Por Miguel Anxo Bastos Boubeta
Lewis Mumford escribió hace ya bastante tiempo un voluminoso libro, El mito del máquina, traducido hace poco al castellano, pero que no ha tenido a mi entender la repercusión que merece en nuestro ambiente. Cierto es que el autor es próximo a ideas socialistas, pero esto no debe desmerecer su visión sobre el origen y organización del Estado. En un libro anterior, Técnica y civilización, había advertido como los Estados en su proceso de centralización prefieren y promueven unas tecnologías sobre otras, pues favorecen su capacidad de dominio. Así habrá tecnologías propias del moderno Estado y tecnologías propias de situaciones preestatales, o con poderes mucho menos concentrados. No es lo mismo, nos dice, la generación de electricidad en grandes centrales que producirla en pequeñas barras locales, como los más mayores aún recordarán. La primera favorece y es favorecida por el poder estatal mientras que la segunda conduciría a una desconcentración del poder.
Con el conflicto catalán llegué a leer en algún sitio que el Estado español podría dejar prácticamente sin suministro eléctrico a Cataluña, simplemente con bajar unas palancas, y me temo que podría ser cierto, aunque de no serlo me gustaría que se me corrigiese. Con el sistema antiguo deslocalizado sería mucho más difícil. Lo mismo acontece con las infraestructuras de transporte (Mumford dedicó otro libro al papel de la carretera en la construcción del poder moderno) o incluso con las grandes redes de telecomunicaciones convencionales. En su libro sobre el mito de la máquina, Mumford, en cambio, se refiere a una suerte de tecnología mental, no física, que es la que constituye y cimienta ese artefacto imaginario que es el Estado, sea este el antiguo sistema imperial o el moderno estado-nación contemporáneo. Para él, el Estado no es más que una sofisticada máquina, pero no física, sino un sofisticado complejo de ideas y técnicas que permiten establecer un aparato de dominio. Algo semejante se encuentra en otro famoso izquierdista (aunque al final de su vida en sus lecciones en el Colegio de Francia enseñó con aprobación las doctrinas de los economistas austríacos), Michel Foucault, que en libros como Vigilar y castigar se refirió a cómo Estados y otras organizaciones habían elaborado a lo largo de la historia sofisticadas tecnologías de dominio sobre sus dominados. Lo cierto es que el ejercicio del poder precisa de ciertas tecnologías para poder ser ejercido con eficacia. Algunas de estas tecnologías fueron diseñadas para esta función. Otras son resultado de la apropiación por los gobernantes de tecnologías preexitentes, dotándolas de nuevos usos. La tecnología como tal, conviene recordarlo, es neutral, y lo que puede ser discutido es su uso por parte de las personas que hacen uso de ellas. Incluso técnicas inicialmente diseñadas para ser usadas por los gobiernos pueden ser apropiadas por sus enemigos y ser usadas contra ellos. Veamos pues algunas de estas tecnologías y el uso que los gobernantes han hecho de ellas.
La primera de todas es, sin duda, la escritura. Los arqueólogos que encontraron las primeras tablillas escritas reportaron que la mayor parte de ellas estaban dedicadas a cómputos fiscales y tributarios. Es muy difícil gobernar una máquina burocrática sin algún tipo de registro escrito, tanto para establecer con claridad normas y órdenes, como para guardar constancia de pagos, cobros, registrar propiedades o incluso para mitificar a los gobernantes inventando historias o genealogías. La escritura, hasta hace relativamente poco tiempo, era muy cara, de ahí que sus usos se reservasen para mayor gloria del gobernantes y que estos creasen cuerpos de esclavos o funcionarios denominados escribas. Como toda tecnología, esta puede volverse contra sus creadores y lo que fue un hábil invento para facilitar el control del gobernado se usó para escribir ideas contra este y sobre todo para que estas permanezcan en el tiempo y se difundan. De ahí que los gobernantes siempre, de una forma u otra, han establecido algún tipo de control penal sobre lo que se escribe e incluso cómo se escribe, pues la ortografía es monopolio estatal en muchos países y puede ser usada como herramienta política para la construcción de Estados y naciones (pensemos en el caos de serbios y croatas o entre nosotros los debates ortográficos sobre la lengua gallega en relación a la portuguesa).
