Por Enrique Fernández García
No hay casualidades sino destinos. No se encuentra sino lo que se busca, y se busca lo que en cierto modo está escondido en lo más profundo y oscuro de nuestro corazón.
Ernesto Sabato
La historia del Nobel de Literatura ha estado marcada, en ocasiones, por algunas controversias. Las más comunes giran en torno a los méritos de quienes reciben ese apetecible galardón. En efecto, cada año, sin falta, tras conocerse del fallo que lo concede, hallamos a críticos y, peor todavía, detractores, mortales disconformes con las virtudes identificadas por los académicos. El cuestionamiento de su decisión puede conducir al público a sentir pesar por no haberse conferido al escritor que, verdaderamente, según se dice, lo merecía. No se pensará sólo en los literatos con vida, como Javier Marías, pues también la observación puede formularse gracias a gente que ha muerto. Así, para incontables sujetos, es ya un lugar común señalar que Borges debió haberlo ganado. Yo, como lo deseaba Gabriela Mistral, añadiría a esa lista de nobeles frustrados al enorme Alfonso Reyes, cuya prosa parece insuperable.
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