Por Wendy McElroy
(En el Día del Trabajo es bueno recordar a una brillante intelectual y su reacción ante los acontecimientos acaecidos aquel 4 de mayo de 1886 en la Plaza Haymarket de la ciudad de Chicago)
La preocupación del feminismo contemporáneo por su pasado colectivista ha servido para silenciar las voces de las pioneras mujeres individualistas. Un ejemplo perfecto es el de la Dra. Gertrude B. Kelly (1862–1934), cuyas contribuciones a los derechos de las mujeres son largamente olvidadas.
Como la gran mayoría de las primeras feministas individualistas, Kelly insistía respecto de que la autonomía y la responsabilidad individual constituían los pilares del orden social y de la cooperación, y que ambas evolucionarían naturalmente bajo condiciones de libertad. En cualquier ocasión en la cual un grupo de personas-por ejemplo, un gobierno o un sindicato de trabajadores—emplease la fuerza a fin de imponer sus objetivos sobre los individuos, el orden social y la cooperación desaparecerían. Entonces, el único método mediante el cual una auténtica sociedad podía ser construida era el de devolverle el poder al individuo.
Una trabajadora radical que era profundamente escéptica de los sindicatos, una médica que se oponía a las licencias estatales para ejercer la medicina, una persistente anti-estatista que rompió con los anarquistas más prominentes de su época, una ardiente feminista que negaba que existiesen los “derechos de las mujeres” como algo distinto de los “derechos humanos” . . . ¿quién fue Gertrude B. Kelly, y en favor de qué luchó específicamente?
En la opinión de Benjamin Tucker, director del periódico individualista extremo Liberty, “Gertrude B. Kelly, . . . a través de sus artículos en Liberty, se ha colocado de un solo salto entre los más refinados escritores de este o de cualquier otro país”. Desde su primer artículo en Liberty (septiembre de 1885) hasta su amarga ruptura con dicho periódico a raíz de su debate respecto del egoísmo versus los derechos naturales (agosto 1887), Gertrude Kelly fue una de las más dinámicas escritoras de Tucker y, ciertamente, su colaboradora femenina más frecuente. Fue también una firme defensora del derecho natural.
En particular, sus artículos brindaron una perspectiva única sobre el trabajo y las mujeres, pues ella era una de las pocas feministas de su época que consideraba que “no existe, hablando con propiedad, ninguna cuestión de la mujer, como algo apartado de la cuestión del derecho humano y de la libertad humana”. Ella deseaba una sociedad integrada por individuos, en la cual características secundarias tales como el sexo o la raza careciesen de impacto alguno sobre los iguales derechos de los cuales una persona debía gozar. Como Kelly lo parafraseara, “La causa de la mujer es la del hombre—ellos se levantan o se hunden juntos—menoscabados o divinos, unidos o separados".
La causa general compartida por la mujer y por el hombre era la del brío por “la libertad universal, la igualdad de derechos, y la responsabilidad individual” como “los principios motores del progreso societario”. La específica injusticia social sobre la cual Kelly concentraba su energía y su perspicacia considerables era la que ella denominaba “el dilema de la clase trabajadora”.
Interés por las mujeres trabajadoras
Como una médica que trabajaba en las casas de la vecindad y como secretaria de la Newark Liberal League, Kelly manifestaba un especial interés por el debilitante efecto de la pobreza sobre la mujer trabajadora. De hecho, su primer artículo en Liberty, intitulado “The Root of Prostitution” (“La Raíz de la Prostitución”) sostenía que la incapacidad de las mujeres para llevar una vida adecuada a través de formas de trabajo respetables era la causa de esta profesión. Escribió: “Hallamos toda clase de proyectos para volver morales a los hombres y religiosas a las mujeres, pero ningún proyecto que proponga concederle a la mujer los frutos de su trabajo”.
La condena ventilada en este artículo expresaba dos temas que eran comunes a la mayoría de los análisis de la pobreza y de las mujeres de Kelly.
