Por Miguel Anxo Bastos Boubeta
Uno de los principales problemas que podría plantear una hipotética sociedad sin Estado es el de su convivencia con formas de organización estatales o incluso con Estados de corte totalitario que pudieran ser una amenaza a su propia existencia. También podría darse el caso inverso de que desde las sociedades sin Estado se atacase a las sociedades estatistas, y si esto es o no legítimo.
En primer lugar, habría que destacar que estos problemas no son nuevos. Este tipo de situaciones se han dado muchas veces a lo largo de la historia, y bien podríamos aprender de las soluciones que se la han dado en el pasado, aunque, como siempre recordamos, una hipotética sociedad anarquista sólo puede tener lugar en el futuro y en condiciones que diferirán mucho de las del pasado. Situaciones de convivencia entre poderes políticos centralizados de todo tipo y sociedades anarquistas ha sido lo más frecuente a lo largo de toda la historia humana, y solo muy recientemente se han impuesto los Estados a nivel global (aunque quedan territorios y personas no dominados efectivamente por estos). James Scott, el gran historiador de las sociedades anarquistas históricas, al que hice referencia en algún escrito anterior, explica las relaciones entre estos pueblos y los incipientes Estados, que consistían principalmente en que aquellos se ocultaban de estos y buscaban estar lo más lejos posibles. Las relaciones desde luego no parecían muy pacíficas por ambos bandos, y no siempre la ventaja caía del lado del protoestado. Muchas de estas incipientes unidades políticas desaparecieron, como se puede constatar al estudiar sus ruinas, tras pestes, sequías o por desafección de sus miembros, que volvieron a la anarquía. Y a veces podían ser un enemigo bélico formidable. ¿Cómo si no se explican murallas como las de Lugo, construidas en pleno imperio romano, cuando supuestamente la Gallaecia estaba dominada y romanizada? Lo más probable es que en muchas zonas el dominio efectivo del territorio no le correspondiese al emperador o a su burocracia, sino que las zonas urbanas y estatalizadas tuvieron que convivir muchos siglos con zonas en las que imperaban formas de organización no estatales, que les plantaban cara. Y esta situación, según algunos historiadores, duró hasta la Edad Media, por lo menos en muchas zonas de la Hispania antigua. Pero esto no sólo aconteció aquí, fue un fenómeno que se dio en muchas zonas del mundo. El Estado no nació grande sino pequeñito y, poco a poco, fue desplazando o dominando a los pueblos vecinos, pero no sin constante lucha y resistencia, que, según Scott, duró en zonas de Asia hasta bien avanzado el siglo XIX. Los pueblos sin Estado guerreaban entres sí, contra los Estados e intervenían a veces en guerras civiles y luchas entre Estados. Pero puede dársele la vuelta al argumento y afirmar que, a pesar del conflicto, ambas formas de organización social pudieron coexistir de forma estable y permanecer estables largos períodos de tiempo. La solución: evitarse mutuamente (los pueblos sin Estado tampoco eran, como vimos, un ejemplo de pacifismo) o hacer uso de intercambios a través de mediadores o intermediarios. Las grandes religiones también contribuyeron en cierta forma a establecer algún tipo de valores comunes entre ambos. Recordemos que los misioneros cristianos han predicado muchas veces a pueblos sin Estado y los han convertido, aunque si bien es cierto que esto sirvió en numerosas ocasiones para proceder a su posterior estatización, esta no siempre se dio de forma inmediata.
La pregunta que nos podemos lógicamente hacer, la gran pregunta del anarcocapitalismo, es cómo podrían ser las relaciones entre ambos tipos de sociedades, en el mundo contemporáneo, en el caso de la aparición de algún tipo de sociedad sin Estado. ¿Sería una situación como la antigua de guerra más o menos larvada? ¿Agredirían los Estados a los nuevos territorios? ¿Podría establecerse algún tipo de equilibrio en el que ambos se toleren y respeten? La historia la hacen las personas y no está escrito que tenga por qué darse un Estado de conflicto continuo. En casi todos los ámbitos la violencia se ha reducido muchísimo en los últimos decenios. Incluso el Estado, su pretendido monopolista, ha reducido mucho su aplicación directa y en sus formas más extremas, y ha preferido la hegemonía cultural a la coerción. Es en este entorno de baja violencia y alta civilización en el que autores como Huemer (The problem of political authority, Palgrave, 2012) sitúan el posible inicio de una sociedad sin Estado moderna. Países de pequeña extensión como Liechtenstein, rodeados de vecinos altamente civilizados o pacíficos, pudieran ser los primeros ejemplos de una sociedad sin Estado. Liechtenstein cuenta con gobernantes conscientemente libertarios, como su Gran Duque, y reconoce el derecho de secesión a todas sus comunas. En una situación así, eliminar el Gobierno tendría relativamente poco impacto sobre la vida de los ciudadanos, ya que este ejerce una influencia relativamente pequeña sobre la gente. Al estar rodeado de vecinos pacíficos y de buen nivel de vida lo más probable es que toleraran su existencia y no lo agrediesen. En el peor de los casos, lo acusarían de ser un paraíso fiscal e intentarían algún tipo de sanción de corte económico o administrativo, pero es muy improbable que se recurriese a la fuerza bruta. Tampoco, al revés, parece que hordas de saqueadores de Liechtenstein o Mónaco inicien correrías contra sus vecinos. Su defensa bien podría ser desvelar datos fiscales de los gobernantes de los países vecinos.... En este entorno se podría observar cómo es el funcionamiento de una sociedad del tipo de la aquí abordada y, de ser el caso, imitarla.
