Por Álvaro Vargas Llosa
ABC, Madrid
Ha caído en mis manos, por esas cosas de la vida, un documento de un grupo de militantes y dirigentes socialistas que se autodenominan «PSOE-Orgullo». Dice así: «Se ha apoderado del Gobierno de España el virus revolucionario, en parte por el peso descomunal de un grupo de aprendices de brujo que obtuvieron menos del 13 por ciento de los votos y en parte por las tácticas de preservación del poder y ciertas tentaciones populistas de quienes lideran nuestro partido. Esto es aún más grave considerando que el déficit fiscal alcanzará un 10 por ciento del PIB y la deuda pública rozará el 120 por ciento, con más de siete millones de desempleados y un tejido empresarial que se está deshaciendo porque la flexibilidad laboral que se prometió se está incumpliendo y la liquidez no llega a destino por culpa de la burocracia.
Nuestro partido, el PSOE, abandonó el camino revolucionario y abrazó la socialdemocracia hace tiempo. Que hoy seamos un instrumento para sustituir la democracia liberal que tiene España desde 1978 por un engendro semirrevolucionario es insultante para la memoria.
A finales del siglo XIX se libró una batalla en el socialismo europeo entre quienes, liderados por Bernstein, defendían la democracia parlamentaria y las reformas moderadas (llegó a decir que la socialdemocracia «es el liberalismo organizado»), y quienes, como Luxemburgo, Kautsky y Bebel, propugnaban la revolución proletaria. Las cosas quedaron claras cuando, a raíz de la Revolución Rusa, los revolucionarios pasaron a llamarse comunistas y los moderados mantuvieron el apelativo de socialdemócratas. Desde entonces los socialismos del resto de Europa han transitado por ese mismo camino.
En España tuvimos nuestra propia evolución hacia la socialdemocracia. También estuvimos divididos entre revolucionarios y reformistas a finales del XIX. Los reformistas se hicieron fuertes entrado el siglo XX; el PSOE llegó incluso a colaborar con la dictadura militar de Primo de Rivera porque... ¡su legislación social recogía aspiraciones socialistas! Luego, ocurrió la tragedia de la II República: la colaboración del PSOE con Manuel Azaña a partir de las elecciones de 1931 que nos convirtieron en la primera fuerza política acabó mal cuando en 1933 la derecha nos derrotó en las urnas y el ala revolucionaria del socialismo volvió a la carga, marginando a los moderados como Besteiro. Todo ello contribuyó a la tragedia de 1936. Tuvieron que pasar cuatro décadas para que, en el Congreso de Suresnes, la nueva generación del PSOE, liderada por el socialdemócrata Felipe González, tomara las riendas del partido y cinco años después abandonara el marxismo.
Hoy en parte de Europa una izquierda populista pretende desandar la socialdemocracia y devolvernos a la época revolucionaria. En España, ella está metida en el Gobierno y en una cúpula de nuestro partido.
¿Hasta cuándo vamos a seguir dejándonos llevar como borregos hacia el suicidio del PSOE?».