas prácticas lo hagan por motivos corruptos, sino que estas pueden ser usadas y han sido usadas con estos motivos, y que estas son útiles y funcionales para la coordinación interna de partidos y gobiernos.
La corrupción puede servir también para explicar parcialmente la resistencia por parte de muchos actores políticos a eliminar regulaciones y barreras proteccionistas o a reducir de forma general la intervención estatal en la economía. Cuanta más intervención, no sólo hay más poder estatal, sino más oportunidades de obtener rentas por parte de los actores. Llevo años coleccionando noticias de prensa sobre corrupción y he podido observar que a prácticamente cualquier actividad pública se le puede sacar provecho. Las típicas son en la obra pública o en las concesiones de servicios públicos, pero las he visto hasta en las señales de tráfico o en la contratación de orquestas para las verbenas. Si estos sectores fuesen liberalizados, la práctica totalidad de las rentas que ahora obtienen se desvanecerían. Supongamos que conseguimos hablar con el líder de algún estado emergente, famoso por su corrupción (hay muchos candidatos) y le damos a leer a Hazlitt o a Mises y luego le explicamos las perniciosas consecuencias del intervencionismo, esto es, como conduce a menor desarrollo y que este tiene consecuencias imprevistas y negativas sobre los ámbitos de la sociedad. Algo, en fin, que cualquier liberal o libertario sabe y en lo que estamos todos de acuerdo. ¿Cómo creemos que reaccionará tal líder? Quizás diciéndonos que tenemos razón y que por ignorancia había estado implementando políticas equivocadas pensando en el bien común y en le bienestar de su ciudadanía. O más bien sincerándose y diciéndonos que eso que decimos es muy bonito y que la lógica austríaca es muy convincente y coherente, pero explicándonos que si llevamos a cabo tales políticas, el grupo de personas que le apoyan para mantenerse en el poder pudiera sentirse algo molesta al perder sus prebendas y rentas y, por lo tanto, echarlo fuera del puesto. Si mis militares y empresarios no obtienen las rentas a que están acostumbrados provenientes de la corrupción no tendrán por qué serme leales, nos diría, y poco duraría yo en el puesto. ¿Cuál creemos que es la respuesta correcta? La dejo a suposición del amable lector. Al igual que abierta la pregunta de si estos fenómenos son privativos de las democracias de baja calidad y las dictaduras o si también pueden encontrarse en democracias de esas que los politólogos llamamos de alta calidad.
El fenómeno de la corrupción es de sumo interés para entender el funcionamiento de los Estados modernos. Quedan aquí muchos temas sin tocar, siendo consciente de que hay muchos factores que le afectan. La propia ética de la ciudadanía, la calidad del liderazgo político, la remuneración de los actores políticos o la existencia de recursos naturales en el país, como el petróleo, gestionados por empresas nacionalizadas, son algunos de los factores que pueden explicar la desigual incidencia de la corrupción entre países. Pero para estudiarla y comprenderla bien entiendo que hay que considerarla en relación a la figura del Estado. Si bien hipotéticamente podrían caminar separadas, la historia nos muestra que han caminado siempre juntas y que creo que va a ser muy difícil separarlas.