Por José Antonio Baonza Díaz
Instituto Juan de Mariana, Madrid
Sucesos recientes, acaecidos en distintos países, y que implican a policías, resucitan la eterna pregunta de Juvenal: ¿quién vigila a los propios vigilantes?
La respuesta a esta pregunta requiere, en primer lugar, definir a quiénes entendemos como tales. En efecto, como luego veremos, se establecen unas intrincadas relaciones entre vigilantes en las sociedades contemporáneas. El atributo del monopolio del uso de la fuerza en un territorio, que sirvió a Max Weber para definir al Estado, ha quedado complementado por la aparición de entidades supraestatales, pero, en cualquier caso, los distintos tipos de policías no agotan las funciones de vigilancia. Junto a ellos, a un nivel superior, nos encontramos a funcionarios públicos como los jueces[1] y los fiscales [2]. En un escalón inferior hallamos a otros agentes públicos de policía administrativa encargados de velar por el cumplimiento de innumerables regulaciones, como inspectores de Hacienda, de Trabajo, sanitarios, agentes medioambientales y un largo etcétera. En la medida en que asumen tareas en las que concurren con los agentes públicos, podríamos añadir, asimismo, a los profesionales de la seguridad privada, tales como los vigilantes de seguridad y explosivos, los escoltas privados, los guardas rurales, los jefes de seguridad, los directores de seguridad y los detectives privados.