Por Álvaro Vargas Llosa
Los miembros plenos del Mercosur, sin contar a Venezuela, que está suspendida, son ahora partidarios del libre comercio. Lo son todos, desde los gobernados por la centroizquierda, como Uruguay, hasta los que están bajo administraciones de centroderecha, que son, con distinto grado, las otras tres. Y, sin embargo, no han logrado hasta ahora un solo acuerdo comercial.
Es una lástima: ahora que Estados Unidos ha desatado una guerra comercial contra medio mundo, el último episodio de la cual ha sido la amenaza de nuevas trabas contra China, que esta vez afectarían a unos 200 mil millones de dólares de exportaciones de ese país, Sudamérica podría estar jugando un rol descollante a favor de la sensatez. Le vendría bien a la propia Sudamérica y, por supuesto, al resto del mundo, donde hay un enfrentamiento entre dos visiones contrapuestas sobre el papel del comercio en el desarrollo económico.
Mercosur tiene abiertas negociaciones con Europa desde hace dos décadas (aunque de forma intermitente) y, ahora, con Canadá, Corea del Sur y, de forma muy incipiente, Singapur, a lo cual se añade la voluntad expresada de entablarlas con China y otros países o asociaciones comerciales. Tabaré Vázquez acaba de asumir la presidencia temporal del bloque y, como casi todos sus antecesores recientes, ha rendido culto verbal al libre comercio, quejándose con razón de la lentitud con que todo avanza.
El error, sin embargo, es creer que esa lentitud sólo se debe a los diversos interlocutores comerciales del Mercosur. Es cierto que la Unión Europea, bloque proteccionista de puertas para afuera a pesar del relativo libre comercio que impera de puertas para adentro, se resiste a abrir enteramente su mercado a exportaciones sudamericanas como la carne o el etanol. Pero no es menos cierto que el Mercosur se resiste a abrir sus mercados de servicios o el de compras del Estado. Pero aún: no se percibe una voluntad arrolladora por conseguir resultados por parte de los líderes políticos del Mercosur. Tienden a encerrarse detrás de excusas y quejas, muchas de ellas fundadas, en lugar de dar pasos audaces a favor del libre comercio. El resultado es que, a pesar de que algunos de los gobiernos favorables al libre comercio en ese bloque llevan ya unos años en el poder, Mercosur no ha firmado un solo acuerdo comercial.
¿Cuál es la solución? En lo inmediato, quizá la Alianza del Pacífico. En julio tendrá lugar una importante reunión entre ambos bloques y la idea -todavía más susurrada que enunciada- es eventualmente llegar a una integración plena. Salvo que el factor “López Obrador”, que podría modificar la tendencia de México en estos temas tras los comicios de julio, lo eche todo a perder, los miembros de la Alianza exhiben más coherencia entre su retórica librecambista y sus prácticas. Quizá ellos puedan “arrastrar” al Mercosur, en esa reunión y otras posteriores, hacia una mayor apertura comercial. Tal vez un avance fulgurante en la integración entre Mercosur y la Alianza pueda, por una carambola, animar al primero a darle un impulso mucho mayor a sus tratos con el resto del mundo. No vaya a ser que antes de lograr firmar su primer tratado comercial hayan sido reemplazados los gobiernos favorables, retóricamente, al libre comercio por otros de tendencia contraria. Esto último no puede descartarse, por ejemplo, en Brasil, donde habrá elecciones en octubre y un cambio de gobierno en enero.
Donald Trump le ha dado a América Latina la oportunidad de jugar un rol en relación con valores importantes como el libre intercambio entre las naciones del mundo. Es hora de aprovecharla mucho mejor.