Por Miguel Anxo Bastos Boubeta
Dado que estamos en pleno verano, me gustaría recomendar algunas lecturas para aquellos que disfrutan, como es mi caso, de aprovechar el mes de agosto con estos menesteres. Como siempre no son lecturas refrescantes o fáciles, pero no por ello resultan menos interesantes. El verano es una época en la que muchas personas cuentan con más tiempo del que es habitual para leer, y por eso es el momento de afrontar la lectura de libros extensos o algo más complicados de lo habitual. Propondré, eso sí, libros de todas las temáticas que tienen relación con el objeto de estudio de esta serie. No son necesariamente anarcocapitalistas, algunos incluso lo contrario, pero sí que hacen aportaciones interesantes o poco conocidas sobre el Estado o temas adyacentes.
Podemos comenzar por Amilcare Puviani, Teoría de la Ilusión Financiera, Instituto de Estudios Fiscales, Madrid, 1972. Una cita de Pareto, en la excelente introducción de Álvaro Rodríguez Bereijo, marca muy bien el tono del libro: “los hechos me demuestran que el ente metafísico llamado Estado, impone a los contribuyentes todo lo que puede, y después lo gasta. Este hecho es contrario a la opinión de que dicho ente tenga “necesidades” y que imponga tributos solo para subvenir a ellas. O para decirlo mejor, tales “necesidades” son infinitas y abarcan todos los deseos de la clase dominante y de sus pretorianos”. Puviani en el libro se pregunta por qué los ciudadanos aceptan pagar impuestos mucho más allá de lo que incluso ellos perciben como necesario. Su respuesta es simple y compleja a la vez. Simple porque hace descansar en la propaganda gubernamental, que él define como ilusión fiscal, la labor de enmascarar los gastos del Gobierno de tal forma que la población los acepte. El truco es aparentemente fácil: consiste, primero, en exagerar el valor de los bienes y servicios prestados por el Gobierno y, segundo, en transformar incluso las actuaciones nocivas del Gobierno en algo positivo para la sociedad (guerra o imperialismo, por ejemplo). Es complejo porque esto requiere de una cada vez más sofisticada tarea de ocultación de los costes de los servicios públicos y de su repercusión sobre los distintos grupos sociales. En efecto, existen grupos interesados en el incremento de la fiscalidad y otros seriamente perjudicados a los que bien hay que persuadir o bien ocultar los costes. Es un libro casi desconocido, del que no existe traducción al inglés y que por tanto ha influido muy poco en el desarrollo del pensamiento libertario, salvo en Buchanan, que en su libro sobre los hacendistas italianos reconoció que no lo pudo consultar de forma completa. Merece ser recuperado y tenido en cuenta de nuevo, pues dice mucho de las prácticas fiscales de los Gobiernos, los cuales desde el tiempo de la publicación del libro en 1903 no sólo no han cambiado, sino que han perfeccionado las prácticas de la ilusión fiscal.
Otro libro curioso es el de Louis Rougier, Del Paraíso a la Utopía, Fondo de Cultura Económica, México, 1984. Rougier fue una suerte de hereje entre los liberales franceses pues, a pesar de que estuvo próximo a los movimientos de refundación del liberalismo europeo de los años 30 en el marco del llamado coloquio Lippmann, fue posteriormente apartado de este mundo por su colaboracionismo con el régimen de Vichy. Fue un autor virulentamente antirreligioso en general y muy anticristiano, como buen lector de Renan, en particular. Pero a diferencia de muchos pensadores políticos modernos que ven religión solo en iglesias y cultos trascendentes y no aplican la misma vara de medir a sus propias ideas, Rougier carga contra las religiones políticas con aún mayor dureza que contra las tradicionales. El paraíso está en el más allá mientras que la utopía acostumbra a ser terrenal, y de ahí su muy superior potencial de movilización y su capacidad de degenerar mucho más fácilmente en tiranías en el mundo. Es la obra de un verdadero crítico de las modernas ideologías totalitarias, que creo que debería ser más conocido, pues parte de su obra está traducida (El genio de occidente, por ejemplo, se encuentra en Unión Editorial).
