Por Hana Fischer
Hay momentos históricos en los cuales el viento de la vida despeja, transitoriamente, las brumas intelectuales que ciertos grupos de presión han fomentado. Cuando eso ocurre, la verdad brilla y no hay niebla que pueda enturbiar su potente resplandor. Entonces, la gente es capaz de descubrir los auténticos móviles de la praxis política que se ocultan tras una verborragia inundada de falacias.
El coronavirus que asola al mundo constituyó para Uruguay uno de esos raros períodos en que de forma imprevista se levanta el telón de fondo, permitiéndoles a los atónitos espectadores observar lo que ocurre tras bambalinas. En este caso concreto, se trató del accionar de los sindicatos.
Napoleón Bonaparte señaló que “un paso separa lo sublime de lo ridículo”. Eso ocurre cuando las personas están tan obnubiladas por la ideología o por ciertos intereses particulares más materiales, que siguen adelante con sus planes previos, aunque el contexto haya cambiado. Ergo, lo que en otras circunstancias podría haber parecido “sublime”, se torna en absurdo, lo cual lleva a la gente a preguntarse cuáles serán las razones de fondo para que quienes así actúan, le teman más a esa “otra cosa” que al hacer el ridículo.
En esa situación se encuentran actualmente los líderes sindicales uruguayos. Aparentemente, sus medidas “ennoblecen” a quienes la practican: defender a los trabajadores y sus condiciones de vida. Pero se transforma en bufonesca cuando aquello que la fundamentaría, no existe. Desde que la izquierda perdió el poder y asumió un nuevo gobierno, las pruebas abundan sobre lo que expresamos. Por ejemplo:
El gobierno encabezado por Luis Lacalle Pou asumió el domingo 1 de marzo. Entre los problemas que urge solucionar, está el de la educación pública que ha declinado notoriamente. En consecuencia, se están estudiando medidas para tratar de enderezar esta situación. Todavía no se sabe en qué consistirán esos cambios, pero la Federación Nacional de Profesores de Educación Secundaria (Fenapes) adelantó que “no está de acuerdo”, y se declaró en conflicto. Fijaron una serie de paros en los liceos: el primero para el 12 de marzo. Estaban programados tres en los próximos 45 días.
Los primeros cuatro casos de coronavirus se detectaron en Uruguay el viernes 13 de marzo. Tal como se está haciendo en otros lados, de inmediato el gobierno decretó la suspensión de las clases en todos sus niveles. Ergo, los sindicalistas quedaron “en el aire” porque no podían aplicar sus “medidas de lucha” contra… ¿contra qué?
El gobierno está focalizando su energía en contener, en la medida de lo posible, los nefastos efectos globales -tanto en materia de salud como económicos- de esta pandemia mundial. Informa con transparencia la evolución de los contagiados y busca soluciones para las personas que están siendo afectadas en sus fuentes de ingresos (informales, empleados privados, profesionales, indigentes) por la cuarentena (voluntaria u obligatoria según los casos) a la que están sometidos.
El coronavirus no es ninguna nimiedad tal como demuestra lo que está pasando en Italia y España. Es una tragedia que exige la unidad nacional y dejar de lado las “triquiñuelas” políticas y los intereses personales. Pero, aunque parezca mentira, en medio de este cuadro desolador, los líderes sindicales nucleados en el PIT-CNT, convocaron a un caceroleo para el miércoles 25 de marzo.
¿Caceroleo? ¿Contra qué o quiénes? ¿Contra un gobierno que no hace ni un mes que asumió?
El caceroleo en Uruguay es símbolo de la lucha contra la dictadura militar (1973-1985). En aquella época el PIT (Plenario Intersindical de Trabajadores) -uno muy diferente al actual- jugó un papel relevante en la salida democrática. En su origen en 1983, el PIT se diferenciaba de la CNT (Central Nacional de Trabajadores) que era de raigambre comunista. En cambio, el PIT era dirigido por jóvenes y admitía en su seno a personas de las más diversas ideologías. Con el retorno de la democracia, los comunistas volvieron a copar al movimiento sindical fusionando ambos organismos.
