Por Andrea Rondón García
Hace algunos días un amigo me comentaba sobre los excesos de un restaurant con el precio de los platos y lo comparaba con otro restaurant. A mi amigo le parecía escandaloso que aquél que ofrecía hamburguesas (que requiere poca elaboración) resultará mucho más “caro” que el segundo que ofrecía platos más elaborados.
Mi respuesta inicial fue que uno de los alimentos de consumo más afectados por la política sistemática de ataque a la propiedad privada ha sido la carne. Recordemos que las primeras “expropiaciones” (en realidad expoliaciones) fueron de fincas y haciendas y el ganado fue diezmado junto con las tierras. El resultado ha sido oferta insuficiente ante la creciente demanda. Pero además, la carne importada también es escasa por los innumerables obstáculos que deben ser sorteados.
Mi amigo volvía a ofrecerme otros ejemplos de restaurantes, pero esta vez con propuestas similares. Mi respuesta era que ninguno de los dos puede saber quién se excede al colocar precios porque en una economía excesivamente intervenida lo que menos existe es información.
¿Por qué unos ofrecen platos a precios más competitivos que otros siendo muy similar la oferta?; ¿podría ser que unos tienen acceso a las cadenas de distribución del Estado, pagan muy poco y pueden ofrecer precios más bajos?; ¿o en su afán por no perder clientes dedican horas de búsqueda para obtener precios que le permitan mejorar la oferta?.
Puede ser lo primero; puede ser lo segundo; pueden ser todas esas opciones o ninguna. El problema es que una economía con controles desde el 2003, sin aparato productivo, sin prácticamente propiedad privada, el Estado presente en cada uno de los eslabones de la cadena de distribución y comercialización no se puede saber qué es lo que determina el precio. A título de ejemplo, así ha sido el ataque a las compañías multinacionales en Venezuela:
En algunos casos, muchas de estas compañías terminaron siendo ocupadas por el Poder Ejecutivo. Esto es sólo una muestra de lo estatizada que se encuentra la economía venezolana y en la que se evidencia que ninguno de nosotros, ni los proveedores de bienes y servicios ni sus consumidores son los que fijan el precio, siendo esto último una verdadera incertidumbre.
Y la realidad es que en una economía libre esta incertidumbre no existe porque el precio es resultado del juego de la oferta y de la demanda. El precio se formará como resultado de las decisiones que cada uno tome para alcanzar sus fines y propósitos. En una economía libre somos nosotros, los individuos, los que formamos el precio y no el Estado, con todas las consecuencias nefastas que ello conlleva.
La autora es Doctora en Derecho de la Universidad Central de Venezuela y Directora del Comité de Derecho de Propiedad de Cedice Libertad.