Por Miguel Anxo Bastos Boubeta
El uso del individualismo metodológico en los análisis políticos y económicos tiene como principal consecuencia la de que cualquier actividad política para ser correctamente analizada debe tener en cuenta a las personas concretas que la llevaron a cabo. Esto es, no es lo mismo decir que el Gobierno o el Estado establecieron la Reserva Federal en 1913 que decir que J.P Morgan, Loeb y algunos otros más se concertaron con el presidente Wilson en las navidades de 1913 para pasar el decreto de su creación en el Congreso norteamericano aprovechando que muchos de sus miembros se habían marchado para disfrutar las fiestas con sus familias. Ambas son correctas, pues así fueron los hechos, pero una aparece como más conspirativa que la otra solo por detallar la acción hasta sus miembros. Uno de los problemas de tratar de entender la actuación de los Estados es que estos usan conceptos abstractos para intentar disimular que sus acciones las llevan a cabo actores concretos al servicio de intereses concretos, sean estos buenos o malos. De ahí que cuando Rothabard, por ejemplo, en su ensayo sobre las políticas de Wall Street describe con minuciosidad quiénes son los actores que tomaron las principales decisiones en materia económica del siglo XX y después su grado de parentesco entre sí y su afinidad con los gobernantes (rigurosamente demostradas haciendo uso de la prensa o de documentadas biografías) parezca que esté relatando una conspiración. Y lo cierto es que la hubo, en esta y otras muchas políticas, si entendemos conspiración en su sentido estricto, esto es, acción concertada para conseguir algún fin. Pero no la hubo si se entiende esta como una suerte de trama mundial de poderes ocultos encargada de dirigir el mundo a través de misteriosos y poderosos tentáculos, que es como describen el funcionamiento del mundo muchos de los más conocidos teóricos de la conspiración. Misteriosos clubes como el Bilderberg o sociedades secretas como las masonerías, los Rosacruces, los Skull and Bones o los ahora recuperados Illuminati o tramas como las de los sabios de Sion forman parte del elenco de sociedades que han dirigido los destinos del mundo durante mucho tiempo, según autores como Estulin, Koch (si les gustan estos temas consigan su La historia oculta del mundo, uno de los mejores libros del género), el ya olvidado Gary Allen (su Nadie se atreve a llamarle conspiración, que sigue siendo uno de los referentes en la materia) o el último libro de John Michael Greer sobre historia de las grandes conspiraciones.
A mi personalmente no me parecen consistentes los argumentos a favor de estas grandes conspiraciones por una simple cuestión de coordinación. Es imposible que estos conspiradores tengan tanta capacidad de organización y dispongan de tanta información en tantos tiempos y lugares, y sobre todo, que todo les salga bien siempre. Y sobre todo que no cuenten con oposición organizada a gran escala. Pudiera ser que estas internacionales de la conspiración pretendiesen crear una suerte de sinarquía mundial, pero no es de recibo que los sectores económicos o políticos afectados no se hayan organizado a su vez para contrarrestar su poderío.
Pero aún así a los ancap, ya desde nuestros comienzos con los escritos (menores) de Rothbard, nos gusta estudiar y leer sobre las conspiraciones. En páginas web en esta línea como lewrockwell.com se pueden encontrar numerosos escritos y referencias bibliográficas a este tipo de literatura, y no digamos en medios paleos próximos a esta causa. ¿Cuáles son las razones de tal interés?
La primera es, que como vimos, que los defensores de las conspiraciones tienden a describir los eventos históricos especialmente en el ámbito político como fruto de la acciones de personas concretas con un propósito claro. En cambio buena parte de la historia oficial (muy especialmente la marxista) escribe sus relatos eludiendo la acción humana o supeditando esta a una suerte de dialéctica histórica basada en oscuras fuerzas como las clases sociales, algún misterioso despliegue de la razón o algún tipo de necesidad o imperativo nacional o histórico. La historia de las acciones individuales, sean estas fruto o no de conjuras, siempre nos dan una visión muy distinta de la historia y en especial de la historia política. Descubrimos que tal o cual rey o ministro no llevó a cabo sus acciones como resultado de algún designio histórico, sino como resultado de algún tipo de colusión de personas para tratar de sacar algún un provecho particular. Por ejemplo, podemos ver como tal guerra se financia de determinada forma, y quién es el que suministra los fondos y quién es el que adquiere la impedimenta bélica, por ejemplo. O que tal otro marqués construye con dinero público ferrocarriles que pasan cerca de sus tierras. La literatura de conspiraciones, si bien atribuye designios más altos y organizados a tales acciones, las describe en términos muy parecidos, esto es, haciendo uso del individualismo metodológico. Lo cierto es que, con sus acciones así descritas, el Estado pierde buena parte de su mística, y las razones de su actuación parecen desde esta óptica mucho menos benevolentes y “racionales”.
