Por Miguel Anxo Bastos Boubeta
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Alguna vez he expresado que una sociedad libertaria podría fundamentarse mejor sobre las bases del pensamiento conservador, en especial del europeo y del paleoconservadurismo de los Estados Unidos, que sobre los cimientos del liberalismo, ya sea este europeo o norteamericano. El conservadurismo clásico, especialmente en su expresión tradicionalista decimonónica, es un pensamiento contrarrevolucionario, esto es, busca mitigar o revertir las consecuencias que sobre la forma de organización política y social tuvo la Revolución francesa. Es, por tanto, un pensamiento radicalmente antiestatista y por consiguiente anticentralista, defensor de fueros y derechos locales y regionales. Afirmaciones, como las que siguen, del tradicionalista español de finales del siglo XIX, Enrique Gil Robles, son difíciles de encontrar en el liberalismo:
Y de ahí que cuanto más amplia la sociedad, menos conciliables las conveniencias, conviertiéndóse, de hecho, la patria moderna en un agregado de dos castas, la de los explotadores que mandan, esto es, tiranizan, y la de los explotados que contribuyen a la empresa de que vive y medra la casta gobernante, ni más ni menos que antes de Jesucristo.
Y continúa en el párrafo siguiente:
El Estado no es ya la nación jurídicamente organizada, ni el organismo de la autoridad superior central directiva, sino el aparato mecánico de la coacción, sin título para mantener la agregación forzosa y el complicado artificio burocrático para la más fácil, desahogada y expedita explotación de ella (Enrique Gil Robles, Tratado de derecho político según los principios de la filosofía y el derecho cristianos, vol. I, Afrodisio Aguado editores, Madrid, 1961 (e.o. 1899), p. 101).
Si bien el viejo Gil Robles obviamente no era anarquista, sí que comparte muchos aspectos de la llamada teoría predatoria del Estado y desde luego no tiene una visión precisamente benigna del mismo. Pero estos elementos son compartidos por muchos pensadores de esta tradición, tanto en España como en el resto de Europa, si bien el genial profesor los expresa como nadie. Por el contrario, el liberalismo político europeo, con la excusa de acabar con el antiguo régimen, dedicó sus energías a construir el Estado moderno y con el tiempo a justificar una intervención tras otra, con Stuart Mill y sus discípulos como abanderados. En honor de la verdad, es justo decir que son los liberales políticos y no los económicos, cuyas malas relaciones entre sí no han sido aún lo suficientemente estudiadas, los culpables de esta lenta deriva hacia el socialismo y el intervencionismo.
Los conservadores clásicos (no los neocon, responsables de la misma deriva que azotó a los liberales clásicos) defendían una sociedad fundamentada en comunidades naturales (familia, vecindario), en leyes elaboradas de forma consuetudinaria y en la propiedad privada, que incluía a lo Elinor Ostrom propiedades comunales, como las de la Iglesia y las vecinales. Sus principios de organización acostumbran a estar respaldados por valores trascendentes, casi siempre de tipo religioso, y sobre estos principios dirimen sus conflictos. Si bien no eran anarquistas, sí defendían, como Hoppe o Kuehnelt-Leddihn, formas políticas basadas en la aristocracia y la monarquía que eran menos intrusivas en la vida cotidiana que los actuales Estados. La pregunta que cabría hacerse es si desde estos postulados puede darse una deriva hacia la anarquía semejante a la que se dio en algunos liberales clásicos que derivaron hacia posturas anarquistas o casi anarquistas, como Molinari. Igual que estos quisieron llevar sus críticas a la intervención estatal a afirmar que los mercados podrían por sí mismos prestar los mismos servicios que prestan los Estados, como la defensa o la justicia, de una forma mejor y más eficiente y, sobre todo, sin usar la coerción, ¿no sería posible que algunos conservadores pudieran llegar a conclusiones análogas para cumplir sus fines? Pudiera ser que los Estados con sus nuevas formas de organización política fuesen los principales enemigos de este ideal conservador de sociedad y que fuese necesario pensar soluciones para evitar derivas tecnocráticas o totalizantes que acabasen con la vieja sociedad. ¿Pudiera ser una futura sociedad anarquista la única solución para evitar tal deriva? Y, de ser así, ¿cómo estaría organizada? Lo cierto es que las pocas comunidades que conservan formas de vida semejantes, como los amish, viven separados en cierta manera del resto de la sociedad (si bien comercian con ella) y resisten como pueden las normas estatales, que son una de las principales amenazas que tienen a su forma de vida.