Derivadas de la escritura aparecen algunas otras técnicas que facilitan la tarea estatal. La primera sería la estadística. Esta es una suerte de matemática aplicada originalmente al mundo político (su propio nombre ya lo dice) y que después encontró aplicación en muchos otros ámbitos. Jean Bodin, uno de los padres teóricos del Estado moderno, incidió mucho en el desarrollo de estas técnicas en su famoso tratado Los seis libros de la república. Rothbard escribió una vez que esta constituye el talón de Aquiles de todo gobierno, pues sin su uso ningún Estado puede funcionar. Pensemos para qué puede querer un ciudadano cualquiera saber si el PIB per cápita de Andalucía es inferior o superior al de Castilla y León o cuál es el número de camas por habitante en La Rioja y cuál en Cantabria. Brechas salariales, pensiones medias o datos económicos como la subida del IPC o el índice de desarrollo humano son ejemplos de estadísticas suministradas por los gobiernos (que curiosamente son “oficiales” y cuentan con la presuposición de veracidad a priori). La lógica de conocer estos datos es casi siempre justificar la intervención estatal y contar con la información adecuada para poder llevarla a cabo (obviamente existen excepciones como las estadísticas relativas al negocio de los seguros, por ejemplo, que han aprovechado parte de la información disponible a través de los censos para su negocio). Saber si el IPC sube o baja no le dice nada al ciudadano particular, pues su cesta de consumo no coincide nunca con la cesta ideal de bienes sobre la que se construye el IPC, pero sí al gobierno que ve ahí la excusa para llevar a cabo tal o cual política económica. Recuerdo haber escuchado (no encuentro la fuente y por tanto puede ser un apócrifo) que un gobernador británico de Hong Kong prohibió la elaboración de estadísticas, pues estas sólo conducían a la creación de agravios entre colectivos (entre barrios de Hong Kong, hombres y mujeres, minorías entre sí, ricos y pobres...) y sólo conducían a conflictos innecesarios y a la creación de gran Estado. Este interviene con la información que le dan las estadísticas y actúa no sobre las causas del problema sino sobre el indicador. Se ataca la subida del IPC con artillería pesada (importando pollos de Rumanía, como se hacía no hace mucho en España debido al peso de tan popular carne en el índice, o quitando al tabaco del mismo) pero no se van a las raíces mismas del problema. Incluso en el ámbito económico las estadísticas estatales son de relativamente poca utilidad para el mundo empresarial. A una empresa le interesan sus precios de referencia, no el de los índices. Por ejemplo, la evolución de los precios del petróleo en los últimos años se produjo en porcentajes muy elevados con subidas o bajadas porcentuales de dos dígitos. ¿Qué relevancia puede tener para los sectores afectados, desde refinerías al transporte, saber que el IPC subió o bajó uno o dos puntos? El IPC o las estadísticas en general son útiles para los sectores dependientes del Estado como los pensionistas o los funcionarios o para elaborar partidas presupuestarias. Lo mismo ocurre con muchas otras estadísticas que sólo sirven para facilitar el trabajo al gobierno.
