Por Alberto Benegas Lynch (h)
Es culpa de no pocos economistas que su disciplina sea vista como algo muy poco digerible, como algo nada humano, como algo mecánico y desprovisto de alma. Así estos profesionales hacen referencias a equilibrios y competencias perfectas inexistentes que solo encajan en mentalidades de la arqueología neoclásica. Completan este panorama con aires de automaticidad las alusiones a las “fuerzas” de mercado, optimizaciones, variables, modelos y equivalentes como si se trataran de cosas los seres humanos. Como si no hubiera diferencia entre las ciencias sociales y las físico-químicas. En definitiva equivocadamente se presenta a la economía como colonizadora de lo humano, como un esperpento que significa una grave intromisión en lo que es propio del hombre.
Es por esto que la mayoría de los poetas, escritores, sacerdotes, escultores, pintores y artistas en general se mantienen apartados de la economía que les suena a metálico, hosco y anti-hospitalario, mientras los economistas no toman en serio a los primeros pues los consideran pura manifestación de “metafísica inconducente”. Es tiempo de revisar ambas actitudes y me parece que somos los economistas los que tenemos que tomar la iniciativa sustentados en ricas tradiciones de pensamiento. La terquedad no ayuda.
Muy a contracorriente de la referida visión se ha ubicado primero la Escuela Escocesa y luego, mas pulida, principal aunque no exclusivamente la decimonónica Escuela Austríaca contemporáneamente liderada por Ludwig von Mises, especialmente en su Acción humana. Tratado de economía donde incorpora una concepción radicalmente diferente a la marxista y neoclásica para abarcar toda conducta humana en base a postulados anclados en el respeto irrestricto a las autonomías individuales como condición para el progreso, en el contexto de procesos y no equilibrios ni modelos al extender la teoría marginal del valor a toda manifestación humana. Esta concepción moderna no da lugar para comparaciones intersubjetivas en este campo ni para referencias a números cardinales, solo ordinales. Deriva de la acción humana los teoremas de mayor relevancia para el análisis económico, teoremas que ocupan buena parte del antedicho tratado de economía.
Hay otro aspecto crucial en este territorio que debe ser contemplado con atención y que han sido especialmente estudiados en tres obras ahora clásicas: Culture and Enterprise de Don Lavoie y Emily Chamlee-Wright, The Capitalist Revolution de Peter Berger y el anterior Who Prospers? How Cultural Values Shape Economics and Political Sciences de Lawrence Harrison. Con matices estos libros apuntan que si bien resulta de gran trascendencia el mercado libre y marcos institucionales compatibles con la sociedad abierta, es condición previa indispensable la cultura predominante en el sentido de cultivar valores y principios que apuntan al respeto recíproco. Sin esta condición lo demás no se mantiene. Se podrá derrocar a un tirano pero a poco andar lo sustituirá otro si lo se ha dado con éxito la batalla cultural. Y desde luego la cultura no es algo estático, igual que con el resto de lo humano está inserto en un proceso evolutivo ya que en el ámbito de lo mortal nunca se llega a una meta de perfección, la cultura está siempre en tránsito. A su vez, esta batalla cultural depende de la calidad educativa para trasmitir el respeto recíproco y en última instancia también el propio respeto al efecto de prosperar moral y materialmente. En esta oportunidad no me detengo a escudriñar el tema educativo, remito al lector a mi conferencia sobre la materia en la Universidad de Liechtenstein (mayo de 2015, publicada en el sitio de la universidad y como post-scriptum en mi libro Estampas liberales).
Pasamos entonces al tema central de esta nota cual es la indispensable conexión entre la economía y las humanidades o, más genéricamente los estudios culturales. Debido a las acepciones erróneas de la economía con que abrimos este análisis, los departamentos que se ocupan de temas culturales en las universidades y centros de estudios estiman que la economía no solo no calza en sus objetivos sino que se le contraponen y cuando incursionan en la economía es habitualmente basados en teorías marxistas que denuncian la explotación de los mercados abiertos y el liberalismo en general.