De hecho, la pregunta que habría que hacerse sería si un grupo cualquiera de personas podría llevar a cabo una vida inspirada en valores conservadores en una sociedad estatalizada. Y no solo en lo referido en cumplir con valores religiosos o éticos, sino incluso llevar a cabo una vida de corte conservador en aspectos como el trabajo, el ahorro o la familia (véanse los libros de Alan Carlson al respecto). Sometidos ambos tanto a regulaciones como a ataques sistemáticos (impuestos, inflación...) o vistos con sospecha por parte del poder político (o, mejor dicho, por el poder político que nos toca) es muy difícil transmitir este tipo de valores a las nuevas generaciones o incluso llevarlos a cabo uno mismo. En una situación de ausencia de Estado podrían llevar a cabo sus valores sin tener que someterse a la supervisión del Estado. Este último aspecto no es bien comprendido por una buena parte de los conservadores, quienes, al contrario, pretenden conseguir un Estado que organice la sociedad de acuerdo con sus valores, lo cual no parece ser una buena idea: primero porque los que no defienden valores conservadores también tienen derecho a ensayar la forma de vida que ellos prefieran y, por supuesto, asumir las consecuencias de la misma sean estas positivas o negativas. En esto pecan de lo mismo que los progresistas modernos, pues ambos quieren que el resto de la sociedad se organice de acuerdo con sus parámetros y ser subsidiados por el resto de la sociedad. En segundo lugar, es muy improbable que tal esfuerzo resultase contraproducente. Nada garantizaría que consiguiesen sus objetivos y, al contrario, es muy posible que el propio Estado se volviese contra sus principios. Si un Estado tiene la capacidad de construir una sociedad conservadora también la tiene para construir una sociedad de otro tipo. Esto es bien conocido en España, pues después de varias décadas de una dictadura inspirada en valores conservadores, que reforzó mucho al Estado, este después se volvió contra los mismos valores que antes había establecido y a mayores al contar con una enorme legitimidad para hacerlo, pues lo hace esta vez desde principios democráticos y ayudado por la mala conciencia de los conservadores. De ahí que los valores conservadores cuenten con muy mala defensa en España a diferencia de otros países como Estados Unidos. Lo cual es una pena porque los conservadores son individuos muy valiosos para luchar intelectualmente contra el estatismo, principalmente porque cuentan con unos valores claros a defender, a diferencia de los liberales. Estos últimos simplemente defienden un proceso, esto es, la libertad de llevar a cabo sus principios sin intromisión y sin afectar los derechos de los demás, lo cual es muy loable, pero no determinan con precisión cuales son estos principios que deben regir la propia vida, y esto debilita sus posturas. Son agnósticos respeto a cualquier valor que trascienda la mera libertad. De ahí que la capacidad de resistencia de los grupos conservadores sea mucho mayor, pues combaten por causas concretas que ven afectadas por la intromisión estatal y que afectan profundamente a su forma de vida.
Solo un puñado de autores parecen haber comprendido esto y buscan desligar el Estado de sus convicciones al proponer soluciones no estatistas a su búsqueda de trascendencia vital. Tampoco son autores que realicen propuestas sistemáticas de cómo sería el desempeño de una sociedad sin Estado, pero sí son críticos muy capaces del Estado moderno y de su papel en el diseño de la sociedad moderna, a la que rechazan con dureza. También en muchos casos son catonistas, esto es, atacan muchos de los artefactos de la sociedad moderna, no solo las ideas, lo que puede hacerlos parecer como reaccionarios, pintorescos y simpáticos, pero poco adecuados a la sociedad moderna. Sólo hay que recordar cómo Rothbard se refería a uno de ellos, Erik von Kuehnelt-Ledihn, con el que mantuvo una buena relación, por cierto, al que consideraba como muy interesante pero totalmente desligado del combate ideológico de su tiempo. Este autor, que probablemente sea el mejor teórico de los anarcoconservadores, nos dejó un extenso legado de libros, del que solo está traducido Libertad e igualdad, y un par de novelas y ensayos cortos en la vieja editorial RIALP (destacaría su novela Banderas negras, en la que, por cierto, muestra cierta simpatía por los anarquistas hispanos). Kuehnelt, más que proponer una sociedad anarcoconservadora, lo que hace es defender las bondades de la organización política del Antiguo Régimen, en la cual el Estado moderno abstracto no había hecho aún acto de presencia, y criticar las derivas totalizantes de este último.