Primero, las mujeres habían sido oprimidas por los estereotipos culturales creados principalmente por los hombres. Declaraba, “Los hombres . . . siempre les han negado a las mujeres la oportunidad de pensar; y, si algunas mujeres hubiesen tenido el coraje suficiente como para atreverse a hacer pública su opinión, y para insistir acerca de pensar por sí mismas, hubiesen sido tan golpeadas por el arma más poderosa en el arsenal de la sociedad, el ridículo, que ello ha evitado de manera eficaz que la gran mayoría lleve a adelante cualquier intento para salir de la esclavitud”. Les hacía este cargo por igual a los hombres supuestamente iluminados de su propio circulo político, quienes, sostenía Kelly, “inmediatamente cambiaban no solamente los temas serios de la conversación, sino que también cambiaban el tono de sus voces” cuando sus esposas o hermanas ingresaban a la sala.
Segundo, las organizaciones de caridad creadas por los ricos eran hipócritas en sus actitudes y en su comportamiento hacia los pobres, quienes precisaban volverse auto-suficientes y no ser adicionalmente victimizados por la benevolencia mal encausada. Ella ridiculizaba particularmente a los grupos filantrópicos tan populares en sus días en los cuales “la niñas trabajadoras recibían lecciones sobre bordado, artes, ciencias, etc., y se les hablaba de manera incidental respecto de los males de los sindicatos, de la inmoralidad de las huelgas, y de la necesidad de estar satisfechas con la condición en la cual Dios tuvo la bondad de colocarlas”.
Como la mayoría de los individualistas radicales del siglo diecinueve en los Estados Unidos, Kelly veía al “capitalismo” como la principal causa de la pobreza y de la injusticia social. Esta convicción emana de otras dos creencias. La primera era el hecho de que ella aceptaba una particular versión de la errónea teoría del valor trabajo, a la que adhería el pionero individualista Josiah Warren: a esta versión se la expresa comúnmente como que “el costo es el límite del precio”. La segunda creencia era que ella compartía la popular opinión radical de que el capitalismo era una alianza entre las empresas y el gobierno, en la cual el segundo les garantizaba privilegios legales a los ricos. En esencia, Kelly consideraba que todas las formas de capitalismo eran lo que los individualistas contemporáneos denominan “capitalismo de estado”.
El mercado libre como la cura
De conformidad con lo expresado, ella consideraba erróneamente que el interés, la ganancia, y la renta eran usuras mediante las cuales los capitalistas explotaban a los trabajadores al usurparles el fruto de su trabajo. Aunque suene irónico a los oídos modernos, Kelly-junto con muchos otros teóricos individualistas de los comienzos-consideraba que el mercado libre era una cura para el capitalismo. Consideraba que la cooperación voluntaria, no reglada por nada más que las leyes de la economía y por los deseos de los individuos, era la solución para esta injusticia social.
Por ejemplo, en su artículo “The Unconscious Evolution of Mutual Banking”, Kelly sugería un remedio para el monopolio estatal del dinero, el cual causaba la usura del “interés”: el establecimiento de una moneda (o monedas) controlada de manera privada. Ella exudaba, “¡aparece ante nosotros el sistema monetario libre con su destrucción del interés y de la ganancia! ¡El intercambio de un producto por otro producto ha comenzado! ¡La revolución social se lleva a cabo!”
En otras palabras, a efectos de romper la alianza entre el gobierno y las empresas que constituía el capitalismo, era necesario negarle al gobierno cualquier facultad sobre los acuerdos económicos entre los individuos, dado que “todas las leyes no tienen otro objetivo que el de perpetrar la injusticia, para apoyar a cualquier precio a los monopolistas en su expoliación”. En su opinión, un mercado libre en el cual los contratos individuales—y no el gobierno-estableciesen los precios, eliminaría practicas tales como la de cobrar un interés.