Mientras, en los departamentos de economía los profesionales del ramo suelen apenas hacer un turismo superficial sobre áreas humanistas que como todo turismo superficial se quedan en la superficie y no calan hondo en asuntos culturales ya que los consideran fuera del ámbito “técnico” y propio de tendencias “literarias” sin percatarse que en este territorio de libra la batalla crucial, entre muchas otras cosas, para la comprensión de la economía. Si no se sale de lo meramente cuantitativo y de tratar al ser humano como cosas y no sujetas a sentimientos y valorizaciones personalísimas, la economía no es susceptible de entenderse. Por esto es que en este contexto resulta de tanto valor las experiencias interdisciplinarias que permiten el debido mestizaje de donaciones y recibos entre diferentes campos de investigación y estudio.
La misma noción de riqueza o bienestar es eminentemente subjetiva. Para unos es tocar el arpa y contemplar atardeceres, para otros es disponer de más tiempo libre o contar con comida más barata y así sucesivamente. No son iguales las aspiraciones de una comunidad Amish que una comunidad de vegetarianos etc. Tal como también apuntan Lavoie y Chamlee-Wright, incluso el incremento en las ventas de rubros como cerraduras, alarmas y candados si bien aumentan el producto bruto interno, pueden ser una señal de deterioro significativo en la calidad de vida por una mayor inseguridad.
Más aun, cuando los aparatos estatales participan de modo creciente en el PBI, el crecimiento de este guarismo no significa mejoramiento en el nivel de vida del mismo modo que el crecimiento en el patrimonio del dictador de turno no significa que los súbditos hayan mejorado un ápice sus condiciones de vida sino que generalmente han empeorado grandemente.
Detengámosnos en el concepto del producto bruto (a veces denominado un producto para brutos) al efecto de ilustrar el tema cultural. Aquellas estadísticas deben verse con espíritu crítico en varios planos. Primero, es incorrecto decir que el producto bruto mide el bienestar puesto que mucho de lo más preciado no es susceptible de cuantificarse.
Segundo, si se sostiene que solo pretende medir el bienestar material debe hacerse la importante salvedad de que no resulta de esa manera en la media en que intervenga el aparato estatal puesto que lo que decida producir el gobierno (excepto seguridad y justicia en la versión convencional) necesariamente será en un sentido distinto de lo que hubiera decidido la gente si hubiera podido elegir: nada ganamos con aumentar la producción de pirámides cuando la gente prefiere leche.
Tercero, una vez eliminada la parte gubernamental, el remanente se destinará a lo que prefiera la gente con lo que cualquier resultado en libertad es óptimo aunque sin duda el estatismo hará retroceder las condiciones de vida debido a la injustificada succión de recursos y la consiguiente alteración de los precios relativos, lo cual conduce al desperdicio de los siempre escasos bienes disponibles.
Cuarto, el manejo de agregados como los del producto y la renta nacional tiende a desdibujar el proceso económico en dos sentidos: hace aparecer como que producción y distribución son fenómenos independientes uno del otro y trasmite el espejismo que hay un “bulto” llamado producción que el ente gubernamental debe distribuir por la fuerza (o más bien redistribuir ya que la distribución original se realizó pacíficamente en el seno del mercado).
Quinto, las estadísticas del producto bruto tarde o temprano conducen a que se construyan ratios con otras variables como, por ejemplo, el gasto público o la presión tributaria, con lo que aparece la ficción de que crecimientos en el producto justifican crecimientos en el gasto público o en los gravámenes.
Y, por último, en sexto lugar, la conclusión sobre el producto es que no es para nada pertinente que los gobiernos lleven estas estadísticas ya que surge la tentación de planificarlas y proyectarlas como si se tratara de una empresa cuyo gerente es el gobernante. Esto no permite ver que cuando gobernantes estiman tasas de crecimiento del producto no es que se opongan a que sen más elevadas y si resultan menores es porque así lo resolvió la gente.