Como es obvio que nada con fundamento en la realidad, hay que escudriñar lo que esos líderes pretenden encubrir. Para sacarlo a la luz, nada mejor que recordar la historia para encontrar los lazos que unen a aquel viejo CNT con el PIT-CNT actual.
Alicia Dujovne Ortiz nos aporta datos interesantes, derivados de una investigación que realizó en los archivos de la ex Unión Soviética, Uruguay y Argentina. Descubrió que a principios del siglo XX, Montevideo era la “capital roja” en Latinoamérica. “Los soviéticos han encontrado campo fértil en este país, el cual promete convertirse en un diminuto sóviet en Sudamérica y es el centro de la propaganda comunista del continente entero”.
Montevideo “es el cuartel general de la Confederación Sindical Latinoamericana controlada por Moscú”, es el “centro de edición y distribución de literatura comunista en idioma español”, “la capital uruguaya es una de las más importantes bases de América Latina para el funcionamiento de la Internacional Comunista”.
Moscú reclutaba “agentes soviéticos” que “debían ser jóvenes, decididos y ciegamente devotos de la causa”. Se les instruía para ser “agitadores y revolucionarios profesionales”.
Esa información es corroborada por la realizada por los investigadores Mauro Kraenski y Vladimir Petrilak. Inspeccionaron documentos desclasificados por el gobierno checo para descubrir las conexiones entre personajes latinoamericanos y el comunismo soviético. Así fue que averiguaron que Vivian Trías, exsecretario general del Partido Socialista uruguayo y dos veces diputado en las décadas de 1960 y 1970, era espía checoslovaco. Según los archivos – entre los que hay recibos de los pagos realizados- fue el «mejor agente» del STB (temible servicio secreto de policía checo) en América Latina.
Petrilak señala si bien fue reclutado debido a la ideología que profesaba, Trías no le hizo asco a ser un agente pago que recibía diversos presentes como whisky, cigarros estadounidenses y dinero para comprar un televisor (que en esa época era bastante caro). Además, hay un dosier que informa que algunas de las obras literarias por las que el dirigente socialista es conocido en Latinoamérica, fueron inspiradas, financiadas y distribuidas por el STB. De la investigación surge que fue el agente que llevó adelante la operación llamada “Inca”. Realizó un viaje a Perú -en el que se le pagó el equivalente a 23 000 dólares actuales- y luego escribió un libro monitoreado por los checos titulado “Perú: Fuerzas Armadas y Revolución”, que salió publicado en 1971.
Actualmente, la dictadura cubana-venezolana ostenta el lugar de la URSS dentro de Latinoamérica. En ese contexto, los viajes de algunos líderes sindicales uruguayos a la isla y Venezuela son relativamente frecuentes.
Nicolás Maduro dijo sin tapujos que hay un plan en el marco del Foro de San Pablo para desestabilizar a los gobiernos no izquierdistas del continente y conducir a los países hacia dictaduras comunistas. Agregó que lo que está sucediendo en Chile y Colombia por ejemplo, es fomentado (¿y financiado?) por ellos.
En el pasado, los dirigentes sindicales uruguayos podrían haber camuflado sus intenciones con un discurso populista. No obstante, aparentemente están tan comprometidos con el papel que deben jugar como peones de los cubanos, que siguieron con la estrategia desarrollada con anterioridad a la crisis del coronavirus, como si nada hubiera pasado. Ni siquiera parecen percibir el ridículo que hacen.
Por eso, la gente al ver sus grotescas maniobras actuales sin sustento en la realidad vigente, exclaman -al igual que aquel niño del cuento infantil-: ¡Los dirigentes sindicales están desnudos! Por tanto, su actuación no tiene sustento en la realidad nacional.
La autora es uruguaya. Es escritora, investigadora y columnista de temas internacionales en distintos medios de prensa. Especializada en filosofía, política y economía, es autora de varios libros y ha recibido menciones honoríficas.