¿Pero qué ocurriría si se probase que ella estaba equivocada? ¿Qué pasaría si el interés y otras formas de usura continuasen existiendo dentro del marco de un mercado libre? Los colaboradores de Liberty fueron claros y consistentes en al menos un punto. Los individuos poseen el derecho absoluto de celebrar acuerdos [p. 625] a los cuales los colaboradores de Liberty consideraban tontos y auto-destructivos. Cualquier interferencia en tales contratos voluntarios implicaba el uso de la fuerza, la cual era el más primario de los males. Como lo comentara Kelly, “Nos damos cuenta que la cuestión del trabajo nunca puede ser resuelta por medio de la fuerza. . . . Usted no puede matar a tiros o volar a un sistema económico, pero usted puede destruirlo si deja de apoyarlo, tan pronto como usted comprende en dónde radica el mal”. Pero si un individuo libre no pudiese ser persuadido de pagar un interés, entonces ese individuo tendrá que vivir con el desatino de sus propias acciones.
Es importante comprender la historia de Kelly a efectos de apreciar plenamente su oposición a usuras tales como la renta y el interés. Como una inmigrante de Irlanda en 1873, la introducción de Gertrude Kelly a la filosofía individualista fue probablemente a través de las columnas de “Honorius” en el Irish World—un órgano del movimiento irlandés No Rent. Honorius era, en realidad, un seudónimo para el estadounidense defensor de los derechos naturales Henry Appleton, quien contribuía con frecuencia a las primeras ediciones de Liberty, tanto bajo su propio nombre como bajo el sobrenombre de “X”.
Kelly no puede haber sido indiferente a los ausentes terratenientes británicos cuyas pretensiones a gran parte de la tierra fértil de Irlanda se originaban en la conquista y en el privilegio legal. La renta y el interés exorbitantes que ellos les cobraban a los irlandeses por el uso de la tierra y del dinero, fueron una de las principales causas de la pobreza del país. Al llegar a los Estados Unidos, Kelly no pareció pensar que las diferentes historias de ambas naciones exigían también de un disímil análisis económico y político. Ella aplicaba las mismas ideas a los dos principios que había derivado en parte de la lectura de los liberales clásicos ingleses tales como Herbert Spencer y John Stuart Mill, a quienes sus artículos a menudo citaban.
En artículos que denotaban una profunda amplitud de lecturas, las que iban de Proudhon y Godwin a Malthus, Kelly exhibía también un poco frecuente nivel de sentido común entre los visionarios políticos. Les aconsejaba a sus colegas individualistas, que deseaban alcanzar reformas dudosas, que en su lugar aliviasen los problemas inmediatos del trabajo femenino y se educaran así mismos, oyendo las voces de las mujeres trabajadoras. Los reformadores con grandes proyectos deberían tomar “lecciones de la Señorita Corson sobre cómo hacer que un pescuezo de vaca le dure tres semanas a una familia de seis miembros”. Solamente comprendiendo las realidades cotidianas que enfrentan las mujeres trabajadoras con niños hambrientos, podrían los radicales resolver las necesidades de esta clase de trabajo.
Resumiendo, Kelly imbuyó al dialogo individualista del siglo diecinueve de un pensamiento refrescante a través de dosis severas de la realidad de las mujeres, tanto en su discusión de los temas como de los acontecimientos.
El Incidente de Haymarket
La insistencia de Kelly en el principio ligado al sentido común ayudó a anclar al individualismo radical con la meta de la no-violencia, especialmente cuando el movimiento se vio presionado para responder a los violentos acontecimientos de esos días. Su influencia puede ser juzgada por su respuesta ante un acontecimiento en particular, al cual la historia conoce como “El Incidente de Haymarket.” En la estela de este evento, la mayoría de los radicales—incluidas otras prominentes feministas y algunos individualistas—clamaron por una ciega venganza contra el Estado. Kelly ofreció una voz racional.
El 4 de mayo de 1886, una gran multitud de trabajadores celebraba una asamblea en la Plaza Haymarket de Chicago con el objeto de protestar contra la reciente brutalidad policial. A medida que el encuentro comenzó a disiparse pacíficamente debido a la lluvia, la policía apuró el proceso. Desde las líneas laterales, alguien arrogó una bomba hacia la policía, la que abrió fuego contra los trabajadores. Los disparos fueron devueltos. En el conteo final, murieron siete policías y un número de manifestantes estimado en unos 20.
