Por Andrea Rondón García
Nuevamente trabajando sobre el material que nos brinda Netflix (anteriormente lo hice con el documental Tiger King), esta vez con El Hoyo, la película dirigida por el español Galder Gaztelu-Urrutia.
La trama, bastante distópica, se desarrolla en El Hoyo o como uno de los personajes de la película lo llamó, "centro vertical de autogestión" (bastante orwelliano el término, porque es un uso de la neolengua para disfrazar lo que en realidad es un infierno). Un hombre (Goreng) despierta en un cuarto vacío, con un aguajero en el medio que permite mirar otros cuartos hacia arriba y hacia abajo, y un compañero de cuarto (Trimagasi), un señor mayor que le explica lo que él sabe de la mecánica de El Hoyo. Los habitantes de este lugar (porque son varios niveles) están allí de forma voluntaria como Goreng, para obtener un beneficio, o porque cometieron un crimen como Trimagasi.
Sólo una vez al día y por un máximo de dos minutos son alimentadas (no se puede guardar la comida) las dos personas que se encuentran en cada nivel a través de una plataforma de comida que va descendiendo desde el nivel cero (que es donde colocan el gran festín) hasta el 333 y que pasa por ese agujero que se encuentra en el medio de todos los cuartos. Los de arriba aprovechan el festín principalmente; los de los niveles intermedios se conforman con las sobras; y los de abajo no reciben nada luego de pasar la plataforma por todos los demás niveles. Cada treinta días, las personas son cambiadas de nivel y de forma aleatoria pueden terminar en cualquiera de ellos.
En toda esta historia, reconozco referencias a los círculos del infierno de Dante o la incertidumbre kafkiana en esta mecánica de El Hoyo o la inspiración quijotesca no sólo de forma literal por el libro de Cervantes que Goreng lleva a El Hoyo, pero todo esto se diluye porque la mayor parte de las veces la película se muestra maniquea y binaria (el típico discurso de los de arriba y los de abajo) y demasiada violencia y escenas repulsivas me hicieron tortuosa la hora y media de película. En definitiva, no me gustó.
Sin embargo, a través de los distintos niveles la película nos plantea interesantes temas de reflexión que expondré (alerta de spoilers) brevemente en estas líneas:
Los niveles 171 y 33
Tal vez la estadía de Goreng en estos niveles es lo más rescatable de la película.
Como podrán imaginar el nivel 171 es uno de los peores niveles porque no llega comida luego de pasar por 170 niveles y sus 340 habitantes.
El nivel 171 hace que Trimagasi se nos muestre, no sin horror, mucho más profundo. En este nivel ciertamente Trigamasi expone una gran verdad, que el hambre desata la locura. Este personaje decide, de forma calculadora, tomar unas terribles decisiones con respecto a su compañero de cuarto, Goreng.
Trimagasi, olvidando que cada quien es responsable por sus propias decisiones, aún en contextos extremos, decide trasladar la responsabilidad de sus actos a los 340 habitantes de El Hoyo que se encuentran en los 170 niveles superiores (porque no le dejaron nada para comer); o prefiere atenuar su responsabilidad deshumanizando a su víctima y pensando en ella no como persona sino como caracol. Pero Trimagasi en ningún momento recuerda que está allí por haber matado a una persona o Goreng por decisión propia, por aceptar esta suerte de contrato a cambio de un título homologado sin conocer con certeza que es El Hoyo (un poco kafkiano el ambiente porque nunca se tiene certeza de la mecánica de El Hoyo).
El siguiente nivel, el 33, también nos brinda elementos interesantes para la reflexión. Esta vez el compañero de cuarto cambia, Imoguiri, una ex funcionaria de la Administración (el que creó El Hoyo).
Imoguiri también está por voluntad en El Hoyo. Este personaje que en modo orwelliano llama "centro vertical de autogestión" a El Hoyo, trata de cambiar su dinámica recomendando a los de abajo que consuman sólo lo necesario para que alcance la comida a todos los niveles, porque ello si es posible si se raciona lo que consume diariamente. Ella cree que bajo ciertas condiciones florece "la solidaridad espontánea", en contraposición con Goreng, que considera que considera que los cambios no se producen de forma espontánea y en algún momento de la película asume un rol mesiánico.
Ciertamente desde el liberalismo con uno de sus temas centrales, el orden espontáneo (actuar en beneficio propio; de forma cooperativa con los demás; sin centralización de decisiones), debemos estar de acuerdo con la tesis de Imoguiri de "la solidaridad espontánea". Pero el personaje no cae en cuenta que la palabra espontáneo quita obligatoriamente a la Administración de la ecuación. Este personaje plantea uno de los grandes temas del liberalismo: ¿cómo hacer florecer la solidaridad espontánea?
Mi respuesta: la solidaridad es consustancial con el ser humano; que aunque no todos obremos racionalmente, porque somos razón e irracionalidad al mismo tiempo; es posible que prevalezca lo primero con educación (no es sentido formal). Obviamente aquí entran en juego muchos más factores, pero definitivamente la intervención del Estado no es la respuesta.
De lo que puedo prescindir de El Hoyo
No diré que la película es una crítica más a la desigualdad social y con ello tiene un típico aire progre. La película es más compleja que esto, aunque frases y escenas tratan de mostrar sin mayor profundidad una crítica al consumo; a la desigualdad; a la riqueza, por lo que conseguimos un mensaje panfletario por algunos momentos.
Ejemplo de lo anterior son los primeros minutos de la película (nivel 48) que parecen una crítica al consumismo; las constantes referencias a los de arriba y a los de abajo, mostrando como los de arriba sólo tienen "mierda" que ofrecer a los de abajo (nivel 6) y las últimas escenas de la película que hacen una lectura descontextualizada de Don Quijote.
En definitiva, no es una película que recomendaría para pensar en los temas liberales. Pero como por estas fechas de confinamiento, la película ha generado interés y debate, me pareció interesante hacer este ejercicio de reflexión sobre las escenas que lo permiten. Si tienen estómago para verla (y no son tan amantes de los perritos) y la ven, no olviden estos elementos para el debate.
La autora es Doctora en Derecho UCV y Directora del Comité de Derechos de Propiedad de CEDICE.