Por Hana Fischer
La palabra eugenesia proviene del griego y significa “buen nacimiento”. Es la disciplina que aboga por la mejora de los rasgos hereditarios humanos mediante diversos procedimientos como por ejemplo la selección artificial de las personas con “derecho” a vivir, o sea, darwinismo social.
El eugenismo busca que solo nazcan las personas más fuertes, sanas, inteligentes o de determinada etnia. Promueve mediante métodos pacíficos y/o violentos la no procreación o “eliminación” de aquellos que no poseen esas cualidades. Eso significa que solo puede ser aplicado bajo las directrices de un gobierno.
Con los avances de la ciencia moderna la selección artificial –que es el rasgo identificatorio de la eugenesia– se basa principalmente en la esterilización forzada, el diagnóstico prenatal y el control de la natalidad, para obligar a las mujeres a abortar si están concibiendo una persona “no deseada” por el Estado.
En el siglo XX esta teoría tuvo gran aceptación, incluso entre los países más democráticos. Por ejemplo, entre 1907 y 1963 hubo leyes eugénicas en los Estados Unidos, Canadá, Australia, Suecia, Dinamarca, Finlandia y Suiza. Obligaban a la esterilización forzada de los débiles mentales, sordos, ciegos, epilépticos, físicamente deformes, y a veces, hasta los huérfanos o homeless.
Los pueblos tomaron conciencia de la barbaridad que esa práctica suponía, tras lo sucedido en la Alemania nazi. Actualmente, la eugenesia es considerada inmoral y violatoria de los derechos humanos.
Sin embargo, la eugenesia que metódicamente se realiza en Cuba, es alabada por muchas personalidades. Por ejemplo, los expresidentes norteamericanos Jimmy Carter y Barack Obama o el actual primer ministro de Canadá, Justin Trudeau. Recientemente lo acaba de hacer Bernie Sanders, el precandidato del Partido Demócrata para las próximas elecciones de Estados Unidos. Implícitamente lo hacen cada vez que elogian al sistema de salud cubano. En sujetos que ocupan tan altos cargos, ignorar la verdad sobre este tema no es admisible. Varios trabajos académicos y testigos directos revelan que la eugenesia es en gran medida responsable de la aparente “buena” salud de los cubanos.
Según las denuncias e informes académicos, la eugenesia se práctica mediante la modalidad de abortos forzados y el asesinato de bebés si no cumplen con los estándares de salud exigidos por los Castro.
Según Granma –información reproducida acríticamente en la página web de la Organización Panamericana de la Salud (OPS)/Organización Mundial de la Salud (OMS)–, Cuba en 2016 “logró por octavo año consecutivo una tasa de mortalidad infantil (TMI) por debajo de cinco por cada mil nacidos vivos, indicador este que ratifica a Cuba entre las primeras 20 naciones del mundo y al frente de la región de las Américas”.
La TMI define la proporción de niños que mueren antes de su primer cumpleaños. Según la dictadura castrista, en 2017 la tasa fue de 4,04; en 2018, de 3,9; y en 2019 admitió un pequeño incremento situándola en 5.0 fallecidos por cada mil nacidos vivos.
Esos datos indicarían que la TMI de Cuba en esos años fue menor que la de los Estados Unidos (promedio 5,75) y Canadá (promedio 4,6).
Las autoridades cubanas se ufanan declarando que “en la isla es bajo el riesgo de morir durante el primer año de vida. En ello va el empeño de todo un equipo multidisciplinario capaz de afrontar los más grandes retos, gracias a la voluntad política de nuestro Gobierno”.
Si vamos a los hechos puros y duros, la mencionada “voluntad política” del castrismo tiene un nombre: eugenesia y manipulación de datos.
El economista Roberto M. González –investigador de la Universidad de Carolina del Norte– en 2015 publicó un informe señalando que la verdadera TMI de Cuba es sustancialmente más alta que la reportada por las autoridades. Según sus estimaciones, el número real de bebés muertos oscila entre el doble y el triple de las cifras oficiales.
