Cosiste en la libre elección de nacionalidad o de forma de estado por parte de los individuos. Puydt propone establecer una suerte de registro en el que las personas se apunten a la forma de estado que ellas elijan, sin tener en cuenta la territorialidad o la contiguidad. Sería una suerte de estado a la carta. De la misma forma en que podemos escoger la iglesia a la que pertenecemos también podríamos escoger el estado que nos apeteciese o no tener ninguno. Pensemos en una iglesia o religión organizada. Esta puede perfectamente ofrecer una serie de servicios a sus miembros, ya sean de corte religioso como bautizos o entierros ya sea de corte económico o social como educación o protección contra el infortunio en forma de servicios de atención médica, vivienda, educación o sustento en sus centros. En principio cualquier persona puede optar por cualquiera de ellas y disfrutar de sus servicios en todo el mundo, simplemente con pertenecer a ella o estar registrado en ellas de una forma u otra. Generalmente no están limitadas a un territorio estatal y cualquier fiel desplazado a otro país puede en principio disfrutar de sus servicios sin grandes requisitos.
En este caso es obvio que podemos perfectamente optar por la que más nos guste o por ninguna si preferimos renunciar a sus servicios. Los costes de pertenencia varían según cada una. Algunas pueden requerir largos periodos de formación e interiorización de sus normas mientras que otras son más laxas. Algunas pueden requerir desembolsos monetarios o prestación física de servicios, mientras que otras no. Algunas pueden requerir determinadas pautas de conducta a sus fieles e imponer restricciones a determinadas formas de vida y otras no. Algunas pueden excomulgar a sus fieles o establecer requisitos muy duros de entrada o de salida. Pero en nuestras sociedades nada impide optar entre religiones o salir de ellas si no nos convencen. Los panarquistas hacen una suerte de analogía de las religiones con la libre pertenencia al estado. Al igual que las religiones la libre pertenencia a los estados y al disfrute de sus derechos y deberes debería ser permitida y eliminarse por tanto el monopolio territorial del que ahora disfrutan los estados modernos. Ya hemos apuntado en alguna ocasión que el rasgo más definitorio de un estado moderno es su territorio sobre el que se impone de forma monopolista en las condiciones que el mismo establece. En su momento fue visto como un avance de ciudadanía el hecho de que todos los habitantes de un territorio cuenten con una misma forma legal (ius solis) frente al tradicional ius sanguinis que establecía como requisito de pertencia el ser descendiente de otro nacional previamente establecido. Se eliminaba de paso la idea de dos tipos de ciudadanía.
Pero este nuevo concepto fue evolucionando hasta el punto de no poder concebir un estado o una nacionalidad sin la pertenencia a lgún territorio cartografiado y bien definido. El panarquista reconoce la dificultad de imaginar a día de hoy soluciones que no pasen por este modelo y mucho menos poder siquiera pensar en la posibilidad de escoger a la carta la forma de gobierno preferida. Molinari como protopanarquista pensó la posibilidad de escoger entre fuerzas de seguridad en competencia. El panarquista va más allá y quiere la posibilidad poder escoger todos los serviciosque los estados prstan. Se que es difícil ser para nosotros concebirlo, pero teóricos panarquistas como Aviezer Tucker, John Zube o Trent MacDonald hacen arqueología intelectual y descubren que antes del actual monopolio territorial existían instituciones que posibilitaban la existencia de distintas formas legales dentro de un mismo territorio.
El Imperio romano es buena fuente de inspiración para el panarquista. Como buen imperio no tiene unos límites fronterizos claros y operan dentro de él diversas formas de soberanía. Cualquiera que haya leido la Biblia sabe que, por ejemplo, los reyes de Judea operaban en el marco del Imperio tutelados por los emperadores o por el senado pero conservando sus leyes propias, como es fácil constatar en el caso de la condena a Jesucristo, llevada a cabo con leyes judias pero con la aprobación tácita de los funcionarios al cargo. Ademas de esta soberanía compartida en el imperio durante mucho tiempo coexistieron diversas formas de ciudadanía desde el ciudadano con plenos derechos y con tratamiento legal específico (como el caso de la condena a San Pablo nos muestra) hasta los esclavos sujetos a otros fueros y tratamiento jurídico, pasano por otras formas legales.