Por Orlando Litta
Fundación LibreMente, San Nicolás
“La educación es el encendido de una llama, no el llenado de un recipiente”. Sócrates
Siempre me pregunto por qué en nuestro país se acentúa con el avance del tiempo la falta de interés por la educación. Alguna vez interesó, tanto a los políticos como a la sociedad en general. Desde la segunda mitad del siglo XIX el país transitó un fructífero camino guiado por la educación, lo hizo con vigor y entusiasmo a sabiendas que ello nos conduciría a la prosperidad. Luego, ese derrotero, a medida que transcurría el siglo XX se fue esfumando y hemos llegado a la época actual en la cual la apatía y la desidia se han instalado.
Este desánimo político-social por la educación es sorprendente y preocupante. La dinámica de las relaciones sociales de la actualidad es vertiginosa, el avance tecnológico resulta incontenible por su velocidad, el concepto del trabajo fijo es una quimera que pone en evidencia la desvinculación del sistema educativo con los trabajos del presente y futuro. Todo ello no escapa al análisis de cualquier ciudadano, no se necesita ser un ilustrado para entender esa realidad, cualquier persona con sentido común mínimo puede advertir cómo vive el mundo hoy. Por lo tanto, sorprende y preocupa la ausencia de interés por el valor de educar puesto que el conocimiento teórico-práctico es el que nos alojará en el progreso.
A la mayoría de los políticos no les interesa en razón de que la educación es un intangible, que una sociedad poco instruida e inculta no la puede ver, tocar ni apreciar. Entonces, el político sabe que no suma votos con un valor inmaterial y prefiere “lucirse” con obras públicas (varias veces sin racionalidad presupuestaria) y dádivas de asistencia social que no pueden sostenerse en el tiempo en virtud de los costos que implican y que por simple lógica deben soportar los ciudadanos productivos. Es decir, el político es conocedor de lo indiferente que es la sociedad con la educación; ante tal situación declama este valor pero no lo ejercita.
Es llamativo que como sociedad no nos demos cuenta de las consecuencias que conlleva el abandono escolar, con un 50 % aproximado de deserción secundaria. Qué será, o mejor dicho qué es de la vida de esos adolescentes. ¿Pueden insertarse en el mundo laboral actual? Poco probable. Es posible que las drogas y el delito saciarán sus ignorancias, o en “el mejor de los casos” esperarán un plan social.
Más llamativo aún es que, quienes estamos en un ámbito profesional o con alguna formación académica no podamos comprender que las modificaciones de infraestructura edilicia en las escuelas, que si bien resultan loables, no son suficientes para cambiar el rumbo educativo. ¿Entre otros focos, no entendemos que es un problema de gestión? ¿No vislumbramos que tenemos un sistema obsoleto, cerrado, rígido? ¿No percibimos que la formación docente debe virar?.
Esa “falta de atención” permitirá que la mediocridad pueda convertirse en eterna, culminando en una tragedia para el país.
El único actor con fuerte presencia en el campo educativo son los sindicatos, haciéndonos vivir un proceso de sindicalización cuyos reclamos se concentran en la cuestión salarial sin medir los efectos negativos que producen las huelgas en los alumnos de la escuela pública. Los otros actores (políticos, docentes, padres, organizaciones intermedias, empresas), salvo honrosas excepciones están desapegados del tema. Diría que están insensibles.
Todos tenemos un enorme desafío, que nos invita a involucrarnos en la lucha por la educación. Para ello debemos presentar ideas y proyectos, solicitar aclaraciones, criticar sanamente y opinar sobre todas las cuestiones relativas a la educación de nuestros hijos y de la propia. ¿Ante quiénes? Sin ser taxativo, ante los políticos, las autoridades escolares, organismos estatales responsables del área educativa (municipal, provincial y nacional), ONG dedicadas a la materia. O sea, debemos formar masa crítica para que los políticos alguna vez decidan gobernar la educación, gobierno este del cual somos socios como mandantes que hemos delegado un poder que debe estar sujeto a nuestro control. En definitiva, debemos “sentir” nuestro derecho a educarnos haciéndolo sentir a la clase política.
En tal sentido, dejo planteado algunos puntos a modo de interrogantes que estimo indispensable tratar: 1) ¿Escolarizar es lo mismo que enseñar?, 2) ¿No debería cederse un espacio amplio a la educación no formal como partícipe necesario en la labor de transmitir conocimientos?, 3) ¿No debería haber una descentralización administrativa y pedagógica hacia las escuelas?, 4) ¿Los directores de escuelas no deberían tener una mayor libertad de acción para realizar proyectos propios trabajando en equipo con los docentes?, 5) ¿Sólo los docentes están capacitados para enseñar?, 6) ¿El método de aprobar exámenes teóricos que luego no pueden aplicarse en situaciones reales en la vida práctica, no es un hecho que transforma al conocimiento en algo inerte e inútil?, 7) ¿No deberíamos enseñar y aprender bajo la consigna de la innovación permanente?, 8) ¿La libre elección educativa, con modalidades como los vouchers y las escuelas charter, no deberían ser tomadas en cuenta para fomentar la libertad de enseñanza como nuevo paradigma, y por el cual los padres pueden elegir entre un menú amplio y diverso de ofertas educativas? y 9) ¿No debería haber ventajas impositivas para quienes colaboran económicamente con la educación?
A fin de coadyuvar al objetivo de posicionar a la educación como eje central de nuestras vidas para avanzar como sociedad y país, no es imprescindible pensar que el punto de partida debe ser concretar planes de excelencia, que tal vez nos frustren de inicio, solo basta con ser activos en temas como los que he planteado. Tener actitud en la batalla por la educación será suficiente para mejorar. Seamos el encendido de la llama socrática.
Es obligación de todos asegurar la supervivencia de la vida en sociedad, es un mandato que nos impone la historia de la humanidad. Bajo ese imperativo tenemos que sentir el deseo profundo de continuar en el tiempo. La educación es la herramienta.
El autor es abogado y presidente de la Fundación LibreMente de la Ciudad de San Nicolás, Buenos Aires, Argentina,