Muy asociada a la estadística están las técnicas de cuantificación. Theodore Porter, en su libro Trust in Numbers, se refiere a esta como una técnica política. Consiste en reducir fenómenos complejos a números, para que estos puedan ser tramitados más fácilmente por las administraciones. ¿Cómo podría funcionar una universidad sin notas medias? ¿Cómo repartir ayudas sociales sin el IPREM o números que certifiquen una situación de necesidad? Coeficientes de inteligencia que simplifican en números las complejas habilidades intelectuales o cognitivas de los jóvenes también ayudan a simplificar la gestión de las administraciones educativas. Por ejemplo, en las universidades para asignar prácticas, becas o destinos en programas de intercambio reducimos a cada alumno a dos números, el de su documento de identidad y el de la media ponderada de sus calificaciones y a partir de ahí asignamos “objetivamente” y de forma muy sencilla. De no ser así, igual habría que hablar con ellos, conocer su motivación y ver sus aptitudes para el destino (¡qué horror, como en una empresa!, pues estas no hacen aún caso de tan avanzados sistemas). El proceso para el gobernante está claro. Consiste en reducir un problema socialmente complejo, la desigualdad social por ejemplo, a números. Luego intervenir políticamente con alguna medida que afecte a dicho número y más adelante, si el nuevo número resultante resulta más satisfactorio, decimos que la política tuvo éxito y si no, que fracasó. En el medio hay un complejo y astuto sistema mental, creado entre otros por los positivistas franceses del siglo XIX, que nos lleva a identificar el problema con un algoritmo numérico para intentar darle solución numérica. El sueño de todo ingeniero social o gobernante es conseguir encontrar algún tipo de número que pueda medir con precisión la utilidad para, de esta forma, usar el poder del Estado para asignarla de la forma que ellos entiendan pertinente entre todos los ciudadanos. Por fortuna, tal medida no se ha encontrado aún, o por lo menos no se ha encontrado de forma indiscutible, a pesar del esfuerzo que han realizado durante muchos años los denominados economistas del bienestar. Como la encuentren, los gobernantes verán muy reforzada su legitimidad para interferir en la vida y hacienda de sus gobernados.
Otra tecnología derivada de la escritura es la contabilidad. En principio, esta parece haber sido un invento de comerciantes e industriales con el objeto de facilitar el conocimiento del buen o mal desempeño de sus actividades. Pero fue rápidamente apropiada por el Estado, que con el tiempo ha conseguido establecer normas contables con el objeto de simplificar el cobro de tributos. En caso de carecer de ellas, los Estados no podrían establecer presupuestos o provisiones de gastos, o no tendrían la información suficiente como para sostener los complejos sistemas fiscales o de deuda pública que permiten a los Estados modernos alcanzar las enormes dimensiones, tanto cuantitativas como cualitativas. No es este un tema muy estudiado, pero podría ser que se adecuaran los periodos contables a las necesidades, ritmos y pautas de funcionamiento de los estados). ¿Por qué cierres anuales y no diarios, semanales, decenales, etc., de acuerdo con los ritmos de cada empresa?
Otras técnicas de control social apropiadas por los Estados son los controles de los calendarios, los pesos y las medidas. Los calendarios, por ejemplo, tienen un origen mixto religioso (casi siempre de religiones asociadas al poder político) y político, como el calendario juliano. Casi nunca se estudian los calendarios desde un punto de vista político, pero tienen una influencia enorme en la organización social. El diseño de la semana, por ejemplo, determina los ritmos de trabajo, y tienen un carácter simbólico enorme. No es lo mismo una semana de siete días, que las semanas decimales propuestas por algunos reformadores políticos. El diseño y estructura de los días festivos también afecta a los ritmos de la producción y han sido, como bien estudió Max Weber, fuente de conflicto político, pues es señal clara de los valores dominantes. No es indiferente que el festivo sea el domingo, el viernes o el sábado, o cuáles son los días que son festivos y cuál es la razón de la festividad No es de extrañar, por tanto, que las dos últimas grandes revoluciones de la era contemporánea en Europa hayan procedido a cambiar los calendarios. El calendario revolucionario francés pretendía eliminar las referencias religiosas y establecer una mayor racionalidad de las fiestas y de las semanas. Uno de los primeros gestos de la Revolución soviética fue el de adoptar para Rusia al calendario gregoriano, lo que en su momento tuvo una enorme carga simbólica.
Pesos y medidas de longitud y capacidad, como herramientas de control, merecen estudio aparte. Como lo merecen también técnicas sociales apropiadas, o en proceso de apropiación, por los Estados, como el dinero o la ciencia. Pero esto quedará para ulteriores ensayos.