Por Alberto Benegas Lynch (h)
A cada rato se constatan en la prensa escrita y oral airadas protestas porque el aparato estatal no ayuda a tal o cual sector de la sociedad. En primer lugar, es indispensable aclarar que los gobiernos solo pueden arrancar recursos de un lado para entregarlo graciosamente a otro. Ningún gobernante aporta de su propio peculio. Son siempre los vecinos los que financian coactivamente con el fruto de sus trabajos.
Habiendo aclarado esto, es menester dar un segundo paso y preguntarnos si no es más honesto que los que declaman que hay que ayudar a otros lo hagan personalmente y dejen de hablar en tercera persona y lo hagan en la primera y procedan en consecuencia. Habría que en todo caso fabricar un espacio para que se consignen con nombres y apellidos de donantes y destino de los fondos por parte de los que voluntariamente ayudan al prójimo.
En realidad esa y no otra es la verdadera caridad: la que se lleva a cabo con recursos propios y de modo voluntario, lo otro es más bien un atraco. Si una persona sustrae las billeteras y las carteras de otros y entrega el botín a terceros, no ha hecho un acto filantrópico sino que cometió un asalto. Y esto no es distinto por el hecho de participar el gobierno en el embuste. No estamos hablando de seguridad y justicia que en esta instancia del proceso de evolución cultural es el sine que non de todo lo demás (dos actividades fundamentales que son las que habitualmente descuidan los gobiernos para entregarse a funciones que no solo no le competen sino que con el entrometimiento generan problemas de diverso tenor).
Pongamos un ejemplo, acabo de escuchar en la radio una queja sonora por la que se dice que las naranjas cuestan once veces más en las góndolas que en la tranquera del productor. Un airada queja que apunta a que el aparato estatal se inmiscuya en el asunto. Pero ¿a nadie se le ocurre que si se estima que hay un margen operativo excesivamente amplio se ponga en el negocio para sacar partida del arbitraje? Si se responde que el quejoso no dispone de los recursos suficientes como para operar en ese rubro, la respuesta debe ser que no son necesarios fondos propios para tal cometido, la idea se vende a otros al efecto de recaudar lo requerido para embarcarse en el negocio.
Ahora bien, si nadie está dispuesto a financiar el proyecto es por uno de dos motivos: o la idea es un cuento chino o siendo atractivo el propósito hay otras evaluaciones de proyectos que resultan al momento más rentables y como los recursos son limitados, todo no puede encararse al unísono.
Además en este razonamiento debe tenerse en cuenta la tajada impositiva y regulatoria que saca el gobierno en cada etapa del proceso por lo que se encarece el producto final.
Este ejemplo es susceptible de extenderse a infinidad de otros casos que se mezclan con protestas muy diversas con lo que el aparato estatal termina como un coto de caza donde todos pretenden vivir a costa de los demás perjudicando a los más necesitados por los derroches que implica.