Por Álvaro Vargas Llosa
ABC, Madrid
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Ha pasado una semana desde la convención nacional en la que Pablo Casado anunció en qué cree. Consciente o no, hay un eco, en este ejercicio, de la transformación intelectual experimentada en su día por el Partido Conservador británico y el Partido Republicano. En el primer caso, las figuras clave fueron Keith Joseph y Margaret Thatcher; en el segundo, Barry Goldwater y Ronald Reagan. El éxito en ambos casos consistió en cambiar el consenso, de tal modo que sus adversarios se vieron obligados a preservar buena parte de su legado (que más adelante fuera parcialmente revertido es asunto distinto).
En el Reino Unido había habido, en el conservadurismo, una cierta tradición liberal, pero fue abandonada por los «tories» desde finales de los 30, tras el libro de Harold Macmillan, «The Middle Way». Luego, tres administraciones «tories» –las de Macmillan, Douglas-Home y Heath– contribuyeron a «ese consenso de la posguerra» que hizo de conservadores y laboristas algo indiferenciable. Insurgiendo contra dicho consenso, Joseph y Thatcher introdujeron, a mediados de los 70, principios e ideales liberales que revolucionaron a su partido, primero, y a Occidente, después.
Los republicanos estadounidenses, por su parte, no venían de una tradición liberal (el partido con mayor tradición liberal era el Demócrata, fundado por Thomas Jefferson). Fue Barry Goldwater, ganando las primarias republicanas y enfrentándose a Johnson en 1964, quien dio un vuelco a las ideas de su partido. Se equivocó en una cosa importante (los Derechos Civiles), pero en casi todo lo demás acertó «avant la lettre». Perdió las elecciones, pero el partido ya era, intelectualmente, hijo suyo. Ronald Reagan recogió la antorcha y el resto es historia.
Thatcher y Reagan eran conservadores, pero entendieron que el liberalismo era la clave del éxito económico y, en última instancia, compatible con sus valores tradicionales siempre y cuando no trataran de imponerlos autoritariamente a los demás. Por eso hubo en ambos pragmatismo, a pesar de su fama de cruzados.
Lo que pretende Casado, acompañado por un gabinete liberal cuya mano se empieza a notar, tiene, pues, antecedentes occidentales (en España los tiene con Aznar). El conservadurismo español llevaba años sin brújula intelectual, sin un gran ideario opuesto al de los distintos populismos, el de izquierda y el nacionalista, dejándose arrastrar por una inercia que otros parecían dictar. Por eso, hay que aplaudir que el PP intente su renacimiento intelectual. No sé el destino que tendrá este esfuerzo, pero alguien tenía que intentarlo.
Esto supondrá un interesante mano a mano con Ciudadanos, que también se reclama liberal y que, mientras el PP hacía su travesía del desierto doctrinario, prestó a España un servicio pronunciando esa palabra sin miedo. Lo que está sucediendo en España en el espacio que va del centro a la derecha –Cs, PP, Vox– no es anormal. La diferencia con el Reino Unido y los republicanos es que en aquellos casos las distintas corrientes forcejearon (y siguen haciéndolo) al interior del mismo partido, mientras que en España lo hacen con organizaciones diferenciadas (en el Reino Unido surgieron, con el crecimiento del euroescepticismo, nuevos partidos de derecha, algunos de los cuales, como el de Jimmy Goldsmith, desaparecieron y otros, como el UKip, agonizan).
Los socialistas necesitan su propio rearme de ideas. Por carecer de una identidad intelectual nítida, llevan años dejándose arrastrar por la marea populista hacia una izquierda premoderna. Ese vacío de ideas ha permitido a Podemos y otros radicalismos hacer retroceder al PSOE hacia un “setentismo” conformista. Por ahora, sólo los patriarcas retirados del PSOE lo ven claro; sus sucesores, que son los que mandan hoy, no.