Voy a recomendar también un par de libros de historia. El primero es el de un colega y amigo de Mises durante su estancia en Suiza, Louis Baudin, El imperio socialista de los incas, Ediciones Rodas, Madrid,1973. El socialismo, a pesar de sus proclamas de progreso y radiante porvenir, no deja de ser uno de los ideales más antiguos del ser humano y una forma de organización social que cuenta con numerosísimos antecedentes históricos en muy distintas geografías. El progreso de muchos socialistas consistiría en volver a formas políticas como la de los antiguos incas. El libro nos narra la organización social y política de un imperio centralizado con innumerables regulaciones y políticas redistributivas en una situación de casi perpetuo estancamiento económico y con un muy bajo nivel de vida. Sus desarrollos tecnológicos fueron muy bajos y circunscritos a las áreas estatistas de la vida social, como calendarios y sistemas de cómputo fiscal. El ideal de un Estado gobernado por una casta de sacerdotes y técnicos sigue vivo el día de hoy. Su centralización fue también su perdición al ser derrotado por un puñado de hombres. Con este libro el viejo Baudin hace historia antigua y presente al mismo tiempo y nos advierte del destino de los pueblos sometidos a sistemas sociales de este tipo. Al tiempo que nos recuerda que las organizaciones verdaderamente complejas y avanzadas son las regidos por sistemas de precios y mercados. Por eso son muy difíciles de entender y cuentan, por tanto, con poco apoyo social.
El otro libro de historia que recomiendo se refiere a una etapa más reciente, la de la instauración del comunismo en la China Popular. Frank Dikotter, La gran hambruna en la china de Mao, Acantilado Barcelona, 2017 nos narra el gran experimento de colectivización chino realizado en los años 50 del siglo XX. El comunismo soviético ha sido más estudiado técnicamente entre nosotros que el chino, y este libro explica por qué. El autor, un historiador académico, no parece conocer la teoría austríaca sobre los problemas del cálculo en una economía socialista, pero describe una tras otra todas las perniciosas consecuencias de implantarla. Los fenómenos de descoordinación y desabastecimiento son bien conocidos por la teoría (hambrunas y pobreza), pero no las consecuencias de querer no sólo construir un hombre nuevo sino de derrotar a la naturaleza. El comunismo de Mao tenía un componente agrario más acusado que el soviético, más industrial, e intentó incrementar por la fuerza la producción agrícola. Para ello no dudó en derruir miles de viviendas para ¡aprovechar sus materiales como fertilizantes!, con lo que dejó a decenas de miles de personas a la intemperie. Reconozco que en mis años de estudio de este tipo de temas no había nunca oído hablar de semejante estupidez. Lo mismo que la de perseguir y eliminar a los gorriones para que no se coman la simiente, con el resultado de que fueron plagas de insectos desprovistos de sus enemigos naturales las que lo hicieron. Tampoco fue buena idea la de fundir los aperos de labranza en altos hornos caseros para incrementar la producción de acero y conseguir así alcanzar los objetivos de producción por parte de burócratas temerosos, con razón, de no conseguirlos . El problema es que estas ocurrencias no se dieron a pequeña escala, sino en el país más poblado de la tierra. Los resultados los narra muy bien Dikkotter en un libro espléndido y que merece ser leído por todos aquellos que aún mantienen la ilusión de que un grupo de políticos iluminados por una idea pueden orientar con éxito una economía y lograr “tocar el cielo con las manos”, como diría el presidente Mao.
