Por Carlos Alberto Montaner
En 1980 insistió en el mismo esquema. Primero creó el conflicto. De nuevo autorizó la flotilla de exiliados que recogieran a su parentela, pero para evitar vacilaciones utilizó a Napoleón Vilaboa para iniciar los viajes. Se trataba de un teniente coronel de la inteligencia acusado de ser infiltrado entre los exiliados que le fue muy útil a La Habana. Solo cambió el puerto de salida. En esta oportunidad no sería Camarioca sino Mariel.
Aprovechó para insultar a todos los presuntos emigrantes. Los llamó “escoria”, “gusanos” y sacó a los niños y jóvenes de las escuelas para los “mítines o actos de repudio”. Los estudiantes mataron a algún maestro que descubrieron “fugándose”.
Granma, el diario del Comité Central, compiló una lista de cien insultos para gritarles a los “malnacidos” que habían decidido emigrar. Fue una época terrible. Fidel Castro de la tribuna hablaba de un “gen” revolucionario. Era una especie de nazi desatado. Un camarógrafo — eso me lo contó llorando en Madrid —, cuando dijo que se iba del país, lo obligaron a caminar de rodillas entre compañeros de trabajo que lo escupían e insultaban.
Todos debían embarrarse las manos de sangre. El cantautor Silvio Rodríguez participó en un acto de repudio que duró varios días contra Mike Porcel, su compañero de la Nueva Trova. Nunca pidió perdón por su miserable proceder. Porcel ni siquiera pudo largarse de Cuba. Debió permanecer en la Isla, como “no-persona”, durante nueve años. Al académico Armando Álvarez Bravo no lo dejaron embarcar junto a su mujer y sus hijas. A la esposa la mandaron a Perú. A Armando, unos años más tarde, le permitieron emigrar a España. El régimen cubano, impulsado por Fidel, se dedicaba a dividir y disgregar a las familias.
El castrismo odiaba a los homosexuales, al extremo de encerrarlos en campos de concentración en los años 1960 para “curarles” la perversidad por medio del intenso trabajo agrícola. El régimen tuvo que aplazar esa monstruosidad y cerrar los campos por la presión internacional que, en este caso, provenía de la izquierda.
Pero Fidel Castro vio en el éxodo de Mariel la oportunidad de librarse de miles de homosexuales acusados de ser “contrarrevolucionarios por naturaleza.”
¿No había, según Aristóteles, “esclavos por naturaleza?” Pues había, también, personas genéticamente incompatibles con un proceso político inspirado por el marxismo-leninismo.
Vale la pena subrayar que no hubo propósito real de enmienda cuando cerró los campos de concentración de la UMAP en los que aglomeró homosexuales y creyentes. La homofobia de los años 1960 seguía intacta en los ’80. Los homosexuales fueron maltratados durante el éxodo de Mariel y después. Las asambleas laborales y estudiantiles, en las que públicamente se les acusaba de esta “conducta impropia”, fueron frecuentes en la década de los ochenta.
Afortunadamente, el crimen y las barbaridades que les hicieron a los “marielitos” fueron documentados por medio de la prensa, libros y películas. Uno de los libros que más impacto causó fue “El Mañana: Memorias de un éxodo cubano,” de la periodista Mirta Ojito.
Tenía 15 años cuando abordó el barco que le dio su nombre a la obra. Hay una descripción minuciosa de lo que sucedió en ese episodio terrible de la historia del castrismo. Otro libro valioso fue “Al borde de la cerca” de Nicolás Abreu, escritor de lo que llaman “Generación de Mariel”, a la que se adscriben, entre otros, sus hermanos Juan y José, el poeta y narrador Vicente Echerri o Luis de la Paz, aunque no necesariamente pasaron por el trauma de “Cayo Mosquito” (el lugar inhóspito y desolado en el que esperaban la embarcación que les llevaría a la libertad).
Entre las películas filmadas sobre aquellos hechos, elijo “En sus propias palabras” del cineasta Jorge Ulla y dejo que sea él quien le ponga fin a este doloroso recuento:
“La película en sus propias palabras fue una encomienda de la administración Carter. La idea era documentar cómo las diferentes agencias gubernamentales prestaban sus servicios en medio de la crisis. Cuando se escuchó lo que decían los recién llegados se reveló ante todos otra película: la de un testimonio coral que desmontaba una serie de mitos ambiguos sobre Cuba — se hacían visibles muchas grietas sociales a través de las cuales muchos de los enamorados del “proyecto cubano” podrían, de repente, cuestionar o revalorizar aquel proyecto de una manera crítica.
En el documental de 29 minutos hablaban con desazón desde el trabajador, un ciudadano de a pie, hasta un novelista de la talla de Reinaldo Arenas. Sería la primera vez que Arenas hablaba ante una cámara. Se trataba de un fenómeno insólito que hallaría su mejor repercusión entre la intelectualidad y las izquierdas mas entusiastas. De pronto, el paraíso era una fuente de desencanto.
El presidente Carter le agarró cariño a esa película y estuvo mostrándola en la Casa Blanca a varios invitados. La USIA la pasó en más de 50 países. Jack Anderson escribió en The Washington Post algo exagerado: “bastaron 29 minutos para revelar lo que pasa en Cuba.” Como era un material de la USIA no se podía exhibir en Estado Unidos. Una resolución del Congreso permitió que se pasara aquí y, además, que quedará archivada en la Biblioteca del Congreso. A partir de eso, la vieron en cientos de universidades y bibliotecas públicas.”
Ahí, en menos de media hora, Ulla cuenta la infamia de Mariel. Cuarenta años después el documental conserva toda su vitalidad.