Por Alberto Benegas Lynch (h)
Hay autores cuyos escritos conservan actualidad por más que transcurra el tiempo. Como bien ha consignado Italo Calvino, “los libros clásicos son aquellos que nunca terminan de decir lo que tienen que decir”. Son aquellos que van al hueso de las cosas y no se entretienen con lo meramente coyuntural por lo que sus consideraciones abarcan períodos muy extensos puesto que ayudan a reflexionar a las mentes curiosas de cualquier época. Este es, por ejemplo, el caso de Richard Pipes (1923-2018), el eximio profesor de historia en la Universidad de Harvard, nacido en Polonia y radicado desde muy joven en Estados Unidos.
Tuve el privilegio de conocerlo en el congreso anual de la Mont Pelerin Society en Chatanooga (Tennesse) en septiembre de 2003, oportunidad en que ambos presentamos trabajos que expusimos ante el plenario por lo que pude intercambiar ideas durante un almuerzo muy bien organizado en el que participamos los panelistas. Un hombre de una versación formidable y, como todo intelectual de peso, siempre muy solícito para responder interrogatorios de muy variado tenor.
Sus obras son múltiples pero en esta nota periodística me limito a los tres libros que tengo de su autoría en mi biblioteca, traducidos al castellano. Se trata de Propiedad y libertad. Dos conceptos inseparables a lo largo de la historia (México, Fondo de Cultura Económica, 1999/2002), Historia del comunismo (Barcelona, Mondadori, 2001/2002) y La Revolución Rusa (Madrid, Debate, 1990/2016).
El primer libro está consubstanciado con lo mejor de la tradición de pensamiento liberal en el sentido que sin el uso y disposición de lo propio, comenzando por la vida, la exteriorización del propio pensamiento y la plena disposición de los bienes adquiridos legítimamente, sin estos atributos decimos, no hay libertad posible. La libertad es ausencia de coacción por parte de otros hombres ya que el uso de la fuerza agresiva no permite lo anterior.
En este contexto es del caso recordar que Ludwig von Mises ha demostrado en los años 20 que el socialismo es un imposible técnico ya que la abolición de la propiedad que propugna no permite la existencia de precios y, por ende, no resulta posible la evaluación de proyectos y la contabilidad con lo que no se conoce el grado de despilfarro de capital. En otros términos, no hay tal cosa como economía socialista. Y es importante recalcar que sin necesidad de abolir la propiedad, en la medida en que se daña esta institución crucial se producen efectos adversos en cuanto a desajustes y distorsión de los precios relativos que inexorablemente malguian los siempre escasos factores de producción con lo que los salarios e ingresos en términos reales disminuyen.
En aquella obra sobre la propiedad, Pipes pasa revista a los instintos de los animales en cuanto a la territorialidad y los correspondientes trabajos de etología, principalmente de Konrad Lorenz y de Nikolas Tinbergen, a la natural noción de propiedad entre los niños y entre los pueblos primitivos a pesar de no contar con registros de propiedad.
Se detiene a considerar el caso del fascismo y el nacionalsocialismo como sistemas en los que se permite “o más bien se tolera” el registro de la propiedad pero en verdad se trata de “una propiedad condicional, bajo la cual el Estado, el propietario en última instancia, se reserva el derecho a intervenir e incluso a confiscar los bienes que a su juicio se usan inadecuadamente”.
Subraya que en el llamado “estado de bienestar” donde “la agresión sobre los derechos de propiedad no siempre es evidente porque se lleva a cabo en nombre del ´bien común´, un concepto elástico, definido por aquellos cuyos intereses sirve”. En la era de las carreras desenfrenadas por los proyectos de ley, pondera al “gran estadista inglés de mediados del siglo XVIII, William Pitt el viejo, conde de Chatham, quien fue primer ministro durante ocho años, no elevó un solo proyecto de ley al Parlamento […] como apuntó Frederick Hayek, todo aumento del alcance del poder estatal, en si y de por si, amenaza la libertad”. Y muestra cómo las expropiaciones fundadas en ley “a menudo se asemejan a la confiscación” .
También puntualiza que “el verbo discriminar ha siso politizado hasta tal punto que casi ha perdido su sentido original” y se ha convertido en un ataque a la propiedad de cada cual al restringir la capacidad de elegir, optar y preferir confundiéndose con la discriminación por parte de los aparatos estatales al proceder en sentido contrario a la igualdad ante la ley.
Termina su obra, luego de analizar muy diversos casos históricos, con el tema educativo lamentándose de que “cada vez más las instituciones de la enseñanza superior se encuentran bajo la vigilancia de la burocracia federal”.
En el segundo libro sobre el historial del comunismo, Pipes estudia los casos cubano, chino, chileno de Allende, soviético, de Camboya, Etiopía, Corea del Norte con una documentación muy rigurosa donde pone de manifiesto los resultados calamitosos del sistema.
Explica que “el comunismo no es una buena idea que salió mal, sino una mala idea […] el marxismo, fundamento teórico del comunismo, lleva en sí la semilla de su propia destrucción, tal como Marx y Engels le habían atribuido erróneamente al capitalismo”. Finalmente subraya el tema tan importante de los incentivos perversos inherentes al comunismo por lo que “desarrolla los instintos más rapaces”.
Hago a esta altura una digresión para aludir a Eudocio Ravines (1897-1997), quien fuera Premio Mao y Premio Lenin y cuenta en su autobiografía que su primer paso hacia la conversión fue considerar que el problema radicaba en el mal manejo y el espíritu sanguinario de Stalin. Tardó mucho en percatarse que la raíz del problema estaba en el sistema y no en los administradores.