Curiosamente también se podría observar el funcionamiento de sociedades de este tipo en las partes más violentas y atrasadas del mundo, los llamados estados fallidos. En un entorno de débil estatalidad -y con frecuencia azotado por la violencia- derivado de clases gobernantes incapaces y extremadamente predadoras, numerosos y extensos territorios, formalmente en el ámbito internacional bajo la soberanía de algún Estado, sobreviven sin que ese Estado ejerza de forma efectiva su dominio. En estos territorios también podemos observar el funcionamiento de una sociedad anárquica en el mundo contemporáneo, pues aun no siendo modelos de paz y prosperidad sí que cuentan con algunas de las herramientas de la modernidad, como el acceso casi ilimitado a las tecnologías de la información, como internet o la telefonía móvil. Hace unos años, una serie de trabajos de economistas asociados a la Escuela Austriaca como Benjamin Powell o Peter Leeson sobre la anarquía en Somalia despertaron mucha polémica. En un entorno similar al antes descrito, Leeson describía la situación de este país tras el colapso de su incipiente Estado. Sin ser una situación idílica, reflejaba la aparición de incipientes instituciones sociales de mercado, el establecimiento de tribunales de justicia no estatales y el desarrollo de tecnologías como las telefónicas que se contaban entre las mejores de África. Incluso se percibían mejoras en la esperanza de vida. Obviamente, el modelo somalí no inspiraría a nadie de nuestro entorno a adoptar una sociedad sin Estado, pero también sirve de contraste entre una realidad más o menos anárquica y una estatista. La anarquía somalí debería ser comparada no con Dinamarca, sino con sociedades vecinas estatistas como Eritrea, y ahí podríamos contrastar también cuál es menos mala.
Por lo que parece en ambos casos podemos decir que las relaciones con sus vecinos son muy similares a las comunes a las de la región del mundo en la que se encuentran. En el caso de Liechtenstein (que, repito, no es una sociedad totalmente libertaria, pero es una de las que más se le parecen en el mundo), pacífica y basada en el comercio; en el caso africano, con cierto grado de violencia, piratas y violencia guerrillera. Pero también podemos observar que la convivencia puede perfectamente ser posible y estable en el tiempo. Igual que en el mundo conviven formas de vida, religiones o ideologías muy distintas, muchas de ellas incompatibles entre sí, en países distintos, o incluso dentro del mismo, sin que exista un Estado de guerra constante entre ellas, de la misma forma podrán convivir sin especial problema sociedades con y sin Estado.
A ello puede ayudar el propio sistema económico de las sociedades anarcocapitalistas. Una de las principales causas del descenso de la violencia en el mundo, y muy en especial de la violencia originada políticamente, es la difusión de sistemas económicos basados en el capitalismo, el libre mercado y la propiedad privada, y no debido a la expansión del Estado como le gusta creer a ilustrados estatistas como Pinker. Un libro de hace unos pocos años (Patrick McDonald, The invisible hand of peace, Cambridge University Press, 2009) ilustra muy bien con profusión de datos y de casos (aunque lo mejor son sus razonamientos teóricos) cómo la expansión mundial del sistema económico capitalista ha contribuido a la disminución de violencia en los últimos 50 años. Este autor explica, en línea con la llamada tradición liberal en relaciones internacionales, las razones por las cuales la interdependencia económica entre los distintos países ha contribuido a reducir enormemente las guerras. La antes belicosa China Popular, por ejemplo, desde que inició sus reformas económicas y se orientó hacia soluciones capitalistas ha reducido su agresividad hacia sus vecinos. Sus flujos económicos con Taiwan, cuya interrupción llevaría a un gran daño a ambas partes, son cada vez mayores, de ahí que los conflictos que de vez en cuando surgen sean resueltos pacíficamente en vez de recurrir a las armas como antes acontecía.
Una sociedad anarcocapitalista sería por tanto una sociedad muy involucrada en el comercio y la producción, y muy poco interesada en guerras y conflictos que lo interrumpan. A su vez, los vecinos, sean o no estatistas, no estarían interesados en eliminar una fuente de prosperidad próxima de la que pueden obtener grandes beneficios. Recordemos que, como bien apunta Stephen Brooks en sus trabajos sobre la economía de las conquistas, la inmensa mayoría de la riqueza de un país desarrollado no puede ser apropiada por un conquistador externo, dado que en buena medida depende de tecnologías y habilidades técnicas no apropiables por la mera conquista. De esta forma, incluso un hipotético conquistador poco provecho podría sacar de la invasión del territorio de la sociedad sin Estado. Si bien la irracionalidad humana y la violencia seguirán dándose, la convivencia entre ambos tipos de sociedades sería muy probable que ocurriese sin excesivos problemas, y mucho más si el nuevo modelo se fuese extendiendo hasta que los Estados pasasen a ser una reliquia del pasado. Pero aún queda mucho para eso.