La policía rodeó a los líderes de los trabajadores, sin consideración alguna por la circunstancia de sí los mismos habían estado o no involucrados en los hechos de violencia. Eventualmente, siete hombres fueron juzgados por homicidio en una causa judicial que generalmente ha sido considerada como una parodia total de la justicia. Por ejemplo, los miembros del jurado no fueron seleccionados de la manera normal: se instruyó a un alguacil para que saliese a las calles y escogiese a cualquiera de los transeúntes que él deseara.
La mayoría de las feministas respondieron con sobresalto, ultraje, y un amargo pánico. Por ejemplo, al leer el titular de un periódico que expresaba que los manifestantes de la Plaza Haymarket (anarquistas comunistas y trabajadores radicales) habían arrojado una bomba contra una muchedumbre reunida en asamblea, la adolescente individualista-feminista Voltairine de Cleyre había exclamado en voz alta, “¡Deben ser colgados!” Perspicaz e inmediatamente se arrepintió de sus palabras, y asumió con idéntica vehemencia la posición opuesta. Catorce años más tarde, de Cleyre permanecía dolorosamente obsesionada por sus palabras, “Nunca me perdonaré por esa frase ignorante, desaforada y sedienta de sangre”. Gran parte de la actividad política de de Cleyre en los años siguientes, puede ser vista como un intento de expiar su pecado. Sus discursos más apasionados eran distribuidos como lecturas en las conmemoraciones anuales a los mártires de Haymarket a las que ella asistía.
En Living My Life, la feminista socialista Emma Goldman describió su reacción al fallo en el juicio de Haymarket, que tuvo como resultado que cinco de los hombres fuesen sentenciados a muerte. Tras volverse histérica, Goldman fue llevada a la cama, donde cayó en un sueño profundo. Al despertar, descubrió algo nuevo y maravilloso dentro de su alma. Era “un gran ideal, una ardiente fe, una determinación a dedicarme a la memoria de mis martirizados camaradas, para hacer propia su causa”. Abandonó a su esposo, con quien se había casado recientemente, y se dirigió a Nueva York para prepararse para la tarea que le insumiría el resto de su vida.
Contra este telón de fondo de apasionada y profunda reacción entre las feministas, Kelly pedía una respuesta calma y mesurada. Rehusó tomar en consideración a la venganza con la misma moneda contra el estado, porque la fuerza nunca podía ser un medio apropiado mediante el cual alcanzar los fines sociales. En una apelación a la moderación, escribió, “¡Oh mis hermanos! No dejen que los ciegos sentimientos de revancha contra el estado y sus instrumentos los lleven a caer en sus manos al intentar oponerse a la fuerza con la fuerza. . . . Recuerden que el empleo de la fuerza conduce a un nuevo desenvolvimiento del espíritu militar, el cual se encuentra por completo opuesto al espíritu que debe existir en el pueblo antes de que cualquier cosa que deseamos pueda ser agenciada”.
Una y otra vez, Kelly ponía énfasis en la educación. Los individualistas se habían apoyado en el iluminismo y en la persuasión debido a que la ignorancia era su principal oponente. Pese a que el contenido era un factor esencial en el proceso de educar a la gente, el método era igualmente importante. El mismo debía ser no solamente no-violento, sino también financiado de manera privada, dado que la tributación y el financiamiento público que emanan de los impuestos eran la clase de violencia contra la propiedad conocida como robo.
El financiamiento privado de la educación
El 1 de junio de 1887, Kelly ofreció un discurso memorable intitulado “State Aid to Science” (“La Ayuda Estatal para la Ciencia”) ante la Asociación de Ex Alumnas del Colegio Médico de Mujeres de la New York Infirmary for Women and Children, en el cual ella había estudiado. El mismo fue memorable en virtud de que—en una época en la cual las feministas clamaban por distintas formas de asistencia estatal para educar a las mujeres-Kelly se refirió a las consecuencias destructivas de los intentos gubernamentales para promover el conocimiento. Fue también memorable porque Gertrude Kelly era médica y, como tal, se esperaba de ella que tolerase, cuando no que venerase por completo, a las instituciones que le conferían estatus social a su profesión.
