ABC, Madrid
Las elecciones del 28 de abril traen una novedad excitante: el liberalismo entra en campaña desde dos partidos que se reclaman liberales. El Partido Popular, luego de una etapa en que las corrientes de pensamiento político eran vistas con distancia, abraza el liberalismo abiertamente, aunque, lo hace –por obvias razones históricas, sociológicas y, tras el surgimiento de una amenaza por su flanco derecho, defensivas– bajo el manto liberal-conservador. Ciudadanos se dice liberal a secas, con lo cual desafía a su potencial socio lo mismo en las urnas que en el campo de la definición ideológica y ética.
No ha sido frecuente, desde la Transición, que el liberalismo compita abiertamente por el poder, y menos con distintas fuerzas disputándose su representación. El liberalismo «moderno» español es plural desde que, en tiempos de las Cortes de Cádiz, España dio al mundo esta palabra, entendida como opción política e ideológica. Hubo liberales monárquicos y republicanos, los hubo en la derecha y los hubo, incluso, en el socialismo, en la figura de Besteiro, de los pocos que entendieron los trágicos errores revolucionarios que el PSOE cometió en los años 30.
Si alguna característica tuvieron, tradicionalmente, los liberales españoles es que entendieron mejor el liberalismo ético y político que el económico. Por eso hay un liberalismo español que viene de la izquierda y otro que viene de la derecha. En cambio, contemporáneamente el liberalismo ha estado vinculado a la derecha, donde se entendió mejor esa fuerza progresista y antielitista que es la libre empresa competitiva. En un punto liberal sí convergieron ciertas izquierdas y derechas: las cuatro libertades que son la base de la integración europea. Pero los socialistas contradecían en casa, con su estatismo populista, su europeísmo externo. La derecha… bueno, la derecha estaba escindida. Una parte minoritaria de ella pretendía ser también liberal en casa, pero las dificultades políticas, parlamentarias o sociales limitaron su audacia reformista. Otra derecha era tan conformista con el statu quo socialdemócrata que parecía… francesa.
Hoy las novedades saltan a la vista. No sólo hay dos partidos que se reclaman liberales, sino que se trata de dos fuerzas que podrían ser gobierno dentro de pocas semanas si suman mayoría el 28 de abril. El liberalismo del nuevo líder del PP es más doctrinario y económico que el de Ciudadanos. El liberalismo del líder de Ciudadanos es más político y ético que económico. Hay un aspecto en que el liberalismo de Ciudadanos juega con ventaja: el que los americanos llaman «social», los chilenos «valórico» y que tiene que ver con asuntos de conciencia, lo que le permite apelar a un público socialdemócrata. En cambio, el liberalismo económico lo entienden de forma más integral el líder del PP y su gabinete.
Podría decirse, pues, estirando un poquito la liga, que el liberalismo del PP está emparentado al liberalismo anglosajón contemporáneo y que el de Ciudadanos se hace un cierto eco de algunas corrientes españolas más antiguas. Sólo que la lucha contra el nacionalismo catalán «españoliza» el liberalismo del PP y el europeísmo de Ciudadanos internacionaliza el liberalismo de esta agrupación. Con lo cual hay un terreno abonado para entenderse en una amplia gama de asuntos.
Hay dos maneras de ver todo esto. Una es escandalizarse tratando de proteger la pureza del liberalismo, que no podría estar bien defendida si dos fuerzas con cosas en común y otras que las diferencia rivalizan frontalmente ante las urnas. La otra, la mía, consiste en felicitarse por esta coqueta ironía del destino y la súbita resurrección del liberalismo como plural objeto del deseo de fuerzas españolas que quizá, mañana, sean Gobierno.