Muchas de las propuestas teóricas clásicas y contemporáneas de alternativa al sistema capitalista pasan por una suerte de gestión cooperativa de la economía. Propuestas clásicas como la autogestión yugoslava o más recientes como las de Michel Albert o la economía del bien común de Christian Feiber pasan por un fututo en el que las empresas serían gestionadas por los trabajadores. Esta autogestión podría darse en el seno de una economía socialista, en la cual los organismos estatales asignarían el crédito o incluso arrendarían los bienes de equipo y las instalaciones, o bien en el ámbito de una economía capitalista. El primer caso ha sido ya suficientemente criticado como para detenernos en él. El segundo presenta más dificultades, pues en principio nada hay que objetar en una economía libre a que los trabajadores se organicen como ellos quieran y establezcan empresas cooperativas si así lo desean. El problema se plantea porque algunos autores proponen, desde varios esquemas teóricos, el apoyo estatal a este tipo de empresas, de tal forma que estas se generalicen y constituyan la base de organización económica de una futura organización socialista. La pregunta es ¿por qué este tipo de esquema no se ha generalizado ya en economías libres en las que este modelo puede funcionar, no sólo sin trabas, sino con apoyo público? La respuesta nos la da un poco conocido libro: Henri Lepage, Autogestión y capitalismo, Asociación para el Progreso de la Dirección,Madrid, 1979. En este libro se nos desmontan varios mitos que existen sobre las cooperativas, como el de la justicia salarial (los salarios se asignan de forma política entre sus integrantes de tal forma que unos trabajadores subsidian a otros) y sus derivadas en la correcta asignación de funciones dentro de la empresa. También, según Lepage, suele darse el caso de que los integrantes de la cooperativa prefieren votar salarios más altos y una mayor capitalización frente a buscar más mano de obra con la que habría que repartir los beneficios. Eso no siempre da lugar a problemas como la falta de flexibilidad en las crisis que no permite ajustar plantillas sin descapitalizar la empresa, o cuestiones como la recompra de las partes en caso de jubilación o cambio de trabajo de algún cooperativista. Este pequeño resumen no hace justicia al libro, que es uno de los mejores que he leído en los últimos años.
También dentro del ámbito de la economía quisiera recomendar una casi desconocida biografía. Enrique Ballesteros, Los principios de la economía liberal: un estudio en torno a Jean-Baptiste Say, Alianza editorial, Madrid, 1986. Jean Baptiste Say fue un economista francés, injustamente olvidado por culpa de la mala interpretación que Keynes hizo de su obra, la cual a mi modesto entender es de las más brillantes de la historia del pensamiento económico. Pero la vida de Say no se circunscribe a la elaboración de su célebre Tratado de Economía Política, sino que intervino en la determinación de la política económica de la Revolución francesa, cuyas vicisitudes y derivas, desde el liberalismo de los primeros días al intervencionismo casi socialista de la Convención, son analizadas con detalle en el libro. También la evolución política y personal de Say muestra ricas facetas, con las que no siempre concuerdo, y también su legado, hoy en día casi olvidado. Es digno de mencionar el grupo que se conformó a partir de su yerno, Charles Comte, y sus amigos, que contribuyeron a elaborar el mejor liberalismo del XIX, incluyendo su genial aproximación a la teoría de las clases sociales basadas en el poder político. El legado de Say está muy desdibujado hoy en día y creo que este libro, que le hace justicia, puede contribuir mucho a recuperarlo y a reivindicar a uno de los grandes genios del liberalismo económico y político.
Por último, me gustaría indicar brevemente dos novelas. Franz Werfel, Los cuarenta días del Musa Dagh, Losada, Madrid, 2004 e Ira Levin, Este día perfecto, Destino, Barcelona, 1989. No son muy conocidas ninguna de las dos. La primera narra el drama de la persecución del pueblo armenio por el Gobierno de los Jóvenes Turcos durante la Primera Guerra Mundial. Narra de forma novelada la resistencia de un grupo de armenios al Estado turco al darse cuenta de su negro porvenir de decidir acatar la orden de destierro del Gobierno. Es de interés porque explica la enorme capacidad de causar daño con la que cuenta incluso un Gobierno pequeño y rudimentario como era el turco de su época. Describe muy bien la obediencia ciega tanto de los ejecutores de las órdenes como la del pueblo perseguido, que casi sin excepción obedece y se pliega a su destino. El segundo es la novela libertaria del célebre novelista Ira Levin. Este, influido en parte por el objetivismo de Ayn Rand, nos describe una sociedad futura con su población controlada por métodos terapéuticos, en la cual sus miembros son obligados a la eutanasia a los sesenta y dos años por el bien general. Un aviso, la descripción de los medios de control puede parecernos bastante familiar, incluido el del control estatal de la alimentación y la salud. Creo que es una excelente novela de anticipación para leer en el verano.