Por Mario Vargas Llosa
El País, Madrid
En el Paraninfo de la Universidad de Guadalajara, bajo el espectacular mural de José Clemente Orozco contra el fanatismo ideológico, acaban de celebrarse tres mesas redondas en las que participaron una quincena de intelectuales mexicanos —acaso los más eminentes del país—, que, diferencias entre ellos aparte, manifestaron su preocupación por el giro que viene tomando la política mexicana desde que asumió la presidencia Andrés Manuel López Obrador.
Héctor Aguilar Camín, escritor, periodista y director de la revista Nexos, advirtió que, tanto en sus iniciativas como en sus intenciones, el mandatario parece haber puesto en marcha la erección de una estructura más personal y permanente, que las instituciones democráticas mexicanas, recientes y frágiles, no están en condiciones de resistir. Y el historiador Enrique Krauze, director de LetrasLibres, que ha sido víctima de una reciente campaña de descrédito e intimidación por sus críticas al Gobierno, abundó en el riesgo de que “el mesías tropical” —así llamó al nuevo presidente en un ensayo célebre— esté operando de tal modo que pueda cruzar las líneas rojas de la democracia mexicana para continuar en el poder, por vía directa o por interpósita persona, una vez terminado su mandato. (La Constitución de México no permite la reelección).
Este temor resultó largamente compartido, con muchos matices de diferencia, por los participantes, entre los que había, además de escritores, juristas, políticos, defensores de los derechos humanos, varias mujeres entre ellos, como Lisa Sánchez, que, en una aplaudida intervención, defendió a la sociedad civil y sus movilizaciones a favor de los derechos de las mujeres y la igualdad de oportunidades.
Quizás el más claro y rotundo fue el crítico literario Christopher Domínguez Michael, para quien el deterioro de la democracia mexicana es ya un hecho irrebatible, que sólo podrá agravarse con el poder casi total que dieron los electores a su nuevo presidente, quien obtuvo la mayoría absoluta en el Congreso y mantiene una enorme popularidad, de la que se sirve para tomar decisiones personales en los campos económico, político y cultural que a menudo sorprenden a sus propios ministros y asesores. Todo ello, afirmó, deja entrever un futuro inquietante para el país que tiene más hablantes de español en el mundo entero. Y otro crítico, ensayista y profesor universitario, Guillermo Sheridan, dio sutiles interpretaciones de esas mismas críticas.
Hablaban despacio, sin alterarse, guardando las formas, y eran escuchados con una atención rigurosa por un público que repletaba la sala y en el que abundaban los estudiantes universitarios. El licenciado Raúl Padilla, inventor de la gran Feria del Libro que se celebra en esta ciudad todos los años y que ha puesto en el mundo entero el nombre de Guadalajara, nos había advertido que tal vez habría incidentes. Pero no hubo ninguno y las nueve horas del foro transcurrieron en absoluta paz. “Esto es la civilización”, pensé muchas veces, “un mundo de ideas y razones, tan distinto a lo que estamos acostumbrados en otras partes, a las banalidades y lugares comunes de que suele estar cada día más trufada la política en nuestros días”.
Las inquietudes de los intelectuales mexicanos con su nuevo Gobierno me parecen justificadas. El pasado de López Obrador y sus campañas políticas delatan a un dirigente impregnado de populismo que no se ha cuidado de disimular desde que está en el poder. Cada mañana, durante dos horas seguidas, ofrece una conferencia de prensa en la que los periodistas presentes suelen ser más obsecuentes que independientes. Sus decisiones suele tomarlas de improviso, prescindiendo de los marcos legales, mediante úcases que, luego, sus funcionarios se las arreglan, no sin dificultad, para darles cobertura legal. Y todas sus iniciativas parecen guiadas por un instinto o pálpito del momento, más que de acuerdo a un programa, pese a que lo tuvo en su campaña y parece haberse olvidado de él.
Así ha ocurrido con la construcción del nuevo aeropuerto en la ciudad de México, que ha cancelado de manera arbitraria y que provocó su primer roce con el empresariado mexicano. Es verdad que su enorme popularidad lo defiende contra todas las críticas, pero esto parece haber agudizado en el personaje lo que estos intelectuales advierten en él: la presencia del caudillo tradicional latinoamericano, voluntarista y despótico que, precisamente porque es muy popular, se cree por encima de las leyes y las normas democráticas.
No hay censura de prensa por una razón que explicó, con acerada lucidez, el exministro de Relaciones Exteriores de México, Jorge Castañeda, ensayista y profesor universitario ahora en Estados Unidos. Los anunciantes de más peso, empresarios importantes, reciben una llamada del propio presidente o de un intermediario de confianza, aconsejándoles o rogándoles que reduzcan o cancelen sus anuncios en el diario (como podría haber ocurrido con Reforma, el gran diario de México que, por amparar las críticas de sus columnistas o formularlas él mismo, ha caído en desgracia con el poder y vistos mermados sus avisos de manera dramática). Los empresarios, que quieren llevar la vida en paz y sobre todo con un Gobierno populista, no vacilan en acatar la sugerencia. De este modo, los medios amenazados moderan sus críticas, o corren el riesgo de quebrar. Así se instala la censura ahora en los países democráticos: asfixiando económicamente a la prensa —léase radioemisoras o cadenas de televisión— independiente o díscola.
México es un gran país y, con todos los defectos de su viejo sistema político, desde que el expresidente Zedillo permitió unas elecciones realmente libres en el año 2000, ha vivido un proceso democratizador indiscutible, en el que tanto las élites como la población común y corriente participaron con entusiasmo. Los Gobiernos de estas últimas décadas fueron elegidos en elecciones genuinas, y su política internacional ha correspondido en esos años con la del llamado Grupo de Lima, que, en casos como los de Venezuela y Nicaragua —dos regímenes autoritarios y corruptos—, ha mantenido una posición impecable, exigiendo elecciones libres y defendiendo a la oposición que es víctima de maltratos, encarcelamientos, torturas y asesinatos. Desde que está en el poder López Obrador, México ha optado por una “neutralidad” que equivale a complicidad con ambas dictaduras (como si se pudiera ser neutral ante la peste bubónica).
Estas jornadas que han tenido lugar en la Universidad de Guadalajara muestran que no será fácil para el Gobierno actual desandar todo lo avanzado en México y que al frente de esa resistencia están intelectuales con espíritu crítico como los que han participado en este foro. El pueblo que jalea y sigue embelesado por los desplantes del presidente López Obrador comprenderá —ojalá sea más pronto que tarde— que la era de los caudillos debe quedar atrás y para siempre en una América Latina en la que la libertad y la democracia van reemplazando a las tiranías populistas que le han hecho tanto daño.
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