Pipes cita en esta segunda obra El libro negro del comunismo. Crímenes, terror y represión de Stephane Courtois y sus colegas, un volumen donde se contabilizan más de cien millones de masacrados por el comunismo de 1917 a 1989 además de las asfixias por las feroces represiones y las espantosas hambrunas provocadas por el régimen. Escribe Pipes: “Los movimientos y regímenes revolucionarios tienden, en cierta medida, a hacerse cada vez más radicales y más implacables. Esto sucede porque, después de sucesivos fracasos, sus dirigentes, en lugar de reexaminar sus premisas fundamentales -dado que son éstas las que proporcionan las bases lógicas de su existencia- prefieren ponerlas en práctica aun con mayor rigor”. Este es el resultado indefectible de la fantasía criminal de producir “el hombre nuevo” y “la felicidad eterna” en base a los aparatos estatales desbocados, cuando en verdad desde la primera restricción a la libertad por más inocente que pueda parecer al comienzo se están sentando las bases para la destrucción moral y material bajo las directivas implacables de los mandones de turno.
El tercer y último libro que comentamos aquí muy brevemente es el que se refiere a la revolución rusa (1045 páginas en la edición referida). Como he apuntado antes en base a la monumental obra de Pipes, el régimen zarista implantado en 1547 por Iván IV (el terrible), con el tiempo se caracterizó por los atropellos de la policía política (Ojrana) con sus reiteradas requisas, prisiones y torturas, la censura, el antisemitismo, los siervos de la gleba en el contexto del uso y disposición de la tierra por los zares y sus acólitos sin ninguna representación de los gobernados en ninguna forma. Hasta que por presiones irresistibles y cuando ya era tarde debido a los constantes abusos, Nicolás II consintió la Duma (tres veces interrumpida) en medio de revueltas, cavilaciones varias y una influencia desmedida de Alejandra (“la alemana” al decir de la oposición en plena guerra) basada en consejos atrabiliarios de Rasputín. Finalmente, el zar abdicó primero y luego se constituyó un Gobierno Provisional que en última instancia comandaba Kerenski quien prometía “la instauración de la democracia” pero que finalmente se vio obligado a entregar el poder a los bolcheviques (cuando Hitler invadió la Unión Soviética en 1941, Kerenski, desde Nueva York, le ofreció ayuda a Stalin por correspondencia la cual no fue respondida, una señal de desprecio que merecen aquellos que pretenden actuar a dos puntas).
Imaginemos la situación de toda la población campesina en la Rusia de los zares, nada instruida que recibía de parte de las posiciones más radicalizadas del largo período desde 1905 que comenzaron las revueltas hasta 1917 en que estalló la revolución primero en febrero y luego en octubre cuando los soviets se alzaron con el poder bajo el mando de Lenin. Imaginemos a estas personas a quienes se les prometía entregarles todas las tierras de la nobleza frente a otros que proponían limitar el poder en un régimen de monarquía constitucional y parlamentaria. Sin duda para esa gente resultaba mucho más atractivo el primer camino y no el de “salvar a la monarquía del monarca”. Cuando hubo cesiones de algunas tierras se instauró el sistema comunal que algunos pocos dirigentes trataron sin éxito de sustituir por el de propiedad privada (en primer término debido a los denodados esfuerzos de Stolipin). Es que la tierra en manos de la nobleza como una imposición hacía creer que toda propiedad era una injusticia, extrapolando el privilegio a las adquisiciones legítimas.
De las cuatro revoluciones que más han influido hasta el momento sobre los acontecimientos en el mundo, la inglesa de 1688 que destronó a Jaime II por Maria y Guillermo de Orange donde con el tiempo se recogieron en grado creciente las ideas de autores como Algernon Sidney y John Locke, la norteamericana de 1776 que marcó un punto todavía más profundo y un ejemplo para todas las sociedades abiertas en cuanto al respeto a las autonomías individuales, la Revolución Francesa de 1789 que consagró las libertades del hombre, especialmente referidas a la igualdad de derechos (art. 1), esto es, la igualdad ante la ley y la propiedad (art. 2), aunque la contrarrevolución destrozó lo anterior y, por último la Revolución Rusa de 1917 que, desde la perspectiva de la demolición de la dignidad del ser humano, constituyó un golpe de proporciones mayúsculas que todavía perdura sin el aditamento de “comunismo” porque arrastra el recuerdo de cientos de millones de masacrados y otras tantas hambrunas. Del terror blanco pasar al terror rojo empeoró las cosas y, como es sabido, el sistema actual en Rusia es uno de mafias enquistadas en el poder.
Como queda dicho, la obra de Richard Pipes no se agota en los tres libros que hemos mencionado, pero da una idea de la dimensión de las faenas emprendidas por este notable historiador que permiten extraer valiosas enseñanzas para los momentos que actualmente vivimos, en los que con la etiqueta del nacionalismo se vuelven a repetir los errores del pasado.
La tarea para aquellos que pretenden vivir en una sociedad libre consiste en salir al encuentro de las falacias del estatismo, cualquiera sea la denominación a que se recurra para que el Leviatán atropelle los derechos de las personas. La obligación moral de todos quienes pretenden ser respetados es la de contribuir a enderezar y fortalecer los pilares de la libertad. No hay excusas para abstenerse de una misión de tamaña envergadura. En esta instancia del proceso de evolución cultural, es imperioso establecer límites adicionales al poder político para no correr el riesgo de convertir el planeta en un inmenso Gulag en nombre de una democracia que en verdad se está degradado en dirección a cleptocracias de distinto grado.