Por Alberto Benegas Lynch (h)
El País, Montevideo
Las guerras religiosas han sido en gran medida las causantes de buena parte de las muertes en lo que va de la historia de la humanidad. En nombre de Dios, la misericordia y la bondad se ha masacrado, mutilado y torturado. Es tiempo de no caer en la macabra trampa tendida por quienes usan las religiones para escudarse en sus actos criminales porque saben que con ello desatan pasiones irrefrenables.
El último libro de José Levy - doctor en filosofía, corresponsal de CNN en Medio Oriente- muestra que el problema no son los musulmanes que igual que las otras dos religiones monoteístas pretende la paz y que “es erróneo reconocer cualquier fenómeno protagonizado por musulmanes como representativo de toda su religión”.
Consigna el autor que “La religión musulmana, la cual en determinados siglos fue modelo de tolerancia hacia los otros credos, ya fuera durante la España musulmana o durante el Imperio Otomano, es ahora empleada de manera viciosa por extremistas que intentan transformarla en rehén de sus perversiones y valerse de ella como excusa para las actuaciones más siniestras” puesto que para “muchos musulmanes el Yihad es una guerra santa pero no de conquistas territoriales y muerte, sino interna, de esfuerzo y deseo de superarse espiritualmente”.
Los terroristas entonces son criminales a secas, el mezclar religiones solo logra una llamarada de fanatismos incontenibles. Guy Sorman y Gary Becker sostienen que el Corán es el libro de los hombres de negocios debido al respeto a los contratos y la propiedad. Recordemos que en el 5:31 del Corán se subraya que el que mata a un hombre ha matado a la humanidad.
El fanatismo criminal en nombre de la religión no es patrimonio de los musulmanes, la diferencia con los cristianos de la brutalidad inquisitorial, las “guerras santas”, la conquista de América, las Cruzadas y el tratamiento indecente de judíos (por todo lo cual afortunadamente Juan Pablo II pidió perdón), la diferencia decimos es que los cristianos se referían a “los herejes”, mientras que los que se escudan en el Islam llevan a cabo sus espantosas fechorías contra “los infieles”.
Muy sabios han sido los Padres Fundadores estadounidenses al establecer lo que denominaron “la doctrina de la muralla” al efecto de separar de modo tajante la religión del poder político puesto que “la verdad absoluta” constituye un inmenso peligro en manos de gobernantes. Personalmente comparto muy poco de la política del ex presidente G.W. Bush, pero concuerdo con sus declaraciones formuladas en una mezquita inmediatamente después de la acción criminal del 11 de septiembre. Señaló con razón que "debe diferenciarse claramente lo que es un asesino de quien profesa la religión musulmana".
Debemos tener en cuenta que la población mundial musulmana es de mil quinientos millones de habitantes y como ha repetido Salman Rushdie solo los gobiernos que comandan regimenes totalitarios pretenden secuestrar a sus habitantes de las normas de convivencia civilizada. El sheij de la comunidad islámica argentina Abdelkader Ismael- licenciado en teología y licenciado en ciencias políticas- declaró a “La Nación” de Buenos Aires que naturalmente cuando los terroristas de la ETA o la IRA atacan se los identifica como criminales pero no por las religiones que profesan sus integrantes, sin embargo, esto no ocurre con los musulmanes: “al criminal hay que llamarlo por su nombre y apellido y no por la religión a la que cree responder” puesto que “un musulmán verdadero jamás alienta a sus hijos a celebrar la muerte de otro ser humano”.
Es de desear que quienes somos testigos del abuso e interpretación retorcida de religiones propiamente dichas no miremos para otro lado cuando no toca nuestras creencias porque con esta conducta del avestruz no solo se cometen injusticias muy graves sino que así perderemos nuestro derecho a quejarnos cuando toque el turno de atacar nuestros valores y creencias. Debemos ser respetuosos de otras manifestaciones culturales que no son las nuestras y que no afectan derechos de terceros, esta es la única manera de cooperar pacíficamente en una sociedad abierta.
Por otra parte, Spencer Wells -el biólogo molecular de Stanford y Oxford- ha escrito que “el término raza no tiene ningún significado”. En verdad constituye un estereotipo. Tal como explica Wells en su obra mas reciente, todos provenimos de África y los rasgos físicos se fueron formando a través de las generaciones según las características geográficas y climatológicas en las que las personas han residido. En esta línea argumental, Thomas Sowell apunta que en los campos de extermino nazis se rapaba y tatuaba a las víctimas para poder diferenciarlas de sus victimarios.
También es del caso señalar la torpeza de referirse a la “comunidad de sangre” pasa por alto el hecho que los mismos cuatro grupos sanguíneos están distribuidos en todas las poblaciones del planeta. Todos somos mestizos en el sentido que provenimos de las combinaciones más variadas y todos provenimos de las situaciones más primitivas y miserables (cuando no del mono).