Por Álvaro Vargas Llosa
ABC, Madrid
Dalmacio Negro ha identificado en la historia moderna de España tres etapas liberales. Una va desde la guerra de las Cortes de Cádiz, en plena guerra contra el invasor francés a inicios del XIX, hasta 1834, cuando el Estatuto Real limita parcialmente el poder y da algunos derechos. La segunda va de 1834 a 1874, año de la Restauración, y la tercera, de allí a 1936, cuando estalla la guerra civil. Las tres fracasan, o porque hay un divorcio entre el ideal y la realidad, o porque las tradiciones, los poderes fácticos y los fanatismos frustran el invento.
¿Podemos hablar de una cuarta etapa liberal frustrada? Eso parece. Iría desde 1978, al nacer la actual constitución, hasta… ¿cuándo? Es un ejercicio arbitrario, claro: los asuntos de la sociedad y la política desbordan, como un pecho voluptuoso, el corset del calendario. Pero hay varias fechas posibles. Una: la llegada al poder de Zapatero. También podríamos fijar el fin de esta cuarta etapa liberal en la crisis financiera de hace década y pico o en la rebelión frontal del independentismo en Cataluña en 2017.
Lo obvio: las cuatro décadas de esta etapa liberal fueron las más exitosas de la historia moderna española. Ella superó a las otras tres en logros y estabilidad (las anteriores contuvieron apenas «momentos» liberales). Pero lo que importa es: ¿por qué se está desmadejando esta cuarta etapa?
Una razón: la regresión del socialismo a su temperamento radical. Mientras fue socialdemócrata, fue parte esencial de la cuarta etapa liberal; al regresar, en espíritu, a la mentalidad revolucionaria de los 30, y a los años de clandestinidad y exilio bajo la dictadura, dejó a la mesa liberal sin una pata. Otra razón: el modelo económico. El Estado del Bienestar español ha sido, entre todos los europeos, uno de los más pesados, burocráticos, costosos. Aunque España se emparejó con Europa en general, empezó a retroceder cuando el modelo llegó a su límite. El resultado, una sociedad con insuficiente movilidad y creación de empleo, encendió el encono social de muchas formas, incluida la radicalización política. Ciertos episodios, como la crisis financiera y, ahora, el Covid-19, lo han exacerbado todo.
Una tercera razón es el tribalismo catalán, esa provincia que le ha dado lo mejor y lo peor a la península. El Estado de las autonomías fue un arreglo exitoso, pero no tuvo suficiente flexibilidad para amoldarse, con el tiempo, a los cambios de humor políticos. Los límites del Estado del Bienestar ahondaron la tensión entre Cataluña y Madrid. Pero esa pugna tiene un gran culpable: la canija dirigencia catalana. Su oleaje produjo, inevitablemente, una resaca, bajo la forma de una derecha identitaria que descoloca a la derecha liberal.
Que esta cuarta etapa liberal se haya acabado no quita que puedan venir otras, acaso mejores. Pero tardarán bastante en llegar. Por ahora, asiste España al canto de cisne de la etapa post-1978.