En segundo lugar, porque, si bien no existe una gigantesca conspiración mundial dirigida por algún grupo secreto, sí pueden existir y existen conspiraciones concretas. Si bien no fueron los Illuminati o los Rosacruces quienes asesinaron a Kennedy, por ejemplo, sí que pudo haber una conjura concreta para hacerlo. Las conjuras en política son un fenómeno muy habitual en numerosos ámbitos. Por ejemplo, es algo obvio y estudiado que los golpes de Estado tienen su origen en alguna conjura secreta, pues no es de esperar que estos se den de forma espontánea. Lo mismo puede acontecer con determinados pánicos financieros o el inicio de algunas intervenciones bélicas. Muchas decisiones estatales pueden ser comprendidas mejor si partimos de estas premisas (aunque como dije sean incorrectas), buscando los actores clave y presumiendo en ellos una lógica interesada que partiendo de discursos supuestamente asépticos sobre el discurrir de la acción política. Las microconspiraciones existen aunque en ciencia política se usen conceptos más técnicos para edulcorarlas, como lógica de acción colectiva o concertación de intereses. Toda política pública requiere de una confluencia de intereses y una acción coordinada entre los actores relevantes. Que usemos o no el término conspiración es una cuestión más semántica que sustantiva. La lógica económica que subyace en muchos discursos conspirativos es a su vez en muchas ocasiones mejor que la que se refleja en los discursos oficiales. Es frecuente que sus descripciones de la intervención política en la vida económica reflejen mejor las causas y consecuencias de una determinada intervención. Es curioso, por ejemplo, que videos del Estado Islámico que pretenden mostrar una suerte de conspiración de Occidente contra el mundo islámico hagan uso de argumentos de corte austriaco (vídeos de Ron Paul incluidos) para ilustrar el abandono del oro como moneda y explicar la génesis del actual sistema monetario internacional. No es el único caso. Muchos vídeos de conspiraciones cuando describen los mecanismos de poder de las élites conspirativas hacen referencia al sistema de bancos centrales y, por tanto, al control de la emisión de moneda por estas élites, y lo hacen con argumentos muy semejantes a los que defiende la Escuela austriaca. Esto nos dice mucho sobre lo que ha cambiado la percepción del Estado en la vida económica. Los defensores de las conspiraciones usan a la economía austriaca como una idea conspirativa, porque si la analizamos fríamente desde los postulados ideológicos dominantes a día de hoy suena como un conocimiento friki y conspirativo, y de hecho lo parece. Pero lo que ocurre es que sus postulados teóricos son los mismos hoy que hace cien años (recordemos que la Escuela austriaca defiende que sus postulados son válidos para todo tiempo y lugar), cuando era la economía mainstream y no era ni mucho menos percibida como algo heterodoxo o marginal (recordemos que Bohm-Bawerk, uno de sus padres fundadores, fue un prestigioso profesor e incluso ministro de Hacienda). Lo que ha cambiado desde entonces es la percepción de la intervención del Estado en la economía, hasta tal punto que cualquier idea que la contradiga o simplemente que describa su funcionamiento pasa inmediatamente a formar parte de las pseudociencias o las teorías de la conspiración. Además no todos las teorías de la conspiración son iguales. Algunas son obras de reputados académicos, como Carroll Quigley y su Tragedy and Hope o Anthony Sutton y sus obras sobre los bolcheviques, nazis y Wall Street. Están muy bien documentadas, con gran aparato crítico y muestran gran conocimiento del comportamiento político y económico. De ser cierto lo que dicen es casi seguro que lo habrían hecho en la forma que ellos lo describen.
Otra razón del interés de muchos ancaps en estas teorías es que se complementan muy bien con su teoría del Estado. Si se afirma que los Estados se coordinan internamente por medios anárquicos como ya hemos indicado en muchas ocasiones, la pertenencia común de varios de sus miembros a algún tipo de hermandad o organización secreta como las que antes citamos facilita enormemente su coordinación interna. Si los integrantes de los puestos de mayor responsabilidad en el Estado pertenecen, por ejemplo, a alguna logia esto implica que se conocen más allá del ejercicio de sus funciones y presumiblemente comparten valores o visiones del mundo muy semejantes y, por tanto, se eliminan factores de desconfianza, lo que hace más fácil su tarea. Muchas de estas organizaciones también establecen internamente mecanismos de ayuda mutua y protección entre sus miembros, lo que facilita la cohesión interna necesaria para poder ejercer efectivamente el poder sobre el resto de la sociedad. Recordemos que los Estados no son más que grupos de personas muy cohesionadas entre sí, que ejercen el poder de forma conjunta sobre el resto de la población. Si esa cohesión se disolviese por algún motivo su capacidad de actuación se vería seriamente cuestionada. El Estado funciona actuando de forma conjunta y coordinada contra los primeros que lo desafían seriamente. Si no se actuase así, las rebeliones serían generalizadas y los gobernantes serían rápidamente sustituidos.
Además de esto, muchas de las teorías de la conspiración acostumbran a describir una suerte de Estado profundo distinto del Estado visible, que es el que aparece en los medios de comunicación o en los tratados de ciencia política. Estos describen la parte formal del Estado y de la democracia (partidos políticos, elecciones, consejo de ministros, división de poderes, etc.) desde un punto de vista de ideal. Los teóricos de la conspiración desprecian todo este aparato formal y creen que no son más que un decorado que esconde al verdadero poder residente en actores ocultos que dirigen como marionetas a los poderes legítimamente constituidos. Estos actores ocultos, denominados Estado profundo, en términos académicos, o cloacas del Estado, en jerga periodística muy común en nuestro idioma, llegarían a detentar tal poder precisamente por formar parte de algún tipo de trama conspirativa. Ni una cosa ni la otra. Como ya vimos, los Estados modernos están compuestos de varios grupos de personas, unas contingentes y otras más permanentes, que actúan coordinadas. Unas veces tienen más fuerza unos grupos y otras veces otros, pero todos forman parte del entramado de poder. Cada sociedad concreta en cada tiempo histórico muestra una determinada configuración de grupos de poder, que además no es estática, sino que cambia con la capacidad política de cada uno de los grupos que componen el Estado. Por lo tanto, no es descartable que se den a veces situaciones de dominio por parte de Estados profundos, como no lo es tampoco que en muchas ocasiones se impongan los políticos electos democráticamente. Cada país y cada momento histórico pueden ser distintos al respecto. Pero sobre el tema de la existencia y configuración del deep state volveremos en algún escrito futuro.