Por Álvaro Vargas Llosa
ABC, Madrid
Primero, lo obvio: en Francia no hay liberales, sólo variantes del estatismo populista. El único gobernante francés no socialista que realizó algunas reformas liberales fue Giscard D’Estaing, pero luego, agobiado por la crisis del petróleo, borró con el codo lo que había hecho con la mano. Desde 2009, entre impuestos y cotizaciones, la presión fiscal ha crecido en 350.000 millones de euros. Culpables de esto son dos gobernantes de centroderecha, Sarkozy y Macron, y el socialista Hollande. Un país toca fondo, ideológicamente, cuando un socialista se burla de un liberal por coquetear con la idea de un referéndum para consultar al pueblo la política tributaria y por hacer posible que el impuesto de 75% para los ricos, idea que se creía enterrada, reviva. Eso mismo, tomarle el pelo a Macron, fue lo que hizo Hollande en una conferencia en Sciences Po, con el brillo de ojos que da una venganza.
Macron llegó al poder para rescatar a Europa del populismo. Esa oferta tenía un componente interno –modificar el modelo francés– y otra externa: relanzar la UE, disminuida frente al nacionalismo. Hizo al comienzo reformas impositivas y laborales tímidas que parecieron augurar, junto a algunos gestos europeístas simpáticos, el cumplimiento de su promesa. Pronto se notó que había más estilo que sustancia y cierta confusión: las medidas liberales fueron rápidamente contradichas por políticas estatistas. El resultado fueron los «chalecos amarillos» lanzados a la calle, exigiendo quitar el impuesto a los carburantes que Macron había introducido creyendo que los franceses de a pie querían un medio ambiente limpio y estaban para ello dispuestos a reducir su poder adquisitivo.
Contra las cuerdas, Macron respondió eliminando ese impuesto, pero creando o ampliando otros (bajo su presidencia, Francia ha creado once tributos nuevos). ¿Por qué lo hizo? Porque a los «chalecos amarillos» no les gustan los impuestos que pagan ellos, pero les encantan los que pagan los demás. Este trozo de carne lanzado desde el Eliseo no aplacó al tigre y Macron convocó un «debate nacional» que, oh sorpresa, ha sacado al «chaleco amarillo» que todos llevamos dentro. Ahora todos, a izquierda y derecha, proponen, en una Francia con una deuda nacional equivalente al 100 por ciento del PIB, un déficit fiscal que superará el 3 por ciento y una economía que crece uno y pico por ciento, más redistribución y más impuestos... para «los ricos». La cereza del pastel: Macron evalúa la posibilidad de que el «debate nacional» desemboque en un referéndum para consultar al pueblo la política fiscal. ¿Puede alguien sorprenderse de que la persona más feliz sea Marine Le Pen, a la que Macron ha llevado al primer lugar en las encuestas de cara a las elecciones europeas y reclama la paternidad de las propuestas que, al calor del «debate nacional», monopolizan hoy la discusión, incluyendo la del referéndum?
En cuanto al plano exterior: con esos pergaminos domésticos es imposible dotarse a sí mismo de la autoridad para liderar Europa y detener la marea populista. Así lo ha comprendido la Italia del Movimiento 5 Estrellas y la Liga, que tiene relaciones casi pornográficas con los «chalecos amarillos» y ha provocado por ello un grave incidente diplomático entre París y Roma. El centroderecha español debe extraer del vecino esta gran lección actual: cuando no se tiene ideas claras y se cree que el antídoto contra el populismo es un poco de populismo, se descubre que, a diferencia de la homeopatía, reproducir los síntomas de la enfermedad para curarla es rendirse ante ella.
@AlvaroVargasLl
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