Si prevalece un clima de libertad y de respeto recíproco los resultados serán los que deban ser. En este sentido, el premio Nobel en economía James M. Buchanan ha puntualizado en “Rights, Efficency and the Irrelevance of Transction Costs” que “mientras los intercambios se mantengan abiertos y mientras no exista fuerza y fraude, entonces los acuerdos logrados son, por definición, aquellos que se clasifican como eficientes”.
Si por alguna razón el sector privado considera útil compilar las estadísticas del producto bruto procederá en consecuencia pero es impropio que esa tarea esté a cargo del gobierno. Cuando un gobernante actual se pavonea porque durante su gestión mejoraron las estadísticas de la producción de, por ejemplo, trigo es menester inquirir que hizo en tal sentido y si la respuesta se dirige a puntualizar las medidas que favorecieron al bien en cuestión debe destacarse que inexorablemente las llevó a cabo a expensas de otro u otros bienes. No hay alquimias posibles, en esta instancia del proceso de evolución cultural, lo único que un gobierno puede hacer para favorecerle progreso de la gente es respetar marcos institucionales civilizados que aseguren los derechos a la vida, la propiedad y la libertad.
Por otra parte, concentrar la atención solo en lo material hace perder de vista la razón espiritual del hombre…como escribió el decimonónico Leslie Stephen “es más fácil construir iglesias que pensar en que es lo que se va a enseñar dentro de ellas”.
Pienso que ilustra lo que aquí consideraremos brevemente lo que escribe Wilhelm Röpke (en A Human Economy. The Social Framework of the Free Society): “Cuando uno trata de leer un journal de economía en estos días, frecuentemente uno se pregunta si no ha tomado inadvertidamente un journal de química o de hidráulica […] Los asuntos cruciales en economía son tan matemáticamente abordables como una carta de amor o la celebración de Navidad […] Tras los agregados pseudo-mecánicos hay gente individual, son sus pensamientos y juicios de valor”.
Del otro lado del espectro intelectual, quien con más peso ha abogado por el análisis de equilibrio ha reconocido su fracaso. Se trata de Mark Blaug (en “Afterword” de su Appraising Economic Theories) donde consigna que “Los Austríacos modernos [la Escuela Austríaca de Economía] van más lejos y señalan que el enfoque walrasiano al problema del equilibrio en los mercados es un cul de sac: si queremos entender el proceso de la competencia más bien que el equilibrio final tenemos que comenzar por descartar aquellos razonamientos estáticos implícitos en la teoría walrasiana. He llegado lentamente y a disgusto a la conclusión de que ellos están en lo correcto y que todos nosotros hemos estado equivocados”.
Por su parte, John Hicks finalmente reconoce (en Capital y tiempo) que “He manifestado la afiliación Austríaca de mis ideas; el tributo a Böhm-Bawerk y a sus seguidores es un tributo que me enorgullece hacer. Yo estoy dentro de su línea, es más, comprobé, según hacía mi trabajo, que era una tradición más amplia y extensa que la que al principio parecía”.
En resumen, la humanización no solo no resta rigurosidad a la ciencia económica, sino que fortalece sus preceptos y no los escinde de otros vínculos fundamentales. Una concepción más abierta como la que enseñan modernas tradiciones de pensamiento permite un mejor entendimiento de las bases de la economía en armonía con otras disciplinas. Muchas de las incomprensiones y reparos que habitualmente se hacen a la economía proceden de profesionales que no han entendido el objeto de su propia profesión y la confunden con autómatas que se limitan a recitar cifras y cuadros estadísticos sin siquiera comprender la sustancial diferencia entre “los hechos” en ciencias naturales y los llamados “hechos” en ciencias sociales tal como destaca Friedrich Hayek, otro premio Nobel en economía, en su ensayo titulado “The Facts of the Social Sciences”.