Publicado como un artículo en Liberty, este discurso presentaba dos temas: “primero, que el progreso de la ciencia es disminuido, y en ultima instancia destruido, por la interferencia estatal; y, en segundo término, que incluso si, a través de la ayuda estatal, el progreso de la ciencia pudiese ser promovido, ese impulso sería a un costo demasiado grande para los mejores intereses de la raza”.
Kelly sostenía la imposibilidad de que el gobierno promoviese el conocimiento al destacar que un subsidio “no es y no puede ser una ayuda para la Ciencia, sino para doctrinas o dogmas particulares, y que, allí donde esta asistencia es otorgada, la misma precisa casi de una revolución para poder introducir una nueva idea”. Tal ajuste del patrocinio gubernamental crea “demasiadas reinas ociosas a expensas de los trabajadores”.
Pero, aún concediendo por el bien del argumento que la asistencia estatal pudiese promover el conocimiento, Kelly sostenía que el costo de esta promoción superaría enormemente a cualquier beneficio. El costo sería la violación de los derechos de propiedad a través de los impuestos que serían necesarios para apoyar al programa del gobierno. Si la gente común valoraba lo suficiente el servicio que estaba siendo financiado por el estado, entonces el impuesto no sería necesario. Si no lo valoraba, entonces el gobierno carecía de todo derecho para tomar el dinero del trabajador a fin de financiar el conocimiento que era oficialmente deseable. “Sostengo”, insistía Kelly, “que usted no tiene más derecho de decidir qué es la felicidad o el conocimiento para él, del que usted tiene para decidir a qué religión debe él adherirse. Usted no tiene derecho alguno a quitarle un solo centavo de su propiedad sin su consentimiento. Pobre de la nación que luche para incrementar el conocimiento o la felicidad a expensas de la justicia. La misma terminará careciendo de moralidad, o de felicidad, o de conocimiento”.
Empleando una lógica similar, Kelly se oponía al intento del gobierno de otorgarles licencias a los médicos o de reglamentar la medicina debido a que el gobierno no podía garantizar la seguridad o la calidad de la atención médica. Solamente podía crear un cuasi-sindicato de elites médicas y obstaculizar el progreso.
Respecto del financiamiento estatal de la educación, como en todas las cuestiones, Kelly exigía “ninguna transigencia” con los principios de la autonomía individual y de la responsabilidad individual-en síntesis, con la doctrina de los derechos individuales. En efecto, era su devoción al derecho natural la que la llevó a abandonar Liberty cuando la publicación se convirtió en un foro para el egoísmo stirneriano. (Para más información sobre la discusión entre el derecho natural y el egoísmo de Max Stirner, véase mi artículo, “La no-absurdidad del derecho natural”.) Kelly contribuyó, en su lugar, a un breve journal intitulado Nemesis, y luego comenzó a escribir para el periódico Alarm bajo la dirección de Dyer D. Lum. Su partida de Liberty privó a ese periódico de una hábil defensora de la teoría de los derechos naturales y de su voz más poderosa en favor de las mujeres.
Asimismo, la ausencia de Gertrude B. Kelly de las páginas de la historia feminista empobrece a ese movimiento. Desilusionada con el “individualismo filosófico” de Liberty, Kelly pasó a expresar sus principios mediante la acción y se convirtió en directora de una clínica para personas pobres en el distrito de Chelsea en la Ciudad de Nueva York. Como una salida para la escritura y la teoría, se abocó a la causa del sufragio de las mujeres y de la independencia irlandesa, convirtiéndose en un miembro prominente del Irish Women''s Council. Irónicamente, dos años después de su muerte en 1934, el Alcalde Fiorello La Guardia le dedicó el “Patio de Juegos Dra. Gertrude B. Kelly” en la calle 21.
Traducido por Gabriel Gasave
Wendy McElroy es Investigadora Asociada en The Independent Institute y directora de los libros del Instituto, Freedom, Feminism and the State y Liberty for Women: Freedom and Feminism in the Twenty-first Century.