Por Gina Montaner
El revuelo social en Latinoamérica se propaga como un fuego que no puede sofocarse.
Desde Chile, donde parecía más improbable un estallido si se tiene en cuenta que en los últimos años se ha perfilado como una de las democracias más robustas de la región, hasta Bolivia, donde el afán de Evo Morales por perpetuarse en el poder provocó una oleada de protestas que acabaron por sacarlo del poder.
Antes que los bolivianos, en Ecuador las manifestaciones contra el gobierno por un momento pusieron en jaque la gestión del presidente Lenín Moreno. Sin duda, la inestabilidad se ha contagiado de país en país.
Fue precisamente a raíz de la huida de Morales, quien acabó solicitando asilo político en México, cuando comenzaron a tomar fuerza comentarios en las redes sociales acerca del estancamiento de la oposición en Venezuela.
Incluso en Miami, ciudad que hoy en día reúne a las diásporas cubana y venezolana, ha habido quien ha emplazado a los opositores a acabar de derrocar al régimen de Nicolás Maduro, siguiendo el ejemplo de los acontecimientos que se precipitaron en Bolivia. En el aire flotaba la insinuación de una supuesta falta de arrojo por parte de los venezolanos si se les comparaba con la multitud embroncada que había tomado las calles en el país andino.
Es evidente que quienes juzgan con dureza a la oposición venezolana pasan por alto verdades ineludibles: desde que el chavismo se instauró y sacó las garras en Venezuela, el bloque opositor —incluso cuando se ha visto debilitado por diferencias entre sus líderes— ha luchado denodadamente para buscar caminos que generen un cambio. Intermitentemente, por las calles de Caracas han avanzado multitudinarias marchas en las que los manifestantes han sido víctimas de ataques por parte de la policía bolivariana que se han saldado con muertos y heridos.
Los dirigentes más destacados de la oposición han encabezado las protestas y han pagado con detenciones y encierros arbitrarios la osadía de enfrentarse a los sistemáticos atropellos de un régimen cuya única razón de ser es la de mantenerse en el poder.
Entonces, si la movilización de los bolivianos logró tumbar a un gobernante que jugó sucio en la reelección, ¿por qué razón la resistencia en Venezuela no ha sido capaz de erosionar de una vez a un gobierno inepto y corrupto como el de Maduro?
La respuesta es sencilla: en Bolivia Evo Morales no había conseguido sojuzgar del todo al Ejército. Cuando los militares se vieron en la disyuntiva de salir a matar en nombre de los intereses del hoy ex presidente o ponerse de parte de la gente sublevada, eligieron lo último. Sin el respaldo de unas fuerzas armadas dispuestas a reprimir a cualquier costo, Morales comprendió que debía huir.
Pero el caso de Venezuela es bien distinto. Desde el principio, el desaparecido Hugo Chávez se encargó de enriquecer a sus hombres en el Ejército por medio del narcoestado sobre el que el chavismo se ha sostenido. Como en Cuba, donde las fuerzas armadas administran la economía del país y acaparan todo el poder, la represión está bien amarrada al no haber separación alguna entre el poder Ejecutivo y el estamento militar.
No cabe duda de que el líder opositor venezolano Juan Guaidó ha perdido fuerza en la batalla que libra la oposición democrática por arrebatarle espacios al régimen. Tanto él como otros dirigentes de la talla de Leopoldo López, María Corina Machado o Henrique Capriles se han desdibujado por el desgaste lógico que conlleva estrellarse repetidamente contra el muro de la represión.
Todos han exhortado a los militares a que dejen de ser cómplices de un gobierno déspota y ayuden a reestablecer el hilo constitucional. Pero hasta ahora el Ejército ha optado por el statu quo de la corruptela y el enriquecimiento ilícito. Tal y como sucede en Cuba y Nicaragua, donde también Daniel Ortega cuenta con unas fuerzas armadas dispuestas a matar a la población civil, la oposición en Venezuela hace lo que puede frente a los desmanes del gobierno.
La historia ha demostrado que no hay pueblos intrínsecamente más valientes que otros. Lo que sí está claro es que se puede vencer a la adversidad cuando las circunstancias son propicias para ello.
En Bolivia al descontento colectivo se sumó la negativa del Ejército a secundar al gobernante. De lo contrario, con casi toda seguridad Evo Morales seguiría atrincherado.
Los venezolanos no han tenido esa fortuna. Lo que no quita que les sobra valor. Su hora también llegará.