Al analizar los datos y contrastar las tasas de mortalidad fetal tardía y la mortalidad neonatal precoz, halló una “profunda discrepancia” entre ambas: la mortalidad fetal es mucho mayor que la neonatal, lo cual según González es “inusual”, porque los países con bajas tasa de un tipo también exhiben bajas tasas del otro.
La muerte neonatal precoz se define como el número de niños que fallecen durante la primera semana después del nacimiento; las muertes fetales tardías son las muertes que se producen entre la semana 22 de gestación y el nacimiento. Por consiguiente, las muertes neonatales tempranas se incluyen en la TMI pero las fetales tardías no.
González señala que la relación entre las muertes fetales tardías y las muertes neonatales tempranas oscila entre 1 a 1 y 3 a 1. Sin embargo, esta proporción es sorprendentemente alta en Cuba: el número de muertes fetales tardías es seis veces mayor que el de muertes neonatales tempranas.
El doctor Roberto Álvarez Fumero –jefe del Departamento Materno Infantil del Ministerio de Salud Pública cubano– afirma que las buenas cifras de la TMI se deben a que han desarrollado programas de control a las mujeres embarazadas que incluyen diagnósticos de anomalías congénitas y otras enfermedades asociadas al embarazo y ha ido perfeccionando la cirugía neonatal en el país.
Sin embargo, si esa fuera la causa auténtica, entonces la mortalidad materna y la mortalidad fetal tardía también tendrían que haber han experimentado un espectacular descenso, cosa que no ha ocurrido. Por tanto, la explicación debe ser otra.
González recalca que en la ex Unión Soviética había esta misma tendencia. Se originaba en incentivos para que las autoridades alteraran las cifras porque mientras la mortalidad neonatal precoz es un componente de la tasa de mortalidad infantil –uno de los barómetros que utilizan los organismos internacionales como la OMS para medir el desarrollo humano de un país– la mortalidad fetal tardía no lo es.
Gilbert Berdine, Vincent Geloso, Benjamin Powell –académicos de la Universidad de Texas Tech– también investigaron este tema y llegaron a conclusiones parecidas a las de González. Expresan que con “una economía con una planificación centralizada por parte del Gobierno, como la de Cuba, […] A los médicos se les dan metas de salud para cumplir o enfrentar sanciones. […] Los médicos a menudo realizan abortos sin el consentimiento claro de la madre, lo que plantea serios problemas de ética médica, cuando el ultrasonido revela anormalidades fetales porque ‘de lo contrario podría aumentar la tasa de mortalidad infantil’”.
El médico cubano Óscar Biscet recopiló testimonios de madres a las que el sistema de salud les había asesinado a sus hijos, y preparó un informe sobre una sustancia para provocar abortos en Cuba llamada “rivanol”. Al constatar que en su país “se obligan los abortos y mata a niños ya nacidos”, lo denunció ingenuamente al propio Fidel Castro. Eso le valió 25 años de prisión por constituir una “amenaza al Estado”.
Biscet asegura que en Cuba hay niños a los que se les impide nacer y a otros se les asesina inmediatamente después de haber nacido.
El Gobierno cubano presiona a los médicos para que falseen cifras sobre defunciones en el primer año de vida y para que pongan fin a embarazos que puedan poner en peligro sus datos. Es decir: abortos forzados de mujeres con embarazos de riesgo, que inciden no solo en los datos de mortalidad infantil sino también en las estadísticas de esperanza de vida.
«Si los fetos con mayores problemas de viabilidad no llegan a nacer, entonces la mortalidad infantil se reduce», indicaron Berdine, Geloso y Powell. Un indicio de la política de eugenesia masiva aplicada por el castrismo, es el índice de abortos en Cuba: «Se practican 72,8 abortos por cada 100 nacimientos (en Estados Unidos son 18,8 y, en Suecia, 33,1)».
En conclusión, parecería que la eugenesia es la razón de fondo de la baja tasa de mortalidad infantil en Cuba. No parece algo digno de alabanza.
Hana Fischer es uruguaya. Es escritora, investigadora y columnista de temas internacionales en distintos medios de prensa. Especializada en filosofía, política y economía, es autora de varios libros y ha recibido menciones honoríficas.