No son únicamente las guerras y las catástrofes las que son capaces de destruir un país. También lo pueden hacer las malas decisiones de sus ciudadanos y de los convocados a dirigirlos. Es, en ese sentido, una responsabilidad compartida alrededor de una misma disposición al saqueo. No puede denominarse de otra manera la adhesión fundamentalista al populismo y la concomitante sumisión al caudillo.

Un pueblo idiotizado, unas clases medias profundamente ignorantes y concupiscentes, y un líder disolvente, son tres características cruciales para acabar con cualquier país. Ese es el caldo de cultivo que luego permite avanzar sin mayores problemas hacia una fatal desintegración. Pero ¿cuál pudo ser la secuencia que nos trajo hasta aquí? ¿Cuáles serían los diez pasos que cualquier tirano debería considerar para imperar sobre las ruinas de su república?