Los males de la modernidad comenzarían con la Revolución francesa y la implantación de conceptos abstractos como el de Estado o su correlato la nación política. Es curioso, porque achaca todos estos males al pensamiento político del Marqués de Sade (véase su Leftism revisited) y no al habitual Rousseau. Su pensamiento es más antiestatista que anarquista, pero es un autor del que se pueden derivar fácilmente conclusiones anarquistas, pues introduce conceptos propios de los valores aristocráticos, como el deber o el honor, que serían imprescindibles de cara a establecer una sociedad sin dominación política. De ideas semejantes es el archirreaccionario colombiano Nicolás Gómez Dávila, quien en sus libros de aforismos (Sucesivos escolios a un texto implícito) realiza una crítica durísima a los valores del mundo moderno, entre los cuales incluye, cómo no, los asociados al Estado. Los viejos valores conservadores serían abandonados por los igualitarios valores que legitiman el poder de los modernos gobernantes, que tienen igual ansia de poder que los antiguos, pero carecen de muchas de las virtudes y principios de que estos disponían. Al igual que Kuehnelt-Leddihn, el viejo banquero colombiano critica más que propone y, en cualquier caso, busca inspiración en las virtudes del Antiguo Régimen. En este aspecto son más parecidos a las ideas que expresa Hans Hermann Hoppe en sus últimos escritos, en los que ve con simpatía las formas monárquicas de gobierno o en las críticas a la democracia de Felix Somary.
Más potencial anarquista tienen las propuestas de otro viejo conservador, Robert Nisbet, quien en sus escritos de sociología (era un académico profesional) expone las ventajas de las formas naturales de organización, como la familia o la comunidad, y expone la agresión a que están sometidas por parte de los Estados modernos. Tiene más potencial porque expone cómo funcionan estas unidades y, sobre todo, cómo lo hacen a pesar de la intromisión estatal. Libros como Twilight of authority (traducido sólo parcialmente) o The quest for community son buenos ejemplos de este pensamiento. Si bien no se proclama anarquista, su pensamiento tiene una fácil lectura anarquista (como el de Elinor Ostrom) y puede servir de base para entender cómo podría ser el funcionamiento de comunidades aestatales. Por cierto, de este autor es siempre muy interesante destacar su crítica a un concepto tan propio de la modernidad como es el de progreso (véase su Cambio social e historia).
Mas es en la ficción donde podemos encontrar más desarrollado un modelo de este tipo. Jorge Luis Borges se ha referido alguna vez a su ideario anarquista conservador, pero por desgracia no lo ha desarrollado en sus obras. Es, en cambio, en la obra de Tolkien donde se puede encontrar de forma más nítida una descripción de una sociedad de este tipo, y de ahí que en círculos libertarios sea tan apreciado. En sus descripciones de la comarca donde habitan los hobbitts se nos describe un mundo idílico, dirigido por valores conservadores, en el cual están ausentes figuras de poder (si bien existe la autoridad) y que a pesar de todo es capaz de autoorganizarse y llevar a cabo una vida pacífica y a su manera próspera. De hecho, El señor de los anillos puede leerse como una advertencia contra el uso ilimitado del poder y la hybris que este conlleva siempre.
El problema del anarquismo conservador es que es mucho más capaz en la crítica que en la descripción de posibles escenarios futuros, pero leyéndolos con calma podemos encontrar que una hipotética sociedad sin Estado solo podría funcionar con la existencia de valores fuertes, como los que había antes, que sustituyan la necesidad de instituir poderes estatales, que fácilmente podrían derivar en abusivos.